Las cifras en materia de natalidad en Chile no son malas, son pésimas. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, en 2024 sólo se registraron 135 mil nacimientos, cifra muy baja si se compara con los 273 mil nacimientos de 1994. Es decir, en tres décadas, los nacimientos se redujeron prácticamente a la mitad. Al respecto, la propia Ministra de Desarrollo Social y Familia, Javiera Toro, ha señalado que “la baja en la tasa de natalidad puede tener diversas causas, pero principalmente el alto costo que significa criar y cuidar, así como lo que implica en términos de los proyectos personales de las mujeres y las madres, el desarrollo profesional”.
Dicho de otro modo, y a riesgo de parecer simplista, el kilo de guagua sale caro, y las familias no cuentan con un esquema de protección eficiente que les permita enfrentar lo que implica la crianza.
El tema es complejo y requiere soluciones coordinadas, pero lo cierto es que existen herramientas tributarias que podrían aliviar la carga de quienes optan por formar familia.
Hoy, por ejemplo, una madre soltera con dos hijos menores de edad que percibe un ingreso bruto tributable paga exactamente los mismos impuestos que un hombre soltero en idéntica situación. Esto, porque en Chile el sistema impositivo se construye sobre la base de la capacidad económica medida exclusivamente por los ingresos, sin considerar factores cualitativos como las cargas familiares. El resultado es una situación injusta, donde se impone una doble carga: el mismo impuesto que si no tuviera hijos y, además, el costo de mantenerlos.
En otras palabras, para la Ley sobre Impuesto a la Renta chilena da lo mismo si el ingreso se destina a vacaciones, a la compra de un automóvil o al pago de educación y salud de los hijos.
Lo anterior contrasta con lo que ocurre en Francia (sin perjuicio que los impuestos son más altos), donde se considera la composición del hogar tributario: un adulto soltero representa una parte, una pareja casada dos partes, el primer y segundo hijo 0,5 partes cada uno, y desde el tercer hijo, una parte por cada uno. El ingreso familiar se divide por el número de partes y sobre ese resultado se aplica la escala progresiva del impuesto. Luego, se multiplica el impuesto por el número de partes.
Si aplicáramos este sistema al ejemplo anterior, la madre soltera con dos hijos paga en Chile un impuesto anual ostensiblemente más caro que bajo el sistema francés.
Este no es el único modelo. En España, existen créditos fiscales para familias numerosas (tres o más hijos) por 1.200 euros anuales, con un aumento de 600 euros por cada hijo adicional desde el cuarto. Estos créditos se aplican al impuesto global o se prorratean si los padres están separados.
En Estados Unidos, existe un crédito de hasta USD 2.000 por cada hijo menor de 17 años. Además, es posible deducir como crédito un porcentaje del gasto en cuidado de menores.
En Chile, el 55 ter de la Ley sobre Impuesto a la Renta permite deducir anualmente hasta 4,4 UF como crédito del Impuesto Global Complementario, pero la renta anual para acceder al beneficio es bastante restrictiva (alrededor de 30 millones) y más encima se deben considerar las rentas de ambos padres. Es decir, un beneficio absolutamente restringido y va en un sentido contrario a aquellos establecidos en las jurisdicciones recién nombradas.
En definitiva, hay un abanico amplio de mecanismos tributarios que apuntan a beneficiar a las familias. No se trata de inventar la rueda. Se trata de entender que si queremos fomentar la natalidad, una medida importante es avanzar hacia un sistema tributario que no penalice —en la práctica— a quienes deciden tener hijos.
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— Ex-Ante (@exantecl) May 5, 2025
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