Julio 15, 2024

¿Cuán nueva es la “nueva izquierda”? Por Juan Luis Ossa

Historiador e investigador de Horizontal
Crédito: Agencia Uno.

Más que preocuparse de los sectores populares (los artesanos, obreros y proletarios industriales), el mundo frenteamplista ha puesto el foco en las “minorías”, las que pueden llegar a cubrir un amplísimo arco de grupos de interés. Son tantas, de hecho, que es imposible definirlas en un concepto único como el de clase.


Por donde se le mire, el gobierno del presidente Boric es una experimentación propia de laboratorio. Hay ministros y subsecretarios del Socialismo Democrático que se esfuerzan por cubrir o camuflar las chambonadas de sus socios de coalición, pero lo concreto es que estamos en manos de treintañeros voluntaristas que todavía sueñan con hacer la revolución. Es lo que en general se conoce como la “nueva izquierda”, compuesta a grandes rasgos, y a pesar de sus diferencias actuales, por el FA y el PC.

En lo que sigue me detendré sobre todo en el FA.

El frenteamplismo es una sumatoria de causas cuya reflexión ideológica inicial deja bastante que desear. En Chile hay muy buenos intelectuales de centroizquierda e izquierda -a muchos de los cuales considero colegas y amigos, en especial historiadores de la política de los siglos XIX y XX-, pero de ellos, me parece, no se cuelga una generación gobernante con una interpretación convincente sobre la realidad social.

Quizás es porque no se ha dado la oportunidad, quizás porque quienes nos gobiernan no los leen ni menos entienden. Cualquiera sea el caso, este es un problema de gran envergadura, ya que los proyectos políticos requieren de ideas comunes, compartidas y socializadas para perdurar en el tiempo. La experimentación aislada es, en este caso, una mala consejera.

Más allá de las citas aprendidas del trabajo de Laclau y Mouffe, de las frases altisonantes de Atria, Bassa y Ruiz, o de las acomodaciones en Chile de las tesis trasnochadas de Mazzucato y Palma, no se ve un corpus robusto de ideas y argumentos sólidos en el discurso frenteamplista. Más bien, tal como quedó de manifiesto en la Convención, al FA le acomoda la mezcla de extravagancias ideológicas, en tanto cada una de ellas compone un mundo en sí mismo, una identidad particular y particularista.

Hay quienes sostienen que la sustitución de la clase obrera por este caleidoscopio desordenado de intereses es menos esencialista -y, por ende, más útil para comprender a las sociedades complejas- que el marxismo clásico. En parte tienen razón: una vez caídos los socialismos reales a fines del siglo XX, la interpretación clasista del pasado y del futuro perdió casi toda su fuerza y razón de ser. Sin embargo, de ello no se desprende que los slogans de la nueva izquierda sean mejores ni más persuasivos, como tampoco que el FA haya dejado por completo de lado algunas prácticas marxistas.

Entramos aquí en un terreno peliagudo y hasta cierto punto paradójico. Por un lado, no parece correcto catalogar al FA de marxista, no al menos en el sentido que habitualmente se le da a dicho concepto: más que preocuparse de los sectores populares (los artesanos, obreros y proletarios industriales), el mundo frenteamplista ha puesto el foco en las “minorías”, las que pueden llegar a cubrir un amplísimo arco de grupos de interés. Son tantas, de hecho, que es imposible definirlas en un concepto único como el de clase.

Pero, por otro lado, tenemos que las identidades de este tipo generalmente se construyen en base a la diferenciación y el conflicto, es decir, siguiendo un modelo típicamente marxista-leninista. Allí donde los obreros se diferencian del patrón y el capital, el feminismo radical lo hace respecto del sistema patriarcal, los ecologistas de las forestales y los animalistas de la modernidad antropocéntrica. Son ellos o nosotros, los buenos o los malos, los amigos o los enemigos. No hay espacio para la mesura o los caminos intermedios. Todo o nada, de eso se trataría ni más ni menos que la vida en sociedad.

Entonces, puestos ante la pregunta de cuán nueva es la “nueva izquierda”, la respuesta es simple pero al mismo tiempo poco clarificadora: depende. Sí, depende de cuál sea nuestro acercamiento al problema y si acaso por izquierda marxista entenderemos una forma de hacer las cosas o una idea inmutable en el espacio y el tiempo.

Respecto a la primera opción, no cabe duda de que la interpretación universalista de Marx está entre las últimas prioridades del FA, y que por eso mismo la clase puede ser una camisa de fuerza que rivalice directamente con el particularismo identitario. Pero también es cierto que para muchos la violencia sigue siendo la “partera” de la historia (es cosa de recordar los días del estallido), y que, según esta máxima, la política es siempre lucha, nunca convencimiento.

Por supuesto, el identitarismo de derecha también existe, no solo en Chile sino en cada rincón del planeta. La diferencia es que esa derecha no ha ganado ninguna elección presidencial en nuestro país y que sus cuadros no se ufanan del intelectualismo como sí lo hacen los autodenominados progresistas. Que esto sea así no quiere decir, sin embargo, que no debamos preocuparnos de sus posturas y planes de gobierno. Al final de cuentas, aunque el laboratorio cambie de mano, laboratorio queda.

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