Octubre 15, 2022

El costo de “meterle inestabilidad al país”. Por Kenneth Bunker

Ex-Ante
Crédito: Agencia Uno.

La responsabilidad de proponer una agenda expansiva en tiempos difíciles será determinada por la historia, pero desde ya que no pinta para bien. Hay mucha tiza trazada. Hay muchas posiciones políticas predefinidas que complican la revisión de ideas bajo nuevas luces sin el riesgo de la cancelación por traición ideológica. Y por lo mismo, es difícil ver que el gobierno quiera revertir su estrategia. Es difícil ver que el gobierno quiera ir en contra del programa redactado por el Partido Comunista y, secundariamente, por el Frente Amplio, y admitir que se equivocó.


Antes de la elección presidencial de 2021, el secretario general de Revolución Democrática, entonces candidato a senador de su coalición en la Región Metropolitana, y hoy embajador (en vilo) de Chile en Brasil, Sebastián Depolo, afirmó en una extensa entrevista a El Mercurio que para lograr los cambios que Chile requería, su sector tendría que “meterle inestabilidad al país”.

La lógica de la frase trasparentaba lo que para muchos ya era obvio: que para llevar el país del punto A (el lugar en que se encontraba gracias a los extensos gobiernos de la centroizquierda y la coalición de la derecha) al punto B (el lugar propuesto por Apruebo Dignidad) necesariamente tendrían que ocurrir rupturas y disrupciones que desequilibrarán el statu quo, pero, que al final de todo, se justificaría por los resultados conseguidos.

La idea no es nueva: todo cambio a ordenes establecidos traen costos. Y, por lo mismo, las elecciones suelen girar en torno a la magnitud de esos costos. Allí, la izquierda suele proponer en que los costos son transaccionales, porque al final rinden ganancias con intereses, mientras que la derecha, por el contrario, suele insistir que los costos son altos, y que rara vez son autofinanciables.

Por cierto, quienes se posicionan en los puntos intermedios de este continuo son quienes tienden a ganar: la centroizquierda y la centroderecha, que ofrecen cambios graduales (naturalmente, a distintas velocidades). En el caso de Chile, hasta marzo de 2022, todos los gobiernos habían sido graduales. Desde marzo de 2022, asume por primera vez un gobierno relativamente más extremo.

Esta victoria electoral y ascenso al poder de Apruebo Dignidad permite examinar la propuesta de Depolo con mayor detención: “que los costos de las transformaciones valen la inestabilidad que las condicionan”. Para evaluarlo, es cosa de mirar algunos de los principales indicadores que miden calidad de vida, y que podrían no solo reflejan los vaivenes observados ex-ante (como tendencias de aprobación política), sino que también alzas y bajas ex-post (como tendencias en los mercados de capitales).

Ahora, evidentemente, a solo siete meses de gobierno, la respuesta solo puede ser parcial. Pero, considerando que la mayoría de las familias que vive en el país vive mes a mes, los efectos no pueden ser subestimados. Después de todo, el impacto de la inestabilidad no se paga en cómodas cuotas, se paga todo de una, al contado.

Hasta ahora, estos indicadores, de todo tipo, sociales, políticos, económicos, entre otros, efectivamente muestran que Chile está pasando por un momento de inestabilidad, como oportunamente advirtió Depolo. Y por lo mismo, presumiblemente, habrá más de uno que presuma que todo va de acorde el plan (inductivamente, “inestabilidad debe ser una señal de que avanza”). A lo don Quijote, si los perros ladran debe ser porque el programa de Apruebo Dignidad se está cumpliendo. Es al menos lo que se ve desde el exterior.

Un artículo publicado esta semana en Bloomberg muestra elocuentemente que la volatilidad del peso chileno es la más alta del mundo después del rublo ruso. Un hecho increíble pero que seguramente unos cuantos  más interpretarán como parte del plan.

Ahora, el asunto no acaba ahí. Quizás si el camino a la realización del programa de Apruebo Dignidad estuviera solamente pavimentado de inestabilidad, no habría mucho que comentar. Después de todo, la inestabilidad es un costo teóricamente hundido. Pero, lamentablemente, hay más. Lo que muestran los datos es que, no solo hay inestabilidad, sino que hay retrocesos. No es que los indicadores suben y bajan para quedar donde mismo, es que suben y bajan con tendencia a la baja.

Esta idea está mejor capturada por el análisis hecho por la agencia crediticia Moodys, que acaba de bajar a Chile una categoría, luego de observar fuertes tendencias fiscales a la baja, perspectivas de crecimiento modestas, aumentos graduales en la deuda externa, y la clara intención del gobierno de seguir gastando a pesar de todo lo anterior.

Esa es la punta del iceberg, pues si el estado de la economía no se mantiene en el mismo lugar en promedio, y en cambio va progresivamente a la baja, no es inestabilidad económica, es deterioro económico. Esto es consistente con lo que ven los analistas de Citi, que esperan que los precios aumenten un 13,5 por ciento este año y que las tasas alcancen un máximo del 12 por ciento en diciembre.

