Noviembre 9, 2022

Estampida de unicornios. Por Héctor Lehuedé

Socio de RAZOR Consulting

Meta ya ha perdido tres cuatros de su valor en un año. Los inversionistas están indignados, reclaman en las redes sociales, pero nada pueden hacer para cambiar la dirección de la empresa. No tienen los votos para hacer cambios al directorio, como hubiese ocurrido en casi cualquier otra empresa que reporte resultados así.


Desde hace más de dos décadas se ha venido discutiendo sobre la necesidad de tener un modelo de gobierno corporativo diferente para las start-ups (emprendimientos innovadores, apalancados en tecnologías fácilmente escalables) y ciertamente para las más exitosas entre ellas que llegan a convertirse en unicornios (start-ups con valoraciones de miles de millones de dólares). En un modelo tradicional de gobierno los accionistas votan en proporción al monto de su aporte para elegir un directorio, quien a su vez elige a la gerente. En las start-ups suele ser la gerente (fundadora que ideó la tecnología) quien recluta a los directores y se reserva el control de la empresa, independientemente de cuántas acciones reciban los inversionistas a cambio de sus aportes de capital. A nadie se le olvida que a Steve Jobs lo despidieron de Apple en 1985, por lo que este modelo valora más la autoría de la idea genial que el dinero de quienes la financian.

En la práctica, esto ha significado romper con la tradicional idea de una acción un voto, creando series de acciones con diferentes derechos, con voto múltiple, o sin voto. Ya en 2004 Larry Page y Sergei Brin advirtieron en una carta a los potenciales inversionistas, cuando Google se abrió a la Bolsa, que querían “una estructura corporativa diseñada para proteger la capacidad de innovación”. Por ello, sus acciones conservarían 10 votos cada una mientras que las que se ofrecerían al público tendrían solamente un voto. En 2012 Mark Zuckerberg usó el mismo modelo de 10 votos a uno cuando Facebook ofreció sus acciones, pero además advirtió a los inversionistas que Facebook no fue creada originalmente para ser una empresa, sino para cumplir una misión social. Ya para 2017 Snap, la matriz de Snapchat, sin necesidad siquiera de mandar una carta, ofreció al mercado solo acciones sin voto y las vendió todas.

El embrujo del unicornio y la expectativa de rápido crecimiento primaron sobre quienes argumentaban que un modelo de gobierno de ese tipo no era sustentable. Como en un cuento, varios vaticinaron que bajo ese esquema la maldición caería sobre los inversionistas tarde o temprano. El tiempo pasó y, bajo la guía de sus fundadores muchas de estas empresas aumentaron vertiginosamente su valor, haciendo millonarios a sus inversionistas, de forma que los malos augurios se fueron olvidando.

Cada cierto tiempo, alguien recordaba la maldición, especialmente cuando alguna de estas empresas enfrentaba una crisis. Facebook (hoy renombrada Meta) ha tenido muchas de ellas, incluyendo el bullado caso de Cambridge Analytica que dio lugar a investigaciones y multas por intervención electoral y violaciones a la privacidad de los usuarios, y hace un año vivió el caso de una lanzadora de alerta que reveló lo que hoy se conoce como los Facebook Papers. En esos documentos se muestra cómo la empresa estaba plenamente al tanto de su impacto dañino en los jóvenes, su pésimo manejo de la desinformación y lo tóxico de sus algoritmos. De hecho, la semana pasada se presentó una demanda colectiva por este motivo.

Pero mientras el precio de la acción siguiera alto, todo eso se olvidaba más o menos rápidamente.

Hasta que finalmente llegó la baja de precios, donde prácticamente todas las empresas tecnológicas han perdido valor en Bolsa. El índice de las empresas listadas en Nasdaq, la Bolsa norteamericana que es fuertemente tecnológica, ha caído 30% este año y los más recientes resultados trimestrales de las grandes empresas norteamericanas del rubro han sido nuevamente débiles. En pocas semanas perdieron un billón de dólares de valor bursátil.

Meta, además de sufrir junto a sus pares, cayó 25% la semana pasada tras reportar enormes pérdidas producto del plan de Zuckerberg de desarrollar el metaverso (un entorno del ciberespacio donde los humanos interactúan social y económicamente a través de avatares). La empresa anunció que Reality Labs, la división de Meta que está construyendo el metaverso, ha perdido 9.400 millones de dólares los primeros 9 meses de este año, y que las pérdidas crecerían “significativamente” en 2023 porque el fundador prevé doblar su inversión, con 39 mil millones de dólares adicionales, a pesar que este fin de semana se supo que, igual que muchas otras empresas del rubro, la empresa despedirá masivamente empleados. En total, Meta ya ha perdido tres cuatros de su valor en un año.

Los inversionistas están indignados, escriben cartas y columnas, reclaman en las redes sociales, pero nada pueden hacer para cambiar la dirección de la empresa. No tienen los votos para hacer cambios al directorio de Meta, como hubiese ocurrido en casi cualquier otra empresa que reporte resultados así. Zuckerberg y sus cercanos tienen control casi total sobre las principales decisiones de gestión y pueden ignorar las críticas. Además, los inversionistas deben recordar cuando se les advirtió que el plan del fundador no era una empresa tradicional enfocada en el resultado, sino en cumplir una misión.

Tal vez esa misión de Meta termine nuevamente generando gigantescas utilidades y la historia tenga final feliz, o puede que Zuckerberg arruine completamente la empresa y se materialice la maldición. En cualquier caso, producto de la estructura de gobierno corporativo que aceptaron, a los inversionistas no les queda más que afirmarse a la montura o bajarse, pues nunca han tenido al unicornio por las riendas.

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Héctor Lehuedé, socio de RAZOR Consulting, es abogado de la Universidad de Chile, magíster de la Universidad de Stanford, certificado como director de empresas del IoD de Reino Unido, y está especializado en gobierno corporativo, integridad, sostenibilidad y asuntos financieros.

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