-¿Se está reconfigurando un nuevo mapa político, a tres años del estallido y sobre todo luego del 4 de septiembre?
-Es así. Creo que hay un cambio bastante fuerte, que se ha producido en la opinión pública, luego de tres años turbulentos. Lo que comenzó en octubre de 2019 y se expresó en la Convención, en algún momento dio un giro y tuvo un punto de cristalización en el plebiscito del 4 de septiembre de este año.
La correlación de fuerzas que existe hoy es radicalmente distinta a la que existía en 2019, 2020 y 2021. El cambio está evidenciado en el tremendo triunfo del Rechazo. Sucede que el voto obligatorio hizo que fuera a las urnas gente que no marcha, que no sale a la calle. Personas alejadas de la cosa pública, pero muy preocupadas de su vivir cotidiano.
Esa gente no se pronunció antes, cuando había un 50 % de participación en las elecciones y el sector que vivía en una ensoñación refundacional tenía mucha más fuerza de movilización. Eran los que salían a votar. De otra parte la centroizquierda, que había hecho la transición democrática, procedió a un extraño fenómeno de autodesvalorización. Todo eso confluyó en el Rechazo y en el cambio de escenario.
-¿El Presidente ha interpretado correctamente este nuevo mapa?
-Estamos frente a una situación muy compleja para el Presidente. Boric no puede seguir dando un paso adelante y uno atrás, y quedarse donde mismo. Al mismo tiempo, hay una gran presión de Apruebo Dignidad, del PC, pero también de sectores del FA, para que lleve adelante un programa que la gente no quiere. Le reclaman una fidelidad absurda. Olvidan que cuando tuvieron su programa original sacaron un 25% de los votos, y no votó mucha gente. Ganaron la elección en segunda vuelta precisamente con votos moderados, democráticos, centroizquierdistas.
-¿Boric está tironeado por las dos almas del oficialismo?
-El Presidente está recibiendo una doble tensión. Por un lado el discurso más pragmático de quienes forman parte del que se hace llamar Socialismo Democrático, en especial las nuevas ministras y por supuesto de Marcel. El ministro de Hacienda ha sido fundamental para que el país no se desmorone. De otra parte, está todo el izquierdismo refundacional, partiendo por el PC y su apego al programa.
Todo gobierno comete errores, lo que no puede hacer un gobierno es vivir en el error.
Ahora bien, es justo decir que no le ha tocado fácil al Presidente, porque estamos viviendo un mundo sumamente convulsionado, donde la situación económica es muy compleja. Estuve revisando cifras, y son las más duras desde la Segunda Guerra Mundial. La situación geopolítica es gravísima. El debilitamiento de las democracias es muy fuerte. América Latina es la región que más ha retrocedido.
-La DC está en una crisis profunda, el centro está un poco vacío; la derecha está muy presionada por la ultra derecha y el populismo. ¿Se esta dando un movimiento que no se veía desde la transición?
-Claro. Es una transformación fuerte. La primera novedad se dio en la izquierda, con el Frente Amplio. Pero ahora se está moviendo el naipe completo y creo que vamos caminando hacia un cuadro político más complejo. Si nadie tiene la fuerza para una conducción en solitario, es necesario llegar a consensos con otros. Y es lo propio de la democracia: que haya adversarios y que haya acuerdos.
Tenemos un Congreso muy fragmentado, donde surgen algunas fuerzas que son difíciles de calificar como el Partido de la Gente, una suerte de populismo que dice ser apolítico. Muy raro: un partido que no es político. Esto va a seguir cambiando, yo espero que se refuerce una centro izquierda reformista, pero en política las cosas pasan y a veces no pasan.
-¿Cómo ha sido la reacción del Gobierno?
-Se equivocan en el Gobierno cuando se dice que aquí no perdió nadie. No. Hubo un sector que ganó, el Rechazo, y otro que perdió, el Apruebo. Y en democracia tú ganas o pierdes. Resulta absurdo cuando el presidente del PC dice que fue una derrota electoral, no política. Y que en ningún caso fue una derrota estratégica. ¡Por Dios qué es eso!
