Así como la pandemia salvó al gobierno de Sebastián Piñera poniendo término a las asonadas insurreccionales, los incendios de Ñuble, Bio bio y la Araucanía, están salvando la popularidad del presidente Gabriel Boric. Lo común en ambos casos es el aprovechamiento de una crisis para convertirla en una oportunidad.
En el primer caso, se trató de poner por delante la capacidad de gestión empresarial que permitió ampliar la capacidad hospitalaria y vacunar tempranamente a la población; en el segundo caso se trató de reaccionar sino con toda la eficiencia, sí con toda la voluntad y la cercanía con las personas azotadas por los incendios.
El error sería sobre interpretar esta mejor evaluación ciudadana -disparada por la reacción ante una circunstancia fortuita, los incendios- y creer que no es necesario afrontar las necesidades de cambio tanto de relato y promesa, como dijo la ministra Tohá, como de personal que han tenido al gobierno con tan precario apoyo ciudadano.
Superado el trance de los mega incendios y quedando pendiente el enorme desafío de la reconstrucción de las viviendas, escuelas y campos productivos, el presidente debería asumir que una golondrina no hace verano y profundizar el camino de los acuerdos que el país lleva esperando desde septiembre del año pasado.
Admitir que no hay deslealtad hacia las promesas iniciales en asumir las realidades cambiantes de un país complejo que exige a sus gobernantes atenerse a los hechos, los porfiados hechos, dejando los sueños como lo que son. Esto no implica que el gobierno debiera dedicarse a una administración chata y sin perspectiva, o abandonar su voluntad de cambio, sino comprender que el camino de las reformas importantes y sostenibles en el tiempo es gradual, escalonado, continuo, fruto de acuerdos de amplias mayorías.
La conformación el día de hoy de la Comisión Experta y del Comité Técnico de Admisibilidad del nuevo proceso constituyente debiera traer al país la energía necesaria para retomar con optimismo el camino de construcción de una Constitución nacida en democracia.
La cambiante subjetividad de los chilenos -que las encuestas evidencian- no debe hacer olvidar los retos de fondo que el gobierno y el proceso constitucional deben encarar: quizás el principal, concebir un sistema político que fortalezca la democracia alejando el peligro del populismo y el autoritarismo.
Un sistema electoral y de partidos que termine con la fragmentación; un sistema de justicia que afirme la autonomía e independencia del poder judicial; un sistema político que equilibre de mejor manera el rol del parlamento y el ejecutivo permitiendo que las mayorías electorales puedan llevar a cabo sus propuestas.
La conmemoración de los 50 años del golpe de estado ciertamente reavivará fricciones políticas y heridas mal curadas, pero el contexto del debate constitucional es también una buena oportunidad para mostrar que los chilenos hemos aprendido de una experiencia dolorosa.
Ciertamente harán falta gestos que tras medio siglo nos permitan conciliar mejor las distintas miradas que hay en el país sobre la historia reciente.
Son buenos días para un nuevo comienzo de un gobierno que a un año aún no encuentra su promesa.
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