El conflicto entre hermanos, un relato común en todas las civilizaciones, puede resultar cautivante. Desde la Biblia en adelante, envidias fratricidas abundan en la literatura universal; y las rebeliones de príncipes excéntricos y errantes, en contextos que mezclan guerras, amoríos, adicciones y problemas de salud mental son una constante en la historia de las monarquías. Bien sabían esto la casa editorial y las plataformas de streaming y podcasts que contrataron a Harry Mountbatten-Windsor y su esposa para ventilar traumas familiares a cambio de astronómicas sumas.
En sólo tres días desde su lanzamiento, el primer libro principesco -de varios comprometidos- ha roto un récord en el género no ficción como el libro de venta más rápida de todos los tiempos.
El texto -redactado por un competente ghostwriter– parece una transcripción de sesiones de psicoanálisis, donde cada página es un golpe a la parentela del autor, incapaz de replicarle en los mismos términos. Prescindiendo de complejidades institucionales, el argumento es telesérico clásico: los ricos también lloran, y además la bella heroína que rescata al rico de su pérfida familia es una mujer mulata. Colorín colorado, los enamorados “renuncian” a la vida principesca, para iniciar una nueva vida en un palacio californiano sin la intromisión de los medios… vida que financian con entrevistas, podcasts, y documentales donde cortejan constantemente la atención mundial.
Mansión de los Duques de Sussex en California.
Es cierto que estos ex royals, hoy celebridades, han planteado preguntas de genuino interés público: la inclusión versus el racismo, y la relación entre realeza y medios. Pero el lavado de la ropa sucia en público es perturbador, permanente (ése es su valor monetario) e intensamente personal.
En el libro en cuestión, a partir de un dolor indudable ocasionado por su temprana orfandad, Harry teje recuerdos en un gobelino emocional, carente de acuciosidad y autocrítica. El sonriente y altruista príncipe feliz emerge iracundo, y no sólo por haber perdido a su madre o por el racismo que vive su esposa, sino desde el comienzo mismo de su vida, cuando declara haber sido gestado por sus padres para que existieran órganos disponibles para su hermano mayor en caso de necesidad (de ahí el título del libro Spare, “el repuesto”).
Su resentimiento frente a su hermano, a quien califica como archienemigo, se extiende a confines absurdos, como el parecido físico con la difunta madre, el tamaño de los aposentos reales que se les asignan, el avance de la calvicie que comparten, el carisma de las respectivas esposas, o el nivel de gallardía en combate. Para dejar en claro quién es el más valiente, Harry dice haber matado a 25 personas en Afganistán (no parece haber pensado en el elevado riesgo de ataque talibán que tal revelación supone para él y su nueva familia).
La liberación que significa contar el dolor y rabia acumulados por toda la vida, sin embargo, no es la motivación principal del príncipe. No. Sostiene que ha roto el silencio para ayudar a otros: para salvar a los veteranos de guerra -como es él- del suicidio, para “salvar a su padre y su hermano de sí mismos”, y finalmente para “servir” a su país de origen, todavía regido en lo protocolar por una institución vetusta y torcida.
Pinta a la monarquía como una organización oscura, racista y cómplice de la prensa de baja estofa que mató a su madre, al mismo tiempo que declara su lealtad a la institución y su eterno amor a la abuela que hasta hace sólo cuatro meses la lideraba. Ser o no ser, es la cavilación febril del príncipe republicano que cobra el daño sufrido por él mismo, su mujer y su difunta madre. No puede armar un ejército alternativo para disputar el trono, como habrían hecho los príncipes-soldados de antaño; pero blande todo un arsenal mediático contra los suyos -los Windsor-, jactándose incluso de la munición que guarda para uso futuro.
¿Qué efecto institucional tendrá este ataque desde dentro?
¿Es posible que socave la monarquía, dando argumentos al movimiento en favor de una República?
Quienes desconocen la evolución constitucional de los países (mayoritariamente desarrollados) que han preferido separar la política y las funciones de gobierno de la representación histórica y simbólica del Estado, entregando la segunda a una casa que encarna antiguas tradiciones que conforman la identidad nacional y el trabajo de imagen-país, no entenderán la popularidad de este sistema, o las ventajas materiales e inmateriales que lo han mantenido vigente hasta nuestros días y en compatibilidad con la democracia, en lugares que parecen admirables en muchos aspectos vinculados a la equidad (Canadá, Nueva Zelandia, Australia, Japón, Bélgica, España, Países Bajos, y algunos países nórdicos, por dar algunos ejemplos).
Ejercer poder en un grupo -aún si ese poder es protocolar- a través de una red familiar, con todas las emociones primarias que ello conlleva, es fuente de debilidad, al mismo tiempo que de fortaleza y unión. Y no tener a la vista consideraciones históricas, políticas, legales, económicas y sociológicas, siempre hará fácil identificar a la república como la única forma aceptable de organizar el Estado, en la antigüedad y en el presente.
En Reino Unido, la reacción popular al trabajo de Harry y Meghan para desestabilizar a la realeza (o mejorarla, si adoptamos su narrativa) no ha sido favorable. Faltan muchos capítulos en esta historia, es cierto. Pero el objetivo de una monarquía es su propia supervivencia, y la británica en particular ha probado ser especialmente hábil y resiliente a las crisis a través de diez siglos.
Mientras el recuerdo de la ampliamente respetada Reina Isabel II se mantenga fresco, y el actual Rey y su hijo mayor intenten plegarse a él, el daño que causen los embates de Harry será menor. El debate concreto sobre la utilidad de la figura hereditaria nunca puede descartarse del todo, pero parece más probable en otros países de la Commonwealth donde el monarca británico es jefe de Estado. No se requiere mucho esfuerzo para que ese debate lleve a otra forma de gobierno, como sucedió en Barbados en 2021.
La venganza de Harry y Meghan, duques de Sussex, Netflix, Spotify y el primetime, es una historia con visos de eternidad y shakesperiana en el sentido que la atraviesa un intento de producir una situación caótica para subvertir el orden actual. Si su ataque finalmente no tiene grandes efectos políticos, definitivamente los tendrá en lo humano. La historia personal del príncipe fue marcada tempranamente por una tragedia. Ojalá su final no resulte aún más triste.
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