Si quedaban dudas sobre la raíz autoritaria del proyecto de Constitución rechazado el 4 de septiembre, las despejó Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia, quien estuvo de visita en Chile para dictar una conferencia en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Allí expresó su tristeza por el Rechazo. Tenía motivos, pues el texto llevaba su marca: él es el indiscutido ideólogo de la plurinacionalidad. Fue llamativo, por supuesto, que cuestionara “los buenos modales” en la campaña del plebiscito, legalistas a su juicio, lo cual fue una crítica a sus amigos chilenos por no haber mantenido los modales de la revuelta.
El futuro que García Linera deseaba para Chile era transparente. “Si esa Constitución se aprobaba –dijo-, esto iba a permitir que, aun en los momentos que haya repliegue social, esa correlación de fuerzas era un pivote que tenía que reproducirse en cada estructura normativa, cada ley, cada decreto”. Imposible más claro. La nueva Constitución chilena debía ser un instrumento para capturar el poder y establecer un marco de hierro que impusiera un rumbo irreversible a la sociedad. Allí se sintetiza la mentalidad de la izquierda bolivariana.
Esa fue exactamente la visión con la que actuaron el PC, el Frente Amplio, la izquierda indígena, y finalmente, todos los que sumaron sus votos dentro de la Convención para aprobar el proyecto refundacional. Nunca les interesó elaborar un texto que reforzara la democracia representativa, respetara a las minorías y asegurara la alternancia en el poder, sino una herramienta para copar las instituciones. No fue extraño, entonces, que Evo Morales y García Linera se sintieran identificados con el proyecto. La plurinacionalidad podía ser el caballo de Troya que debilitara al Estado chileno hasta un punto crítico.
No hay duda de que nuestro país estuvo al borde del barranco. Y el factor más corrosivo fue que el propio presidente de la República promoviera un proyecto que implicaba la desarticulación del Estado unitario y la crisis de la democracia representativa. Fue absoluta su identificación con el proyecto de la Convención, y dejó en claro que la suerte de ese proyecto y la suerte del gobierno eran una misma cosa. Fue el jefe de campaña del Apruebo, y actuó en el límite de la ley. Incluso, más allá.
En la ceremonia de cierre de la Convención, el 4 de julio, cuando levantó el texto en señal de triunfo, buscó dar la impresión de que estaba promulgando la nueva Constitución. Luego de eso, la Secretaría de Comunicaciones de La Moneda se encargó de repartir miles de ejemplares en todo el país. Era evidente que los partidos oficialistas estaban convencidos de que sería aprobada “su” Constitución. Y, entonces, vino la derrota. Dura, seca y abrumadora.
La paradoja es que el triunfo del Rechazo fue prácticamente una bendición para Boric. Constituyó un pronunciamiento rotundo en favor de la estabilidad, el país siguió funcionando bajo las normas vigentes y todas las actividades continuaron desarrollándose normalmente. Boric no renunció a la Presidencia, como habría ocurrido en un régimen parlamentario y, en cambio, viajó a la reunión de la APEC como mandatario constitucional de la República de Chile. Se puede decir que “el orden” salvó a los revolucionarios.
¿Qué habría pasado si hubiera ganado el Apruebo? Es muy probable que se hubiera creado una situación económica y financiera muy compleja, quizás inmanejable, con fuga de capitales incluida. Muchos inversionistas no habrían esperado nuevas señales para proteger lo suyo. La interpretación del resultado habría sido inequívoca: Chile inició el camino de la refundación. El populismo latinoamericano habría estado de fiesta.
En tal caso, ¿qué habría hecho Boric para enfrentar un cuadro de desbarajuste general en la vida del país? Es probable que el Frente Amplio y el PC hubieran interpretado el resultado como la definitiva luz verde para llevar adelante la lucha frontal “contra el neoliberalismo”, cualquiera que sea el significado de esa consigna. ¿Cómo se habrían tramitado las numerosas leyes interpretativas o modificatorias del nuevo texto? ¿En qué punto estaría hoy el “aprobar para reformar? ¿Podía descartarse que surgieran grupos dispuestos a crear de facto las “autonomías territoriales indígenas”?
No ocurrió eso, afortunadamente. El Rechazo reafirmó un orden reconocido y previsible, lo cual favoreció la estabilidad y la gobernabilidad. Pese a la derrota, el gobierno siguió funcionando dentro de las normas vigentes, al igual que el Congreso y todas las instituciones. Boric comprobó que está protegido por la Constitución vigente. No parecía entenderlo antes del plebiscito, pero ahora está obligado a entenderlo. De allí surge su autoridad. La ilusoria expectativa de contar con una estructura de poder ventajosa para la izquierda, ya no existe.
No hay base, entonces, para la grandilocuencia. El gobierno debe atender urgentemente las verdaderas necesidades: la batalla contra la delincuencia y el reforzamiento de la seguridad pública; el esfuerzo por frenar la inflación y estimular las inversiones; las medidas para contrarrestar el atraso educacional que provocó la pandemia. ¿Y qué pasa con la Constitución? Debe dejar de ser un foco de enredos y maniobras partidistas. Más vale que los partidos hagan y no cometan nuevas torpezas. El Congreso debe articular los cambios y la continuidad.
A Boric solo le sirve el pragmatismo para conseguir que su gobierno haga las cosas lo mejor posible. Debe evitar a toda costa que el país se deslice hacia una crisis mayor. Tiene que pensar en cómo quiere salir de La Moneda al término de su mandato.
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