Si se mira con cierta perspectiva, el desafío de formar a quienes serán los futuros habitantes de una nación es tal vez el más complejo y crítico de todos para la sociedad en su conjunto y para sus gobiernos. Es ahí donde se definen y construyen futuros que se expresarán en uno o dos siglos de distancia, y esto no es una exageración. Un niño o niña que nació en el año 2000, que pasará por todo el proceso educativo hasta el año 2024 si es que se tituló como profesional, jubilará en 2060 o 2070.
Este “millenial” nacido en 2000 influirá y será influido por el mundo laboral, cultural, valórico o político hasta 2080. Pero no es sólo eso. Influirá en sus hijos y nietos, y está demostrado hasta la saciedad que la formación del capital cultural en el hogar es uno de los elementos más decisivos en el desempeño de los estudiantes. Por ende, si este “millenial” tiene hijos en el año 2040, estos a su vez repetirán el ciclo hasta el año 2120… en lo bueno, pero también en lo malo que la herencia cognitiva, cultural y valórica se transmite inter-generacionalmente.
Las decisiones que tomemos hoy en el ámbito de la educación y formación de personas tendrán un impacto inevitable al menos a lo largo del siglo XXII.
Hoy, muchos hablan de que, en lugar de invertir en el CAE o en la Deuda Histórica de los profesores, es necesario hacerlo en educación inicial. Esto es ciertamente correcto, pero pocos especifican en qué y cómo hacerlo.
Un dato relevante: la rentabilidad social de un peso invertido en la infancia temprana es nada menos que siete veces mayor que un peso invertido en educación superior o en capacitación laboral, no solo por los mejores rendimientos escolares futuros, sino también por la menor incidencia futura de drogadicción y delincuencia, una mayor esperanza de ingresos, y por la mejoría en el acceso de las madres al trabajo, cuestión crucial para el crecimiento económico del país.
Lamentablemente, esta convicción conceptual no ha llegado a la mayoría de nuestras autoridades o, si ha llegado, no se ha materializado hasta ahora en medidas osadas de política pública.
Entre otras cosas, en aquellas etapas más críticas de la vida, es decir entre 0 y 6 años, en que la formación cognitiva y emocional tendrá los efectos más duraderos, es precisamente donde nos hemos preocupado menos por la cantidad y calidad de la formación de las educadoras de párvulos.
Es necesario establecer a la educación inicial universal y de calidad como la prioridad principal del país, tanto técnica, como financiera y de formación de profesionales calificados.
Esto requiere de un enfoque integral, lo que implica: a) aumentos drásticos de cobertura, especialmente en los segmentos más pobres y rurales y sobre todo en el segmento de 0 a 3 años; b) mejoras drásticas en la proporción de profesionales por niños; c) un aumento significativo en la remuneración de las educadoras de párvulos, de manera que esta sea una carrera profesional atractiva; d) una mejora cualitativa en su proceso formativo; y por ende e) un aumento progresivo pero significativo del gasto en esta etapa.
El 2,2% del PIB que destina Chile a primera infancia (no solo en educación sino también otros gastos) está por debajo de los recursos invertidos por los países de la OECD.
Es deseable además la ampliación de cobertura en la etapa de 0 a 3 años a través de la creación de miles de nuevos Centros de Aprendizaje Familar, o bien por la transformación de centros ya existentes, de manera que los apoderados puedan optar a llevar a los niños de tiempo completo o bien de tiempo parcial, o en horarios muy flexibles, acompañados del padre, la madre o el cuidador, que bien podría ser un abuelo o tía mientras sus padres trabajan, entregándole así a los adultos responsables las herramientas necesarias para el aprendizaje, estimulación y bienestar de los niños en el hogar.
Esta sería una fórmula más barata, de más rápido despliegue y mucho más eficaz que aumentar el número de centros infantiles convencionales.
En suma, es necesario invertir en la base de la pirámide educativa antes que en la etapa escolar o superior, y de no hacerse, los resultados continuarán estancados en mediciones como el SIMCE o lo que es peor, en las necesarias habilidades para el siglo XXI que es imprescindible inculcar a los estudiantes del futuro. El impacto de las decisiones que tomemos hoy -o que no tomemos- se extenderá hasta el siglo XXII. No es una exageración.
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