No cabe duda de que Gabriel Boric es el representante de una nueva generación que toma la posta de quienes, ahora ya cansados y canosos, derrotaron a Pinochet. Hay una continuidad histórica básica, que por lo demás se refleja en los resultados idénticos del plebiscito del 88 y de esta elección.
Pero, desde otra mirada, también se podría decir que Gabriel Boric es un Lucky Man, un hombre de suerte. Al menos en materia electoral, aunque ha asumido desafíos difíciles de reportar, su vida ha estado marcada por el éxito.
En 2012 le arrebató la presidencia de la FECH nada menos que a Camila Vallejo, entonces la líder glamorosa e indiscutida del movimiento estudiantil. En 2013 quebró el sistema binominal obteniendo como independiente el 26% de los votos, elegido diputado por la región de Magallanes; en 2021, reuniendo las firmas en tiempo récord, se convirtió en un improvisado pre candidato del Frente Amplio para derrotar en una primaria que parecía imposible al alcalde comunista Daniel Jadue, convirtiéndose así en el candidato presidencial de la izquierda para, como hemos visto en estos últimos días, imponerse con la votación más alta jamás obtenida por un candidato presidencial en Chile, con solo 35 años de edad.
Pero el presidente electo Gabriel Boric no ha sido solamente un fenómeno electoral, Su vida política, aunque breve, es representativa de una generación política que en solo una década fue capaz de “matar al padre” poniendo en jaque a toda la clase política dominada hasta entonces por los actores de la transición.
Sus logros encuentran explicación en el agotamiento político y generacional de la centroizquierda y en la decisión de Boric, Jackson y varios más, de desarrollar un domicilio político propio -RD y luego el Frente Amplio- desde el cual hablarle al país y promover su agenda de cambios.
Se reencontraron en ese camino con Camila Vallejo y Karol Cariola que, sin acompañarlos en sus nuevos movimientos o partidos, sino desde el disciplinado Partido Comunista, los apañaron lealmente en todas sus aventuras, compartiendo en gran medida una misma sensibilidad, que podríamos denominar moderna, transformadora, feminista.
Si por momentos Boric pareció el joven rebelde e irreverente que no solo no aceptaba la corbata hasta entonces obligatoria en la sala de la Cámara de Diputados, sino que además provocaba al establishment con polémicas visitas y horrorosas camisetas, también fue evolucionando hacia un personaje de diálogo y apertura, preocupado cada día más de ayudar a mejoras concretas para la calidad de vida de las personas que a responder a grandes consignas y propósitos utópicos.
Así por ejemplo, lo vimos participando en la Comisión de políticas para la Infancia que impulsó el gobierno de Sebastián Piñera y, sobre todo, cruzar los puentes la noche del 15 de noviembre 2019 para -a título personal- firmar el acuerdo que canalizó institucionalmente la protesta social y abrió el camino al inédito proceso constituyente que estamos viviendo. Un acto de valor político poco común en Chile.
Durante la pasada campaña presidencial, especialmente tras la frustrante votación obtenida en la primera vuelta, en que sólo un 25% del electorado les brindó su apoyo, Boric comprendió que debía ampliar las bases políticas de su candidatura abandonando una cierta soberbia generacional y acudiendo con ánimo de reconciliación a figuras icónicas de la centroizquierda, como Ricardo Lagos, Carmen Frei y Michelle Bachelet, moderando el ritmo de aplicación de su programa de gobierno dejándose asistir por economistas con experiencia de gobierno, y asumiendo las demandas ciudadanas por orden público y combate a la delincuencia, hasta entonces no admitidas.
Pero, sería engañoso creer que los casi tres millones de votos que separan al Boric de la primera vuelta del Boric del balotaje, son solo producto de la ampliación de la base política. El fenómeno es más profundo, es generacional y es cultural. Representa mareas profundas de la sociedad chilena, que vienen al menos desde la década del setenta, de la experiencia de la Unidad Popular y el trauma de la dictadura, pero que se han fortalecido especialmente desde el feminismo en los últimos años.
Pero también, el éxito de Boric tiene que ver con el talante del personaje, con su coraje político y capacidad de resiliencia, con la honestidad de quien reconoce sus errores sin ocultarlos, con la credibilidad que genera su actitud, con la humanidad que fue capaz de proyectar en contraste con su rival.
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