Fermandois, combinando realismo y muchas cuotas de pesimismo, lo que cuenta es una deriva en que la construcción y desmoronamiento suelen sucederse. La cita de José Ortega y Gasset que da título al libro lo explica bien: “porque tiene este Chile algo de Sísifo, ya que, como él vive junto a una alta serranía, y como él, parece condenado a que se venga abajo cien veces, lo que con su esfuerzo cien veces elevó”. Ortega lo escribió en diciembre 1928, hace casi 94 años.
Cuando el libro ya estaba en la editorial, se produjeron los sucesos del 18 de octubre de 2019, “acontecimiento magno y completamente inesperado, todavía creo que en gran medida espontáneo, al cual rápidamente se le bautizó como ‘la contingencia’ y luego como ‘estallido social’”, cuenta Fermandois, que aporta de las descripciones más finas del proceso. Dice: “Mostraba los rasgos de fiesta o más bien de carnaval, uno de sus rostros más acusados, pero sin frontera con el empleo o lenidad ante la violencia. Tuvo un aspecto pacífico, quizás mayoritario entre manifestantes y protestatarios, con la característica eso sí que -quizás por este fenómeno especial de que no tenía dirigentes ni voceros y probablemente carecía de jerarquías- no emergía de esta masa una diferenciación ni menos una condena de la violencia, salvo cuando se originaba de las fuerzas policiales. En todas sus múltiples manifestaciones, desde un primer momento demandaba la caída del gobierno -electo con clara mayoría dos años antes- y un cambio institucional de cabo a rabo”.
Sobre la violencia, Fermandois añade otra descripción, aplicable todavía: “Hay otro elemento, el que refleja una paramilitarización de la política moderna en una síntesis peculiar con los estilos de vida de contracultura activista y movilizada, que practica la violencia callejera más o menos organizada y no pocas veces con un claro sentido estratégico; ello incluía un estilo en la vestimenta y en los instrumentos, no pocos de ellos mortíferos, aunque no alcanzaban ni al puñal ni al arma de fuego. De todas maneras, se trataba de un instrumentarlo bélico y de un espíritu revolucionario que brinca a la acción (…) No se trata de brigadas ni de una organización de jerarquías aparentes; funcionan, sin embargo, con una combinación de espontaneidad y estrategia que acompaña a estos fenómenos en la modernidad. Es casi seguro que no es solo un grupo u organización, sino que un número difuso de ellos”.
Los treinta años
Hacia el final del libro –luego de describir los últimos 200 años de historia nacional–, Fermandois se concentra en el país de los treinta años y los cambios en la región. “(…) las cosas fueron cambiando en la actitud de Chile. El verse como modelo de una política que confrontaba a la tendencia antiimperialista y de discurso más radical, alimentaba una mala conciencia de parte de la izquierda chilena de situarse en el campo equivocado, a pesar de que en muchas partes del mundo se alababan los resultados de propia gestión. A la agresividad venezolana se le irían sumando Nicaragua, Ecuador, Bolivia y en algunos sentidos hasta Argentina”.
Hay un punto sobre esa descripción de los treinta años. Fermandois describe una contracorriente de dos tendencias, que sindica como la devastación y el cultivo, que se expresan aunque no necesariamente se compensan. Existen y a veces coexisten, dice.
“El tránsito de la política tradicional de la modernidad –desarrollo económico, social y educacional– al debate sobre valores, expresado en muchas partes como las ‘guerras culturales’, se ha dado en muchas sociedades democráticas y no democráticas, aunque todas ellas se desprenden en gran medida de los procesos de democratización vinculados a la evolución civilizatoria, y también ha tenido su lugar en Chile y probablemente pasen a ocupar un lugar cada día más central”, escribe el historiador.
Y agrega: “Como tanta frase hecha, la idea de que existen ‘conflictos no resueltos’ es aplicada constantemente en el Chile actual, como si pudiese existir una sociedad humana con conflictos resueltos; ese sí sería el fin de la historia y de la humanidad”.
El futuro
Fermandois, hace meses, alcanza a vislumbrar los debates actuales y los que vienen. Se concentra, entre otros puntos, en las identidades que buscan instalarse en la política.
“Todos ellos están colocados en la probabilidad de que se constituyan en grietas que no solo erosionan a la sociedad sino a lo que aquí interesa, afectan a la democracia. Existe bastante experiencia en la modernidad de que las divisiones finalmente nacionales o sectarias no se traducen en una multiplicidad de pequeñas democracias, sino en una de pequeñas autocracias, pocas o ninguna en un paradigma de la política moderna en el sentido positivo de la palabra, si es que consideramos a la sociedad abierta como tal. Puede ser que se active la otra probabilidad, de que sean factores que vivifiquen la democracia, que le proporcionen la energía, el grado de competencia, un grado limitado de contestación (contentious democracy) ya que el debate público es lo que hace surgir el interés por la participación, o eso se espera”.
Así, el desafío para Fermandois no es sino responder a una duda: “la cuestión es si la sociedad chilena –en esto no difiere de dilemas en gran parte del mundo– se constituirá como grupos segmentados de bandas, o si en su conjunto estos renovarán una conciencia de comunidad”.
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