Noviembre 28, 2022

¿Cómo vamos a conmemorar los 50 años? Por Ricardo Brodsky

Ex-Ante
Crédito: Agencia Uno.

El gobierno y los partidos oficialistas tienen el sartén por el mango. De sus iniciativas dependerá que los 50 años sirvan para extraer lecciones del pasado o para retrotraernos a las divisiones de entonces. Más allá del derecho incuestionable de las víctimas a decir su verdad y del deber de la sociedad chilena de escucharlas y empatizar con ellas, las conmemoraciones públicas no deberían caer en el facilismo de reiterarnos una historia de héroes y villanos.


A propósito de la discusión del presupuesto 2023 se abrió el debate sobre la conmemoración de los 50 años del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, que ocurrirá el año entrante.

El aniversario ciertamente será una más de esas ocasiones en que las diferentes miradas que existen en el país sobre la historia (ya no tan) reciente volverán a enfrentarse, un cruce de las diferentes memorias que volverán a activarse apasionadamente buscando encontrar en la lectura del pasado ventajas políticas o morales para las luchas de hoy y de mañana. Luchamos por una interpretación del pasado que nos dé ventajas en el presente.

El 11 de septiembre es más que un evento, ha sido un ‘presente eterno’ en el que están implicados los días y años anteriores y posteriores. Para varias generaciones hay un antes y un después pues se trata de una ruptura demoledora de los acuerdos básicos en que descansaba la convivencia entre los chilenos, de lo que creíamos que eran las instituciones de la república; una ruptura que impactó mundialmente a toda una generación, que cuestiona moralmente a las derechas y que obligó a las izquierdas a un debate profundo no sólo sobre estrategias sino también sobre su identidad.

A propósito de los cincuenta años, muchos hubieran querido que la ocasión permitiera una reflexión distanciada, una mirada compleja que nos permitiera comprender cómo una democracia relativamente consolidada en un país pequeño y pobre, como lo era Chile en los años sesenta, pudo arruinar su convivencia y caer en manos del odio y una violencia sin límites.

Ángel Flisfisch en una exposición sobre el contexto histórico para el advenimiento de la dictadura, advirtió que el maniqueísmo no sólo es uno de los rasgos primordiales para el contexto de la guerra fría, en que se dio la Unidad Popular y el Golpe de Estado, sino que además facilita la operación por medio de la cual los actores reprochan moralmente al adversario sus acciones de inhumanidad, pero hacen la vista gorda sobre las acciones  del mismo tipo de los propios. Es la lógica de la guerra, de los amigos y los enemigos, propiciada por la Doctrina de la Seguridad Nacional y por la prédica de la revolución cubana.

Es cierto, como nos lo recuerda el testigo ejemplar de los campos de concentración del nazismo, Primo Levi, en “Si esto es un hombre”, es preciso recordar y dar testimonio, pero también nos dice en “Los hundidos y los salvados” que el recuerdo debe ir acompañado de una interpretación y de unas “instrucciones de uso”, para que la rememoración no enardezca los ánimos nuevamente.

La tentación de una lectura cómoda puede convertir los 50 años esencialmente en una experiencia apologética. De los ideales de la Unidad Popular, de la consecuencia del presidente mártir, de la humanidad de las víctimas, de la nobleza de sus ideales. Y por cierto, de la miseria de los otros, volviendo a dividir a los chilenos insistiendo en una mirada maniquea sobre el pasado.

El gobierno y los partidos oficialistas tienen el sartén por el mango. De sus iniciativas dependerá que los 50 años sirvan para extraer lecciones del pasado o para retrotraernos a las divisiones de entonces. Más allá del derecho incuestionable de las víctimas a decir su verdad y del deber de la sociedad chilena de escucharlas y empatizar con ellas, las conmemoraciones públicas no deberían caer en el facilismo de reiterarnos una historia de héroes y villanos.

Septiembre de 1973, cincuenta años después sigue tratándose de una herida social, una sociedad impedida de mirar la historia sin recuperar las pasiones de entonces, un país atrapado, dominado por el trauma, donde diversas memorias colisionan entre sí con la misma intransigencia que se arrastra por décadas.

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