De alguna forma se podría interpretar el 18 de octubre de 2019 como una gigantesca huelga de carabineros. Los curas, los militares, los políticos de todos los sectores, los empresarios perdieron su prestigio uno a uno, pero sólo cuando les tocó a carabineros bailar la danza de los millones y las operaciones de inteligencia trucha, el país se incendió.
Sin aventurarse tan lejos, es fácil ver que pasaron cosas que no pasaban antes porque los que impedían que pasaran, dejaron de impedirlo. ¿Tuvo que ver la salida apresurada del general Hermes Soto? ¿Tuvo que ver el desprestigio de su alto mando o el simple agotamiento de los mandos medios? Lo cierto es que, cualquiera que sabe de seguridad en Chile, sabe que tener a los carabineros en contra, descontentos, mal pagados y tratados, es sinónimo de perder el control del país.
Es lo que vino a recordar el general Yáñez esta semana. Carabineros es la única institución que está materialmente en todo el país, conviviendo con ricos y pobres, en el desierto y en la montaña, reprimiendo y conteniendo al mismo tiempo. Es la única institución que tiene una imagen completa de un país fragmentado y geográficamente inexplicable. O, para ser más claro, sólo cuando ves un retén verde, normal y sencillo, sabes que estás en Chile y en ninguna parte más.
Creación de Carlos Ibáñez del Campo y su fascismo light, carabineros es un contingente enorme de hombres y mujeres que obedecen a un código que los abriga y esconde también. Como lo hizo para el propio general Ricardo Yáñez Reveco, hombre común del centro del valle central (San Fernando) que no habría llegado nunca a hablar de tú a tú con el Presidente y senadores de no ser por la institución que lo abrigó y educó. Una institución que no es sólo una profesión en su caso, sino una segunda piel.
Esencialmente carabinero, carabinero de adentro, no como esos abogados, economistas o periodistas que a veces acaparan el alto mando, el Director General pasó 30 años en una comisaría de Viña del Mar. Los partes y los partos, fueron su vida. Días y noches de guardia, días y noches de bingos, asesinatos, protestas, perros rabiosos y espera y más espera. Estuvo en Buenos Aires unos años para volver a Colchagua y pasar por el norte.
Cordial, sencillo a primera vista, “bueno para la talla” aunque nunca diga una en público. La sonrisa que le gusta mostrar esconde mal su carácter, que es cualquier cosa menos suave y sumiso. Lo supo el gobierno esta semana, en que vimos, cosa inaudita, a un jefe de la policía hablándole golpeado a los parlamentarios y el gobierno, sin que se lo expulse inmediatamente de su cargo. Mas aún después de explicar su desacato por el clima emocional que vivió con la muerte atroz de un compañero de arma. Como si justamente no se le pidiera a la policía que fuera cualquier cosa, menos sentimental.
¿Podía el gobierno hacer otra cosa que lo que hizo: mantenerlo en el cargo y darle satisfacción a sus requerimientos? La seguridad es la primera preocupación de la ciudadanía, pero sobre todo y ante todo el margen de maniobra que el gobierno pudo tener alguna vez para reformar carabineros murió para siempre con los indultos.
Indultos que deberían llamarse insulto, de los que sabemos cada vez más al conocer el prontuario de los indultados y el modo en que se los indultó. O murió antes del indulto por la misma razón que dio nacimiento a ese imperdonable acto de perdón: El apoyo absurdo a la violencia de las protestas y la forma irracional con que éstas copiaron de los hinchas de futbol argentinos e ingleses su folclore anti policial.
Como sucedió con los retiros, el diputado Boric llamó “convicción” lo que era justamente lo contrario: Pura y dura frivolidad. Con esto destruyó la posibilidad para siempre de hacer una reforma necesaria y urgente a una institución evidentemente enferma, corrompida y en gran parte ineficaz, más depresiva que represiva, herida por dentro y por fuera, que sobrevive gracias al esfuerzo sobrehumano que acometen los carabineros de a pie por estar a la altura de la promesa que le hicieron al país.
Así el gobierno de Boric está condenado a cometer el mismo error que cometieron los gobiernos de la Concertación: pasar del desprecio a la admiración sin nunca mirar con realismo una institución esencial al estado pero que no puede convertirse, como muchas veces parece, en un estado dentro del estado.
El general Yáñez tiene razón, por cierto, al defender a su institución, pero no debe olvidar que la inseguridad creciente es también su responsabilidad, de él y de su institución. Faltan recursos, y siempre faltarán, pero la inteligencia policial, que hemos visto de sur a norte fallar una y otra vez no tiene que ver con una partida presupuestaria de menos o más, sino con una cultura institucional que premia la ancianidad, la obediencia y la lealtad por sobre la eficiencia, la audacia, el ingenio o la ya nombrada inteligencia.
Es cierto que ninguna institución se parece más a Chile que Carabineros de Chile. Y nadie es más totalmente chileno que el general Yáñez. Esa es la cualidad esencial de su general director y de su institución. Es también su irremediable defecto.
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