Es evidente que buena parte de la población no fue a votar a la última elección de consejeros pensando en el tipo de Constitución que quería para Chile, sino más bien por una subjetividad distinta a la cuestión constitucional.
En diciembre de 2019, la encuesta CEP mostraba que los tres problemas a los que debería dedicar mayor esfuerzo el gobierno eran pensiones, salud y educación. Tres años más tarde, en diciembre de 2022, la CEP mostró un panorama muy distinto donde la categoría “delincuencia, asaltos y robos” se situó de lejos en el primer lugar y narcotráfico e inmigración tuvieron los mayores saltos porcentuales.
Ese mismo diciembre de 2022, el Partido Republicano no subscribió el acuerdo político para habilitar un nuevo proceso constituyente. Y sucedió que, sin valorar la idea de una nueva Constitución, los republicanos ganaron, dando muestras de que la ciudadanía no experimentó las elecciones del 7M como constitucionales.
Subjetivamente, el 7M se vivió como como una deliberación sobre seguridad, narcotráfico e inmigración. Todos, temas con los cuales la marca Republicanos y su mentor José Antonio Kast estaban más asociados y mejor posicionados que las otras coaliciones. En síntesis, el Servel propuso una elección constitucional y el votante dispuso una votación coyuntural.
Hasta aquí lo más evidente y, posiblemente, más coyuntural. Pero adentrémonos más en las subjetividades electorales a propósito de esto que los politólogos llaman clivajes sociales.
Si, como han señalado, entre otros, Pepe Auth y Eugenio Tironi, el plebiscito de septiembre del año 2022 fue la primera elección desde el retorno a la democracia que no tuvo como parteaguas al Sí y el No a Pinochet de 1988, y la elección del 7M de 2023 tuvo resultados similares al Apruebo y Rechazo de 2022, quizás haya una secuela poco evidente pero profunda de esas dos elecciones.
Posible secuela electoral que nos lleva a un espacio de reflexión para el que importan más las preguntas que las respuestas. ¿Qué subjetividades sociales pudieron haber sostenido electoralmente por tan largo tiempo ese clivaje del Sí y el No a Pinochet en 1988? ¿En qué medida esa toma de posición en contra de la continuidad de la dictadura ayudó a la centroizquierda a mantener ininterrumpidamente el poder por más de 20 años?
¿Habrá sido ese clivaje instalado hace ya hace 35 años el que ha impedido la llegada de un Presidente que le dio el Sí a Pinochet? Si, además, desde el retorno a la democracia, con voto voluntario u obligatorio, nunca la derecha había podido superar el 50% de los votos en elecciones por partidos, ¿qué pasó el 4S y se replicó el 7M que dejó tan bien parada a la derecha?
¿Será que -entre otras cosas-, detrás del clivaje del año 1988 se escondía el hecho que los grupos menos ideologizados, los despolitizados, en general preferían a quienes no habían estado del lado de la dictadura?
Visto así, es posible que el clivaje del 88 (autoritarismo vs. democracia) haya estado articulado en torno a una subjetividad social dominante que, por años, elección tras elección, puso una suerte de parteaguas moral. Una segmentación entre los candidatos que hicieron lo correcto desde la perspectiva moral dominante y los que apoyaron la continuidad del régimen ese octubre de 1988.
Superioridad moral que por años benefició a la Concertación y de la que luego se quiso apropiar el Frente Amplio impugnando moralmente los años de la Transición. “Nuestra escala de valores dista de la generación que nos antecedió”, en palabras del ministro Giorgio Jackson.
Vueltas de la vida, si hay algo que podría sostener en el tiempo un nuevo clivaje como el nacido del Apruebo-Rechazo en 2022, antes que los temas coyunturales que le dieron el triunfo a Republicanos, sería la consolidación de una nueva subjetividad dominante en torno a lo moral.
Si en su día, la Concertación y la Nueva Mayoría se vieron favorecidas por haberle dicho NO a Pinochet en 1988, es posible pensar que, en adelante, una nueva coalición política, esta vez entre la centroderecha y la derecha, se vea favorecida por haberle dicho NO a quienes incitaron a la refundación del país en 2022.
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Estar incómodos, implica reconocer que, aunque hemos avanzado, aún queda mucho por hacer. Es sacarnos la venda de los ojos y entender que el “verdadero progreso” no se mide solo en cifras, sino en la capacidad de construir una sociedad más justa, donde todos tengan la posibilidad de vivir con dignidad.