Se equivoca la vocera cuando dice que este es un gobierno de convicciones que no se guía por las encuestas. Por supuesto que no hay que guiarse solo por las encuestas y por supuesto que hay que tener convicciones, pero seamos responsables. Estamos en un gobierno democrático, tienes que escuchar lo que dice el pueblo.
-¿Están sobrevaloradas las convicciones en política?
-En democracia las convicciones tienen que regularse con la responsabilidad política, con la opinión de la gente. Tus convicciones no son religiones, no son fe: tienen que ir variando de acuerdo al ritmo de la realidad social, política y económica.
Fíjate que nosotros en el gobierno de Lagos pensábamos que la crisis asiática estaba terminando. Y duró dos años más. Tuvimos que adecuarnos para que la economía se fuera levantando. Acuérdate que teníamos el cobre a 60 centavos la libra. Debimos adaptar el programa a esa situación, y gracias a eso después pudimos hacer cambios en el último período.
A quienes hacen ostentación de sus convicciones, hay que recordarles la frase de Max Weber: el político tiene que seguir dos éticas, la de las convicciones y la de la responsabilidad. Y Maquiavelo decía que el Príncipe tiene que ejercer su virtud, sus deseos; y también la fortuna, que es la realidad.
-¿Falta más política, en síntesis?
-Esto es el ABC de la política. Tienes que vincular el concepto de convicciones con el de pragmatismo. De lo contrario vas directo al fracaso. No es lo que quiero, por supuesto. Espero que este gobierne se estabilice y gobierne de la manera más razonable posible, combinando sus ideas con la realidad. Stalin decía que si la realidad es distinta a mis ideas, peor para la realidad. No hay que caer en eso, menos en una democracia.
-En este tercer aniversario del 18-O, se ha hablado mucho de sus causas, con polémicas muy duras. ¿Cuál es tu visión?
-Hablamos de 30 años, pero en realidad son 20 y 10 años. Las primeras dos décadas son de la Concertación, donde se asume una posición reformista y gradualista exitosa, aunque quizá fue demasiado prudente en algunos aspectos. Se produjo el paso de un neoliberalismo duro, heredado de la dictadura, a una suerte de liberalismo más inclusivo. Quedaron rasgos del neoliberalismo, pero se generaron políticas públicas que disminuyeron fuertemente la pobreza y moderadamente la desigualdad.
Después vinieron 10 años en que el país empezó a decaer. Se deterioró la institucionalidad del país y la calidad de la política. La relación entre política y dinero se hizo turbia en algunas casos. Hubo corrupción en las FFAA, hechos cuestionables en el mundo privado, una caída moral en la Iglesia Católica. Muchas veces se demostró que lo que se predica se parece poco a lo que se practica.
-¿La clase media fue la más perjudicada con este frenazo?
-Esta desaceleración produce sobre todo en sectores que habían salido de la pobreza una gran frustración. Como dijo Alexis de Tocqueville cuando más tienes, sientes más lo que te falta. Ahí empieza el malestar. Con las cifras no alcanzas a explicar el estallido y su violencia, pero la percepción era que todas las cosas iban mal.
Eso se juntó con la inseguridad: cuando se desarrolla la globalización, se desarrolla también la criminalidad global. Chile de ser un país tranquilo, se transforma en un país donde hay narcos y delincuencia dura. Surgen tendencias que se mezclan, como las barras bravas y un anarquismo con pocas lecturas. Hay una cierta permisividad de la violencia. Y todo eso genera el estallido.
-¿Los sectores moderados tomaron palco?
-La centro izquierda que había dirigido la transición pierde fuerza; en vez de defender su obra comienza a hacerse una autocrítica feroz, una autocrítica no sobre sus errores sino sobre sus virtudes. Y la centro derecha quedó estupefacta, no supo qué hacer y también fue cayendo. En ese cuadro naturalmente se produjo una radicalización de la opinión pública más participativa, que culminó con la elección de los convencionales, que fue muy sesgada. El gobierno comete un grave error, se pone detrás de ese proyecto refundacional, y se hunde con él.
-¿Qué puede hoy hacer Boric?
-El camino para poder recuperarse y poder darle gobernabilidad al país es muy ríspido, muy empinado. Pero no imposible. Hay que buscar acuerdos.
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