El caso Hermosilla es una bomba de racimo, eyectada sobre nuestro sistema político y judicial. Pero, para que su impacto sea más devastador y su radio de alcance más extenso, la detonación parece ser controlada con un calculado temporizador. Cada día aparece un nuevo antecedente, una nueva conversación por WhatsApp, con nuevos alcances y más personas ligadas a la trama de poder. Algunas de manera justificada, otras injustamente intentan ser vinculadas. Pero, en un campo minado como este, lamentablemente siempre hay falsos positivos.
Las lecturas del prodigioso escritor nacional Benjamin Labatut nos han enseñado que la bomba atómica no solo cambió el mundo, sino que reveló algo esencial sobre nosotros mismos: que, en nuestra frenética búsqueda por el control del entorno, quedan al descubierto los abismos más oscuros de la propia condición humana. El WhatsApp de Hermosilla es una bomba, ¿qué duda cabe? La tormenta de fuego ya se inició, y lo único que parece estar en cuestión es hasta dónde llegará la devastación.
En este complejo tablero, la centroderecha parece paralizada. ¿Es tan difícil explicar que personas como Hermosilla no defienden idearios? Hermosilla no actuaba orientado por principios, únicamente defendía intereses, muchos de ellos espurios.
Mientras tanto, el Gobierno ha hecho un cálculo frío, estimando que la difusión de las conversaciones de Hermosilla afecta más a la oposición. Entonces, de manera temeraria, han ido por todo (y por todos) los personeros clave de este conglomerado. Si, en el camino, algún chat involucra a alguien del oficialismo, probablemente del Socialismo Democrático, el diseño parece dispuesto a tolerar bajas propias, si el objetivo final es ganar la guerra.
Por su parte, el Presidente, con su habitual plasticidad para adecuarse a los contextos, se ha mostrado dispuesto a liderar esta estratagema populista que intenta dividir a la sociedad en una narrativa maniquea donde hay una élite culpable, corrupta, contrapuesta a un pueblo inocente, probo y abusado. Ubicándose él y los suyos, de manera impostada, en el segundo grupo, cuando todos sabemos que no es así. Sin ir más lejos, Hermosilla era el abogado de su hombre más cercano en el corazón de La Moneda: su Jefe de Asesores Miguel Crispi.
Entre medio, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) le ha dado una importante ofrenda al oficialismo: un marco teórico y conceptual idóneo para decodificar el momento político, señalando que el malestar y la desafección ciudadana se vincularían principalmente a la incapacidad del sistema político para interpretar y conducir las demandas del estallido o los anhelos de reformas estructurales ¿Por qué nos cuesta cambiar? Fundamentalmente porque las élites políticas y empresariales actuarían como “villanos”: actores que obstaculizan los avances. Un enfoque muy cuestionable, pero no por eso menos funcional, por cierto, para la narrativa del Gobierno.
En las próximas semanas y meses, veremos a un Gobierno que no solo intentará controlar la agenda política, sino también capitalizarla. Un “nuevo impulso legislativo”, lo ha denominado el Presidente, con fin al Crédito con Aval del Estado, proyecto de ley de eutanasia, levantamiento del secreto de la Comisión Valech, entre otros.
Quizás el único hito a corto plazo en el que la oposición pueda levantar la mirada para ofrecer una propuesta con sentido a la ciudadanía sea el próximo 18 de octubre, cuando se cumplirán cinco años de la asonada que desestabilizó nuestra democracia, con la comparecencia de una izquierda que hoy domina el oficialismo y que no titubeó en avalar o guardar un silencio cómplice ante la reivindicación de la violencia como recurso de acción política.
Los cinco años del estallido serán una oportunidad para disputar culturalmente el sentido de los acontecimientos. Como bien han señalado algunas voces oficialistas, para ellos el “programa de octubre de 2019” sigue latente, y sabemos que las derrotas en política nunca son definitivas.
Por eso, la oposición debe sacudirse pronto del Caso Hermosilla, porque la parálisis actual no es una buena estrategia ante la inminente arremetida del programa “octubrista”.
La verdadera munición de la izquierda no son los WhatsApp de Hermosilla, sino las ideas del texto constitucional del 38%, y volverán a él cuantas veces sea necesario.
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