Encuentro en 1975. El escritor argentino Jorge Luis Borges pensaba que haber venido a Chile en 1976 le había costado el Nobel. Al economista Milton Friedman su visita a Santiago en 1975 también le valió fuertes críticas. En Chicago estudiantes pegaron afiches pidiendo su salida por juntarse con el dictador chileno.
Uno de esos afiches fue rescatado por Jennifer Burns, profesora de Historia de la Universidad de Stanford, autora de “Milton Friedman, el último conservador”, biografía del economista que, a diferencia de Borges, sí ganó el Nobel en 1976, un año después de su primera visita a Chile. Regresó al país en 1981.
Burns habló en detalle del padre del neoliberalismo durante un debate en el CEP, el miércoles por la tarde, junto a Rolf Lüders, “el único Chicago Boy que hizo su disertación de doctorado bajo Friedman”, como lo presentó Leonidas Montes, director del centro de estudios.
La sombra de Chile. Burns, que antes escribió un libro sobre Ayn Rand, la mítica autora libertaria, dice que es la primera vez que visita Chile, y espera que no sea la última. Reconoce que en todas partes donde ella ha presentado su obra no falta quién le pregunte sobre Chile. Cuenta que revisó 200 cajas en Stanford, donde Friedman pasó sus últimos años, incluyendo seis páginas inéditas sobre sus viajes a Santiago.
Burns quiere relevar el concepto norteamericano de conservador, en oposición a liberal (que en español se acerca al concepto de progresista). Pero descubrió cosas inesperadas, como el papel esencial que jugaron las mujeres en su carrera. “A medida que aprendía más sobre sus descubrimientos científicos más importantes y veía los archivos respecto de cómo sucedieron, siempre encontraba alguna mujer… Las mujeres lo llevaron a una forma profundamente empírica de pensar la economía”, dice.
La biógrafa muestra el primer paper de Friedman, donde plantea “un ingreso básico universal que se suele considerar una idea muy de izquierda. Suele plantearse en los círculos más progresistas en Estados Unidos. Este paper lo escribió alrededor del 39”.
Derribando mitos. Mostrando una foto en la Casa Blanca, cuenta la verdad de la relación entre Friedman y el Presidente Nixon (1969-1974). “A Friedman no le gustaba Richard Nixon. Sospechaba mucho de él, aunque a Richard Nixon sí le caía bien Friedman. El Presidente de EE.UU. quería caerle bien a Friedman, así que siempre estaba tratando de decir: Oye, Milton Friedman cree que estoy haciendo lo correcto”.
Pese a su paper sobre un ingreso universal, Burns rechaza la idea de que Friedman tuvo una etapa progresista en su juventud. “Hay un mito de que él era muy del Nuevo Trato o muy de izquierda, y que luego pasó a ser un liberal conservador más clásico. Pero yo no lo veo así. Desde el principio él favorecía la economía de mercado. Tenía mucho cuidado respecto de la idea de expandir el gobierno. En general es muy consistente en su orientación intelectual desde joven”.
Con Pinochet. Burns hace una revelación sobre Pinochet: “Friedman le comentó a Pinochet cuando se conocieron, que si liberaliza la economía, eventualmente va a tener que liberalizar la sociedad y las políticas. Friedman de verdad creía que estas dos cosas estaban conectadas. Y él encontró que el tiempo le dio la razón”.
La audiencia sigue intensamente la disertación. La biógrafa comenta: “Diría que la historia de Friedman en Chile es probablemente donde hay más mitos y leyendas. Pero el mismo Friedman se ha convertido en una leyenda y un mito”.
Las críticas. En ese momento interviene Rolf Lüders, quien con amabilidad hace una crítica nada menor al libro: el contexto. El exministro alaba la biografía, dice que está muy bien escrita y que se lee como una gran novela. Pero tiene diferencias con el enfoque: “La autora menciona a Friedman como político. Para mi siempre fue un técnico”.
Y luego, con tranquilidad pero sin medias tintas, hablando en inglés, Lüders ahonda en su crítica: “Creo que Jennifer no menciona lo suficiente el contexto en el que tuvo lugar la primera visita de Milton Friedman. Queda implícito en su descripción que había dos alternativas en su momento, a principios de los años 70: una alternativa era una economía de mercado bajo un régimen autoritario y la otra era una economía mixta y un régimen democrático. Y si lo ponemos de esa forma, al menos yo no tendría duda que obviamente elegiría la segunda alternativa”.
Entonces comenta: “Pero no creo que esas hayan sido las verdaderas opciones en su momento. Yo creo que las opciones en esa época eran una economía de mercado con un régimen autoritario, por un lado y por otro lado, una economía centralizada bajo un régimen totalitario. En ese caso elijo la primera. Eran tiempos de guerra fría”.
No hubo plan. Burns acepta la crítica con entereza. Pero con la misma fuerza, Lüders cuestiona otro punto del libro. “Yo creo que su primera visita no fue parte de un plan del gobierno. Jennifer habla sobre esta visita como parte de un plan. Es imposible, porque yo estuve directamente involucrado en esa primera visita, que fue producto del miedo que teníamos de que el presidente Pinochet, en esa época, optara por una alternativa nacionalista a la de los Chicago Boys”.
“De hecho, nosotros invitamos a Pinochet a recibir a Milton Friedman e inicialmente el gobierno rechazó la idea, y fue únicamente mucho más adelante que recibimos una llamada de la oficina del presidente Pinochet, porque efectivamente quería reunirse con Milton Friedman”.
Recuerda: “Cuando yo recibí a Milton Friedman en el aeropuerto para esa visita, él me dijo que iba a decir que el único sistema político consistente con la economía de mercado era la democracia. Y efectivamente le dijo eso a Pinochet. Y Pinochet no dijo nada. Solo movió su cabeza”.
Lüders también negó la influencia directa de Friedman en El Ladrillo, considerado por muchos la base teórica de la política económica de la dictadura militar. Leonidas Montes dijo que era un personaje que se ama u odia. Y Burns comentó: “Él aterraba a sus colegas y tenía el don de la palabra. Era rápido de pensamiento. Simplemente le salían ideas sin parar, y muchos de sus pares eran un poco más lentos. No podían pensar tan rápido como él. Entonces debatía contra alguien y lo destrozaba”.
En este punto Burns y Lüders coinciden: “Es absolutamente cierto que él era tan agudo, tan rápido y tan lógico, que era muy muy difícil como profesor. Y él siempre ganaba en los debates. Era tremendo como orador”, dice el economista chileno.
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