Septiembre 15, 2023

La allendización de la izquierda. Por Jorge Schaulsohn

Expresidente de la Cámara de Diputados
Michelle Bachelet y el Presidente Gabriel Boric. Agencia Uno.

Ahora el camino para la derecha esta más despejado, ha recuperado terreno. Recibió  una inyección de esteroides  con la exhumación política de Salvador Allende. El Presidente Boric tiene una obsesión con Allende. Para él es un ejemplo a seguir, no solo desde el punto de vista ético sino político, actual, vigente, imitable. Algo así como el personaje idealizado de la serie los 1000 días que trasmite TVN. Así, la izquierda se hizo una auto “encerrona” y, si continúa por ese camino,  jamás será mayoría.


En la conmemoración de los 50 años del golpe predominó una visión negativa, crítica tanto de las formas como de los contenidos que el gobierno, y el propio Presidente, le imprimió. Se dice que solo sirvió para exacerbar la polarización y profundizar los odios y divisiones. Acusan al gobierno de haberse “farreado” una oportunidad para consolidar la reconciliación; como si al gobierno se le hubiese escapado de las manos la situación.

Quienes piensan eso están subestimando a Gabriel Boric. Nada se le escapó de las manos, tenía un plan, un diseño político-ideológico y lo cumplió al pie de la letra, más allá de los errores de ejecución que son ya una marca registrada de su forma de hacerlas cosas.

Su intención siempre fue aprovechar el cincuentenario del golpe para “allendizar” a la izquierda, reivindicando su figura y su gobierno como un proyecto viable cuyo fracaso se debió a una conspiración internacional. Transformar la mayor derrota política de la izquierda en una épica de la cual se deben sentir orgullosos y a Salvador Allende en un mártir de la democracia y la revolución.

Para la izquierda renovada Allende era una figura del pasado a la que siempre honró, pero desde la distancia, con sus luces y sombras, una herencia pesada, donde las cosas no se habían hecho bien. Lo hacía desde una mirada crítica, conscientes de que había sido un experimento bien intencionado y un fracaso irrepetible.

El Presidente Boric en cambio, tiene una obsesión con Allende. Para él es un ejemplo a seguir, no solo desde el punto de vista ético sino político, actual, vigente, imitable. Algo así como el personaje idealizado de la serie los 1000 días que trasmite televisión nacional.

Boric le dobló la mano a la renovación, imponiendo un nuevo catecismo para evaluar y relacionarse con la herencia político-moral de Allende y con la Unidad Popular.

Lo hizo por convicción y también por la necesidad de generar una mística en su coalición, en una izquierda que ha experimentado casi puras derrotas ideológicas desde que él asumió el poder. Una especie de “cumplimiento simbólico” del proyecto refundacional que no pudo ser.

Es cierto que con eso polarizó más al país. Pero también produjo un sinceramiento de las posiciones respecto del golpe. Con sus alabanzas corrió el cerco. Acabó con una especie de “ambigüedad estratégica” en la cual ningún sector se atrevía a decir lo que verdaderamente sentía sobre lo acontecido en 1973.

Se llevo “de las mechas” al  Socialismo Democrático, que terminó sumándose a la canonización y acercándose más al discurso del PC sobre la caída de la democracia en desmedro de su propia visión critica y renovada. De esto, naturalmente seria injusto echarle  la culpa solo a Boric. En el corazón del PS siempre hubo un espacio grande para el Allende fallecido, aunque en vida no lo acompañó ni apoyó como correspondía.

La “ambigüedad estratégica” fue un requisito indispensable para la existencia de la Concertación, fruto virtuoso de la reconciliación entre la izquierda y la democracia cristiana enfrentados durante toda la unidad popular; que vivieron de manera radicalmente distinta el golpe y sus consecuencias.

En tiempos de la Concertación, para la izquierda habría sido impensable reivindicar al expresidente Allende o a la UP,  pues suponía tensionar más allá de lo tolerable la convivencia con la DC, que era la fuerza dominante de la coalición.

Parecía que el PS, renovado, había dejado definitivamente atrás su alianza histórica con el Partido Comunista, dando paso a un entendimiento con la democracia cristiana.

Pero con el advenimiento de la Nueva Mayoría encabezada por Michelle Bachelet las cosas empezaron a cambiar. Ahí se produjo el reencuentro del PS con su antiguo aliado privilegiado y se firmó el certificado de defunción de la Concertación. La correlación de fuerzas  había cambiado; la DC ya no era el partido mayoritario.

La derecha también se sintió liberada. Durante años estuvo expuesta al “cogoteo moral” de la izquierda que a cada paso le enrostraba su complicidad con el golpe y silencio respecto de las violaciones a los derechos humanos. Era una derecha “achunchada”.

Pero todo eso cambió. Si el Presidente de la República se puede dar el lujo de decir que Allende junto con O´Higgins “son los padres de la patria” la derecha se puede permitir reivindicar el golpe como necesario e inevitable y responsabilizar a Allende sin sentimientos de culpa. Eso es precisamente lo que está haciendo, sintonizando además con la opinión pública; porqué la reivindicación de la UP en que se embarcó el gobierno es totalmente contraproducente.

El expresidente no es popular sino un símbolo de división asociado con un tiempo traumático que nadie quiere reeditar. El recuerdo de lo que fue la Unidad Popular en el inconsciente ciudadano es malo.

La izquierda se hizo un auto “encerrona” y si continúa por ese camino  jamás será mayoría. Los únicos que se benefician son el Partido Comunista y la derecha. Algo que la izquierda renovada tenía muy claro hasta hace no tanto tiempo atrás. Por lo que resulta inexplicable haya estado dispuesta a subirse al caballo del allendismo irreflexivo.

Por primera vez una encuesta muestra que 51% de los chilenos estima que Allende fue uno de los principales responsables del golpe y que éste era necesario. Como era predecible el intento de canonizarlo abrió una “temporada de caza” para sus dversarios que no escatimaron esfuerzos en recordar sus errores, vacilaciones y retórica revolucionaria.

Con la defensa incondicional de Allende y su legado el Presidente se posiciona como el líder indiscutido de una alicaída izquierda y un referente  la izquierda latinoamericana. Lo que no es poca cosa considerando que encabeza uno de los gobiernos peor evaluados de la historia.

El gran perdedor es el Partido Socialista que se desperfiló completamente. Llegó al gobierno como un agente moderador y contrapeso de la izquierda refundacional, para reivindicar el ethos concertacionista que estaba siendo masacrado; y por un tiempo parecía estar teniendo éxito.

Pero ahora esta atrapado para siempre en un proyecto con las fuerzas de Apruebo Dignidad dominada ideológicamente por el Frente Amplio y el PC. Con ellos tendrá que enfrentar las elecciones municipales y la presidencial en condiciones muy desfavorables.

Es lamentable la pérdida de hegemonía del mundo socialista renovado. Máxime porque era totalmente innecesario. El PS  tenía “manija” suficiente como para haberse opuesto al plan de Boric. Al parecer no se la pudo pues no contó con el apoyo de Carolina Tohá.

Ahora el camino para la derecha está más despejado. Han recuperado terreno. Recibido una inyección de esteroides con la exhumación política de Salvador Allende.

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