-Conociste a la Reina Isabel II, un personaje que ha marcado la historia británica durante siete décadas. ¿Cuál es la impresión que te dio? ¿Era intimidante, por lo que representaba?
-Una de las veces que la conocí fue al presentar mis credenciales. Fui con mi señora y 4 otros colegas de la Embajada. Es un acto muy generoso de parte de ella. Cada embajador tiene una ceremonia individual y ella le da a cada uno 15 minutos. Cada embajador es recogido de su residencia en un carruaje y así vuelve cuando termina.
No era nada intimidante estar con ella. Era cariñosa, llena de vida, con mucho humor. Sabía mucho de uno y mucho de Chile. La conversación con ella era amena y fluida. Yo concluí que era una mujer extraordinaria.
-Isabel II tuvo el reinado más largo de un monarca británico. Le tocaron 15 primeros ministros, entre ellos Churchill. ¿Hubo alguno con el que tuviera una afinidad especial o siempre guardó una rigurosa neutralidad?
-Yo me imagino que en el fondo era rigurosamente neutral, si bien como ser humano puede haber tenido preferencias. Lo increíble de la reina era su capacidad en general para contener o subordinar sus preferencias personales.
Hay una obra de teatro que después fue una película dirigida por Stephen Frears, con Helen Mirren, en que se le ve una preferencia por el primer ministro laborista Harold Wilson (1964-70 y 1974-76). Como él era de clase media baja esa supuesta sintonía hace buen teatro pero quién sabe en realidad cómo era. Yo creo que ella tuvo una relación cordial con todos, pero la que tuvo con Churchill tiene que haber sido muy especial porque él la conoció de niña. Podría haber sido su abuelo—era mucho mayor que su padre Jorge VI. Obviamente Churchill fue una gran guía para ella cuando tuvo que asumir como reina con solo 25 años.
-Inglaterra tuvo un primer reinado isabelino entre 1558 y 1603. Fue la época de Shakespeare, de la consolidación del reino como potencia. ¿Qué paralelos pueden hacerse entre ambos reinados? ¿Cuál será el legado de Isabel II?
-Bueno, la segunda Isabel asume 349 años después de la muerte de la primera y los tiempos son muy distintos. Por otro lado la segunda Isabel es monarca constitucional…la primera mandaba, y cómo. Creo que ambos reinados son muy ricos en cultura. En el de Isabel II no hay un Shakespeare, pero sí grandes poetas, grandes novelistas, pintores como Freud y Bacon, arquitectos como Foster o Rogers. Una diferencia grande es que en la época de Isabel I Inglaterra aumentaba su poder mientras que en la de Isabel II el poder del país va disminuyendo. No nos olvidemos que cuando la Reina asume ella habla del imperio británico. Salvo unas colonias menores, ese imperio dejó de existir durante su reinado. En cuanto a su legado, yo apuntaría a su capacidad para postergarse a sí mismo para honrar a las instituciones británicas, sin cambiarlas innecesariamente. Eso le dio mucha estabilidad al país en períodos de grandes cambios.
-Carlos III es el rey que llega tras una “eterna espera”. Pese a sus críticos, algunos sostienen que se ha preparado bien. ¿Será capaz de responder a los desafíos del presente y renovar a la monarquía?
-Yo creo que sí. Es un hombre inteligente, culto y visionario. Empezó a preocuparse hace mucho tiempo del medio ambiente y del cambio climático y esos son tremendos temas hoy día. Hay quienes temen que se va a meter demasiado en los quehaceres de los gobiernos, pero no lo creo—ha dejado muy en claro que sabe que no es lo mismo ser rey que ser Príncipe de Gales. Estoy seguro que continuará con la prescindencia que practicó su madre. Creo que sí va a tener ideas para renovar la monarquía, pero también él sabe que una de las funciones de la monarquía es la de proveer continuidad en un mundo que cambia con creciente velocidad. Necesitamos anclas, tradiciones, para sentirnos parte de un relato largo y no de un puro presente efímero, y las monarquías las proveen. Por eso no creo que los cambios que haga Carlos sean radicales. El sabe que con las monarquías y la continuidad que proveen, se contienen las soberbias refundacionales de quienes buscan borrón y cuenta nueva, como si el mundo hubiera comenzado con ellos.