El ministro de Hacienda, Mario Marcel, ya había admitido que la situación se volvería dura, pero las proyecciones económicas para el país sorprendieron a todos esta semana, cuando la OCDE, según Nasdaq, anticipó que el país caería en recesión en 2023. Un hecho que sería la explicado por políticas fiscales expansivas e irresponsables (como los bonos y los retiros de fondos de pensiones que se hicieron dentro y fuera del marco de la pandemia).

Ahora bien, la inestabilidad no se debe solo a lo económico. Se debe también lo que ocurre a su alrededor. Por ejemplo, la inestabilidad que ha alejado a inversionistas, ha empujado fuga de capitales, y ha llevado a al menos a una agencia crediticia a bajarle el rating a Chile, también se debe a otros factores, como los vaivenes políticos de un gobierno que decidió postergar su iniciativa legislativa por seis meses (a la espera del plebiscito), y que desde que puso manos a la obra solo ha logrado instalar más dudas sobre el rumbo del país.

Un ejemplo de esta falta de claridad es cuando mediante su contingente legislativo estableció condiciones para negociar el proceso constituyente, o cuando decidió dejar en visto la aprobación del TPP-11 por parte del Congreso para avanzar por el camino de las “side letters”.

Por cierto, la inestabilidad social tampoco ayuda. Enlazando lo económico con lo político está la reciente noticia, dada a conocer esta semana por Reuters, de los asaltos a los trenes transportadores de metales en el norte. La rama ferroviaria FCAB del Grupo Antofagasta anunció la suspensión indefinida del transporte de cobre debido a robos en las líneas de la región. Por su puesto, es problemático por el peso que tiene el cobre en el neto de las exportaciones del país, pero no es sorpresivo, pues el clima de violencia y de delincuencia viene aumentado sin precedentes desde mucho antes que comenzarán los robos al estilo del viejo oeste. Es, en ese sentido, un síntoma de un problema mucho más profundo que se viene arrastrando desde al menos el Estallido Social, y no un problema aislado.

La encuesta Ipsos de septiembre, por ejemplo, muestra que el crimen y la violencia es el tema que más les preocupa a los chilenos. El porcentaje es tan alto, que tiene al país ampliamente sobre el promedio global (26%) y en la primera posición del ranking mundial. Según la encuestadora, no hay otro país en el mundo que tenga a sus ciudadanos más preocupados de la delincuencia que Chile.

Está de más decirlo, porque es obvio la sensación de las personas no es imaginaria. Basta ver los indicadores de asaltos, homicidios, portonazos y encerronas en todas las grandes ciudades, y el desgaste que ha ocurrido con las fuerzas armadas para entenderlo. Esta semana Carabineros rompió un triste récord al sumar tres funcionarios asesinados en el curso de un año.

En fin, la lista sigue y suma. La inestabilidad aumenta, pero peor que eso, las tendencias van a la baja. Hoy el país es más pobre, y probablemente, más desigual que antes. Jóvenes que hace solo unos años podían aspirar a comprar una casa propia, hoy no lo pueden hacer. Vecinos no se sienten seguros ni en sus barrios ni en sus casas.

Políticamente, desde el gobierno, se sugiere que la solución a estos males, y otros, sería precisamente mediante las reformas estructurales profundas que ellos proponen, justificando la ejecución de su plan presentado en el programa de 2021. Pero, salvo algunos argumentos tangenciales, no hay evidencia de que incluso si el gobierno logra llevar a cabo su programa, podrá revertir el daño causado en los últimos años. Ciertamente no podrá comenzar a construir de la base que heredó de sus predecesores.

La mejor interpretación de la “inestabilidad como medio”, de la cual hablaba Depolo, probablemente sería suponer que camino a los anhelados cambios no se sacrificaría nada de lo que se ha ganado. Presumiblemente, el costo sería “no ganar” en lo inmediato. Pero, claramente no es lo que está ocurriendo. No solo se está dejando de ganar, sino que se está derechamente retrocediendo. Y los retrocesos no son ni triviales ni transitorios. Los retrocesos son profundos y tendrán inevitables consecuencias a largo plazo.

Por ejemplo, el costo de no haberle abierto el colegio a los niños no se recupera con el tiempo. El costo está hundido. Lo mismo va con la deuda externa, la inflación, la validación de la delincuencia bajo ciertas circunstancias (políticamente convenientes), y la relativización de la autoridad de las fuerzas armadas.

La responsabilidad de proponer una agenda expansiva en tiempos difíciles será determinada por la historia, pero desde ya que no pinta para bien. Hay mucha tiza trazada. Hay muchas posiciones políticas predefinidas que complican la revisión de ideas bajo nuevas luces sin el riesgo de la cancelación por traición ideológica. Y por lo mismo, es difícil ver que el gobierno quiera revertir su estrategia. Es difícil ver que el gobierno quiera ir en contra del programa redactado por el Partido Comunista y, secundariamente, por el Frente Amplio, y admitir que se equivocó. Es difícil anticipar que un día, de la nada, Depolo de vuelva a dar una entrevista en que sostenga que la inestabilidad en realidad no valía la pena, que en verdad las cosas no estaban tan mal como se presentaron, y que se pudo haber propuesto algo mucho más gradual.

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