-La propuesta constitucional de Amarillos plantea una comisión elegida por el parlamento que redacte el texto. ¿No es inviable dada la reputación del Congreso?
-El principal peligro es que se ha ido diluyendo el interés de la gente por la nueva Constitución. Hay un cansancio, un hastío. La gente no está disponible para un nuevo experimento que se parezca siquiera a lo que fue la convención anterior. Chile ya vivió el experimento y fue un fracaso. El mecanismo rápidamente fue viciado y tomado por el populismo.
-¿Pero es realista el camino que proponen ustedes?
-Creemos que el camino más viable, más realista, más adecuado al estado anímico de la ciudadanía, es un Consejo Constituyente nombrado por el Congreso.
-¿De cuántas personas?
-No tenemos el número. Es una cosa que se podrá discutir y conversar.
-¿Serían solo expertos?
-No necesariamente, pueden haber expertos y no expertos. Lo que pasa es que la gente quedó tan saturada y tan decepcionada de los constituyentes que hoy día prefiere a los expertos. La señal que está mandando la población es que quiere gente seria, que haga la pega bien. Y una vez que ese consejo constituyente tenga una propuesta, la va a someter a plebiscito de salida y va a ser el pueblo el que va a decidir. Es impecable y enteramente democrático el procedimiento que estamos pensando.
-Pero Genaro Arriagada dice que va contra el resultado del primer plebiscito, en el cual la gente estableció que quería una una convención constituyente 100% electa.
-Y la gente votó por una cantidad de convencionales a los cuales yo estoy seguro que no le daría el voto de nuevo en esta segunda elección. Que la gente haya elegido hacerlo vía Convención, no es -desde el punto de vista legal o legalista- algo que obligue a que todas las procesos constitucionales de aquí en adelante tengan que hacerse vía convención. Fue una votación para un momento. Y se tuvo la experiencia de la convención. Entonces la historia avanza, ocurren cosas y la gente va cambiando de opinión. No queda eso como algo rígido y definitivo. Y de hecho, uno podría decir en términos legalistas que lo que debería operar hoy día es la Constitución vigente. Sin embargo, nosotros queremos que haya una nueva Constitución; lo que no queremos es que haya una nueva convención.
-¿Cómo evalúas el papel del oficialismo?
–Hay una propuesta del oficialismo que de alguna manera trae de nuevo, insiste y se acerca bastante a un modelo de la misma convención que fracasó.
-¿Por qué se ha trabado la conversación?
-En las conversaciones que no se hacen públicas, lo que se dice en la izquierda y en la derecha, es que en realidad no quisieran que hubiera un proceso eleccionario prontamente. En el fondo, en la derecha hay miedo de que en la próxima elección de convencionales los Republicanos -en el ala más ultra- y el PDG, en una versión más populista, saquen gran cantidad de representantes. Entonces, por lo tanto, ahí hay un riesgo para la centroderecha moderada. Y por el lado de la izquierda, acaba de sufrir una derrota tremenda. Por lo tanto, es bien difícil que un proceso eleccionario tan cercano a esa debacle vaya a variar mucho el resultado. O sea, a la izquierda tampoco le convendría esta elección.
Entonces ninguno de los dos actores importantes quiere hacerlo, pero sin embargo dicen que quieren. Esto es como el cuento El rey está desnudo, cuando nadie se atreve a decir que está sin ropa.
-¿Y cuánto duraría este proceso?
-A nosotros nos interesa que el proceso sea bien hecho. Ojalá que no se postergue mucho en el tiempo, porque corre el riesgo de tirar el tema debajo de la alfombra como lo hemos hecho muchas veces. Tirar la constitución bajo la alfombra parece ser la ensoñación de algunos sectores de una derecha más extrema y de una izquierda más extrema. El sueño no confesado.
Y segundo, tiene que ser un proceso sobrio. Creo que el país no está para espectáculos de nuevo. Ojalá austero también. El país está pasando una crisis, no podemos estar dilapidando demasiados recursos. O sea, un proceso sobrio, bien hecho, económico y democrático.
Además es importante validar la democracia representativa. El discurso populista ya ha penetrado en Chile. El mejor antídoto contra un populismo que ya tenemos adentro, es validar a los órganos más legítimos de la democracia representativa como es, por ejemplo, el Congreso Nacional.
-Como profesor, qué piensas de esta polémica que hay por el tema de la ley “aula segura” que la alcaldesa de Santiago habría pedido que no la usen. ¿Cómo observas la violencia creciente en liceos?
-Estamos viviendo una catástrofe, sobre todo de la educación pública. Así como hemos tenido una degradación del espacio público vandalizado en todas nuestras ciudades, como Santiago, Valparaíso, tenemos una degradación de los colegios que fueron alguna vez de excelencia y que eran la ilusión de mucha gente, familias que con mucha esfuerzo llevaban a sus hijos allí. Ha sido uno de los espectáculos más tristes que he visto.
La anomia que vemos en Chile, la pérdida de respeto por todo tipo de normas de convivencia, parte en el Instituto Nacional. Ahí se incubó el lado más horrible del estallido, el más violento. Y ahora sigue y se multiplica. Es dramático que grupos minoritarios, radicales, anarquistas y algunos lumpen, tengan secuestrado a una parte importante de los jóvenes y sus familias.
El Estado tiene que intervenir con claridad, con fuerza y con criterio. Si la máxima autoridad deja de cumplir las leyes estamos en un escenario bastante malo. Lo que pasa en la educación pública es un adelanto de lo que después pasa en el resto del país; es casi la antesala de lo que viene. Yo lo lamento, porque toda esta catástrofe que estamos viendo (que se suma a lo que pasó en la pandemia, al hecho de que los niños no pudieran ir a clase, el retroceso que hemos tenido en todos los índices) es un anuncio de que vamos a tener a nivel nacional un desastre; ojalá que no ocurra y que podamos contenerlo. Pero esto se puede manifestar de manera muy dramática en los próximos años.
-También está el tema de la deserción escolar, que ha aumentado mucho.
-El Estado tiene que actuar de la manera más rápida y urgente posible, para recuperar a todos esos escolares que se han perdido en el camino. Y que son candidatos seguros a ser parte de los grupos radicalizados violentos o ser tomados por el narcotráfico. Es una una bomba de tiempo social gigantesca.
-Danien Mansuy ha criticado mucho al Colegio de Profesores, porque no se hace cargo de su responsabilidad en el tema.
-Yo soy profesor y tengo la mejor opinión de la gran mayoría de los profesores chilenos. El problema es cuando grupos más ideologizados toman el control de los gremios, en este caso el Colegio de Profesores. A mí me parece que el antecedente de lo que pasó en la pandemia fue lamentable. No creo que la mayoría de los profesores estuvieran de acuerdo con el planteamiento del Colegio. La directiva debería ser muy clara en condenar todo tipo de violencia, en defender a sus profesores de la violencia y en defender a los alumnos que están secuestrados por los grupos más violentistas y radicales. Como señal, es muy mala la ambigüedad del Colegio frente a la violencia.
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