Dos colosales cambios de posición han marcado el primer mes del gobierno. En primer lugar, en la política de retiros de fondos previsionales. Estos retiros fueron apoyados de modo entusiasta por su coalición entera y contaron en cada ocasión con el voto favorable del presidente Boric. Durante su primer mes, en cambio, pasó a tratarse de una política descrita como nociva, sin haber dado aún un solo argumento que justifique el cambio.
Primero era bueno, luego fue malo (y al no acompañarlo de justificaciones, ahora tuvo que volver a declararse bueno). En segundo lugar, ha cambiado la política respecto de la educación presencial y se reconoce el brutal daño (educacional y social) que ha causado. Pocos meses atrás, en cambio, auspiciaban una acusación constitucional contra el ministro que procuraba impulsar la vuelta a clases. “Nos equivocamos”: Al menos en la segunda de estas materias el ministro ha tenido la nobleza de proferir estas palabras.
Pero trátese en estos casos de hipocresía, manipulación grotesca de la pandemia o simple equivocación, estos dos giros no son el rasgo más prominente del primer mes del nuevo gobierno. A apenas un mes de su inicio, lo sorprendente es más bien la acumulación de parecidos con la administración de Sebastián Piñera. Varios puntos de continuidad pueden, en efecto, ya contarse con claridad.
El primero son los recurrentes autogoles. Dada la gravedad de todo lo que vino después, hoy es fácil olvidar cuán corrientes fueron en el gobierno de Piñera hasta que llegó el estallido. Cuando apenas cumplía dos meses en el poder, se hablaba de cinco grandes autogoles que habían caracterizado el comienzo de su gestión, por lo demás muy similares a los de hoy: desatinos de ministros (“valericosas”) y nombramientos de personas sin experiencia (pero con parentesco) en importantes cargos. En esta materia, el debut de Boric ha sido de insospechado continuismo.
En segundo lugar, cabe nombrar un punto que puede pesar bastante más que los autogoles del comienzo, pues no se trata del error puntual de una semana. El primer error de Piñera, en efecto, fue rodearse de voces demasiado cercanas. Rodeado de los que Pablo Ortúzar llamó “todos los amigos del presidente”, este se privó de voces que pudieran servirle de contrapeso y contacto con la realidad. Pero las cámaras de eco –basta con mirar a la Convención– tienen conocidas y fatales consecuencias. Quien mira el comité político del presidente Boric se encuentra con una muy cercana réplica de esta receta que ya desde el segundo gobierno de Bachelet –y agudizada bajo Piñera– ha privado a los presidentes de una voz externa.
Un tercer fenómeno que se repite es lo que podríamos llamar pragmatismo tuitero, el apurado instinto por darle en el gusto al microclima de opinión del momento. No será necesario explicar cuán característico del piñerismo fue este rasgo. Lo asombroso es más bien su presencia entre los miembros de Apruebo Dignidad, en los que se suele imaginar que hay algo más de idealismo. Tal vez la mejor ilustración de este rasgo se encuentre en el apoyo irrestricto que recibía Karina Oliva mientras era útil al proyecto general; cuando el vínculo con ella se volvió perjudicial, tomó apenas minutos para que Jackson y Boric la dejaran caer.
Una vez instalados en el gobierno, esa práctica ha golpeado a figuras con trayectoria bien distinta de Oliva. Un par de tuits indignados bastaron para que se sacara a Felipe Berríos del lugar que iba a ocupar como coordinador de campamentos; para salvar un error político de la ministra, asimismo, se arrojó a los leones a Carmen Gloria Daneri, una funcionaria de larguísima trayectoria en Extranjería. A veces la ciudadanía aplaude este tipo de gestos, pero otras veces –como ocurrió en este último caso– reacciona despierta ante el atropello.
Por lo demás, este tipo de pragmatismo sirve para manejar ciertos problemas, pero resulta más bien un obstáculo a la hora de enfrentar problemas complejos y de largo plazo. No es de extrañar, por lo mismo, que uno y otro gobierno se estrellaran contra la misma pared a la hora de abordar un conflicto enorme como el de la Araucanía. En esto la fallida visita de la ministra Siches a Temucuicui es una perfecta continuación de la política que la precedió: en ambos casos hay una fe ciega en que se tiene las herramientas adecuadas para resolver los problemas, que solo hay que partir al sur y desplegarlas. Ahora que vamos nosotros, las puertas antes cerradas se abrirán. Terminar huyendo de un tiroteo es una ilustración bien nítida de dónde se puede terminar al seguir esta ya transitada ruta. Tal vez un reconocimiento de que no conocemos lo suficiente los problemas de la Araucanía sería hoy lo más recomendable para políticos de uno y otro signo.
Un cuarto rasgo compartido se desprende con naturalidad de lo anterior: una inaudita incapacidad para controlar la agenda, para efectivamente gobernar mediante el uso de la palabra. Estamos aún lejos, por cierto, de llegar a los abismos de esta incapacidad que exhibió el gobierno de Piñera. Fue ese el camino hacia el desfonde y fue así, en buena medida, como terminó gobernando el Congreso. Pero aunque estemos lejos, ya vemos el germen de esa misma disposición. Lo ilustra una vez más la política de retiros, que ha llevado a la primera gran claudicación del gobierno y que –como en el último año y medio de Piñera– de facto deja el gobierno en manos del parlamento. Lo ilustran también las livianas y falsas acusaciones levantadas por la ministra Siches a propósito de la deportación de extranjeros.
El mayor anuncio que tenía el gobierno en este primer mes –su paquete de ayudas económicas– se vio hundido en el olvido por este nulo control de agenda. No es la primera vez que vemos algo así, y seguramente no será la última. Boric no ha superado ninguno de los problemas de Piñera, que todos creímos que eran de Piñera. Por lo que al corto plazo respecta, no es un balance que dé mucha esperanza. Pero si algún sector o movimiento nos va a sacar en el futuro del embrollo en que estamos, aquí tiene al menos por contraste unas pistas de lo que debe evitar.
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