-Hace poco llegaste a Chile. ¿Cómo ves el estado de ánimo del país? Ricardo Lagos dijo que había un “estado de odiosidad”. ¿Compartes ese pesimismo?
-No quise hablar en público de temas contingentes hasta que se cumplieran seis meses de dejar la embajada. Bueno, se cumplen hoy mismo así que que voy a permitirme algunos comentarios.
No hay duda que ha habido mucha odiosidad en el país pero soy optimista. Tenemos un país magnífico. Tenemos la oportunidad ahora de escribir juntos una constitución que nos una. Ya hay buenas señales. Los políticos están mostrando señales de que van a subordinar sus pasiones al bien del país. Lo importante es que los vencedores sean magnánimos y que los vencidos sean humildes, y que ambos tengan la flexibilidad para negociar una salida. El plebiscito ha mostrado que hay una tremenda demanda por la moderación. Lo que necesitamos ahora es una oferta que la satisfaga.
-El domingo hubo una derrota apabullante de la propuesta de la Convención. ¿Cuál fue tu apreciación del anterior proceso constituyente y cómo avizoras el nuevo? ¿Crees que debe hacerse una pausa o cumplir rápidamente la promesa de una nueva constitución?
-El borrador que se plebiscitó tenía buenas ideas que hay que rescatar—la paridad, la preocupación por la naturaleza, los derechos sociales. Pero en su conjunto el borrador a mí me asustaba. Demasiado contrapeso que se eliminaba en el sistema político. Yo creo en el pecado original y por eso no creo que un gobierno deba tener demasiado poder. Creo que las mayorías pasajeras deben tener frenos. La alta volatilidad de los electorados es la prueba. Por eso no me gustan las constituciones de un Chávez, o un Orbán en Hungría. Como escribió Arturo Fontaine el otro día, ¿cómo habría sido el gobierno de Trump con una sola cámara, dominada por republicanos? Los Estados Unidos se salvan hasta ahora porque nadie logra tener el poder absoluto. En eso es crucial tener dos cámaras de poder equivalente. Por cierto también un poder judicial rigurosamente independiente. Por otro lado necesitamos en Chile un sistema electoral que atomice menos la representación política—de eso no había nada en el borrador. Finalmente el borrador ahuyentaba la inversión, sin la cual no hay ni desarrollo ni crecimiento del gasto social.
-Estos primeros seis meses han sido complejos para el Presidente Boric. Debió sacar a la primera mujer ministra del Interior y poner en su lugar a una ex figura concertacionista. ¿Te parece que el cambio de gabinete responde a las exigencias del momento político?
-Me parece positivo el cambio de gabinete. Ahora lo que necesitamos es una política pro inversión. Chile necesita incurrir en mucho gasto social, pero para eso se necesitan ingresos. Y esos ingresos no vendrán si no hay crecimiento, al menos que se crea que para conseguirlos basta con expropiar flujos o activos. Finalmente no habrá crecimiento sin inversión. Para que ésta ocurra el gobierno tendría que dar señales potentes para cambiar el clima. Necesita dar golpes de cátedra. Por ejemplo firmar el TLC con la UE y ratificar el TPP. Los inversionistas se preguntan por qué no lo hacemos. ¿Qué nos preocupa del TPP por ejemplo que no les preocupa al México de AMLO, al Perú de Castillo o a Vietnam? Algunos inversionistas se preguntan si son las cláusulas de protección de la inversión que no nos gustan y eso es fatal.
-La violencia ha vuelto a sacudir a Santiago, con protestas estudiantiles e interrupciones del Metro, trayendo a la memoria el estallido social. ¿La imagen internacional de Chile se ha visto severamente afectada?
-Obviamente la imagen de Chile fue afectada por el estallido no solo por su violencia sino por la noticia falsa, que divulgaron algunos, de que en Chile se habían atropellado los derechos humanos en forma sistemática, por política de gobierno. Creo que estos nuevos brotes de violencia no pasarán a mayores siempre y cuando el gobierno entienda que una gran mayoría de chilenos los repudia.
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