Hace tiempo que las elecciones han dejado de centrarse en ideas, enfocándose más en las emociones. José Antonio Kast y sus asesores, “ingenieros del caos”, como los llama el sociólogo italiano Giuliano Da Empoli, lo saben bien y han optado por el odio como el eje de su estrategia política y electoral.
Esta estrategia, popularizada por Trump en 2016, se basa en la deslegitimación sistemática de los adversarios políticos, etiquetándolos como los grandes culpables de los pesares de la población, ya sea por ser corruptos, traidores, élites o instigadores del descarrilamiento de la Nación. En el caso de Kast, su táctica ha sido reducir a la izquierda gobernante a un grupo de irresponsables, llegados al poder mediante trampas y carentes de la capacidad para conducir al país. Etiquetar y cosificar al presidente Boric como travesti, merluzo o woke es parte de esta misma estrategia.
La clave es golpear y luego redoblar la apuesta. El primer golpe impacta, el segundo menos y el tercero no duele, así que hay que golpear dos veces. Subir y subir el tono porque cada vez se escucha menos. Así lo hace, y muy bien, Javier Milei, convertido en el nuevo inspirador electoral de José Antonio Kast tras el declive de Bolsonaro.
Sin embargo, más que ser producto de un nuevo referente, la subida de volumen del líder republicano parece estar relacionada con una búsqueda desesperada de oxígeno. Los números de Kast no son precisamente alentadores. Desde noviembre del año pasado, antes del segundo fracaso constitucional, JAK ha caído 9 puntos en preferencias espontáneas según la encuesta mensual de Criteria.
El problema es que la caída de Kast parece ser el síntoma de una enfermedad que no se cura sólo con más volumen. Ha dejado de ser el candidato disruptivo que alguna vez pareció ser, transformándose en un político más del montón. Uno entre muchos, que mostró las garras, pero terminó devorado dos veces, primero por el mismo travesti Boric (Kast dixit) y luego por el “En contra”.
La ciudadanía vio en la segunda propuesta constitucional una propuesta republicana que no hizo sentido por ser demasiado conservadora. Aunque en la derecha nadie quiera admitirlo públicamente, y algunos se froten las manos en privado, el triunfo del “En contra” implicó una derrota política para Kast y un golpe a sus capacidades como gestor exitoso y sus proyecciones presidenciales.
Habiendo sido protagonista central del segundo fracaso constituyente, (“me echaré el plebiscito al hombro”, “la daremos vuelta”), hoy José Antonio Kast es tan institucional que ya no es verosímil como outsider. Su propuesta es tan clásica, más de lo mismo, que su vocación e impronta parecen más las de un monarca que las de un profeta fanático como Javier Milei.
Por más que JAK quiera pensar y actuar como Milei, a los ojos de la ciudadanía, Kast no se parecerá a Milei. Por más que intente fusionarse con la figura del presidente argentino como lo hizo en su día con Bolsonaro, hoy el chiste está repetido.
El odio funciona como acicate, pero tiene límites cuando se encuentra con la falta de resultados y la ausencia de novedad. Esa es la trampa en la que está Kast y de la cual difícilmente saldrá elevando más el tono y frunciendo el ceño.
Por eso, cuando lo escuché apuntar al presidente Boric como un travesti, no pude dejar de pensar en que quizás, solo quizás, al poner tanto énfasis en el travestismo, José Antonio pensaba en si él mismo tendría el arrojo de travestirse para salir de la paradoja en la que se encuentra. Una paradoja de la que no saldrá solo subiendo el volumen, como bien enseña la moraleja de Pedrito y el lobo.
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