Febrero 24, 2022

Arturo Fontaine y propuestas de Sistema Político: “Sin veto presidencial, el país se vuelve ingobernable”

Ex-Ante

Profesor de Filosofía de la U de Chile y la Escuela de Artes Liberales de la UAI, autor del libro “La pregunta por el régimen político”(Fondo de Cultura Económica, 2021), Arturo Fontaine dice que la idea de un Consejo Territorial es “un tigre de papel” y alerta que los convencionales están “trabajando bajo excesiva presión por los tiempos”. “Una sola cámara con poderes reales facilita la concentración del poder en las mismas manos. En Rusia hay una segunda cámara asimétrica. Es un tigre de papel, como la segunda cámara planteada hasta el momento por la mayoría de la comisión. La relevante es la primera en Rusia. Teniendo mayoría en ella, Putin, sin violar las reglas del semipresidencialismo, lleva 22 años en el poder”.


-Planteaste una segunda cámara, con representación regional e indígena, pero no de “segunda clase”. ¿Qué te parece la propuesta de Consejo Territorial que presentó un grupo de convencionales de la Comisión de Sistema Político?

– Creo que es mejor que haya dos cámaras: una básicamente ciudadana, poblacional, y otra que represente a las regiones y a los pueblos indígenas. Es lo que se está planteando desde que los partidarios del unicameralismo se abrieron al bicameralismo.  Una sola cámara diluye la representación de las regiones y los pueblos indígenas. Pero para que esta representación sea efectiva, esa segunda cámara ha de tener poderes reales. La segunda cámara que concordó la mayoría de la comisión en días pasados, no tiene diente. Una ley sobre el medio ambiente o una modificación del royalty a la minería, por ejemplo, no son materias que los parlamentarios de esa segunda cámara van a examinar. Cuesta comprender eso en un Estado que se declara “Regional”. Cuesta comprender por qué los regionalistas del la Convención se contentan con tan poco.

-¿Por qué hay resistencia en la Convención al Senado?

-Lo que molesta de una segunda cámara es la imagen elitista del senado y una serie de decisiones suyas que muchísimos convencionales repudian. Pero no veo que ese elitismo  sea propio de una segunda cámara per se. Depende de su composición. Una de las pioneras del feminismo en Chile, fundadora del Partido Femenino de Chile, María de la Cruz, fue senadora. Luis Corvalán, el líder del PC fue senador, como lo fue Salvador Allende. La Asamblea Legislativa Plurinacional de la constitución boliviana, que impulsó Evo Morales, tiene una cámara de diputados y una cámara de senadores. Un proyecto de ley puede iniciarse en cualquiera de las cámaras. La otra actúa como cámara revisora. ¿Evo Morales impulsó el elitismo?

Uno de los objetivos del bicameralismo es poder darle una segunda mirada a los proyectos de ley.  Es mejor pensar dos veces antes de actuar. Eso debiera contribuir a mejorar los proyectos mejorables y a descartar los malos. Diversos estudiosos del tema destacan este punto. Tsebelis y Money, por ejemplo. El Instituto Max Planck hizo un informe especial para nuestra Convención en el que afirma que una segunda cámara —cito de memoria–  “previene la dictación de legislación errónea”.

Se indican decisiones equivocadas de nuestro senadores. No me cabe duda de que han cometido errores. ¿Quién no los comete? Pero habría que revisar también los errores de los diputados. ¿O la cámara ha sido infalible? Justamente, porque cometemos errores, vale la pena que otro equipo de personas examine el proyecto que un primer equipo aprobó. Me parece una actitud más humilde y realista.

-¿Qué riesgos tiene el unicamarelismo?

-El otro factor clave es que una sola cámara con poderes reales facilita la concentración del poder en las mismas manos. En Rusia hay una segunda cámara asimétrica. Es un tigre de papel, como la segunda cámara planteada hasta el momento por la mayoría de la comisión. La relevante es la primera en Rusia. Teniendo mayoría en ella, Putin, sin violar las reglas del semipresidencialismo, lleva 22 años en el poder. Así ha construido su autocracia. Lo mismo pasa en el semipresidencialismo de Polonia. Hay una sola cámara en El Salvador y el presidente Bukele no tiene contrapesos. En cambio, los apetitos de Trump fueron contenidos por el senado, a pesar de que había mayoría republicana. Esas dos cámaras con poderes reales, no elegidas a la vez y que el presidente no podía disolver, frenaron los apetitos autoritarios de Trump. Pienso que sería mejor para asegurar la libertad y prevenir derivas autoritarias, que nuestros convencionales fortalecieran las atribuciones de esa segunda cámara.

-Has escrito sobre el tema del veto presidencial. ¿Por qué le das tanta importancia?

-Es la falla principal del diseño que se está planteando. Una o un presidente en un régimen presidencial representa un programa. Si se aprueba un proyecto de ley contrario a ese programa, la presidencia debe tener una herramienta que le permita proteger la voluntad del pueblo que lo llevó al poder. Si la presidencia veta un proyecto de ley y una simple mayoría de los diputados presentes en la sala lo derrota, la presidencia queda inerme frente a proyectos de ley que desnaturalizan el programa por el que votó el pueblo. En Chile, desde la constitución del 33 en adelante, el veto se puede derrotar por 2/3 de los parlamentarios. Así es en Estados Unidos, México, Costa Rica, Argentina, en fin. La primera constitución que introdujo este tipo de veto fue la constitución de Massachusetts de 1780, la más antigua de las constituciones vigentes. El veto, aunque no se use, está ahí. Y produce efectos silenciosos.

Un régimen presidencial sin veto es como un parlamentarismo sin que el primer ministro pueda disolver el parlamento. El sistema se hace incoherente. Quiero decir: es consustancial al presidencialismo que haya veto. Sin veto una mayoría ocasional de parlamentarios en la sala puede anular la voluntad del pueblo expresada en las urnas. Sin veto el país se vuelve ingobernable. Nos llevaría a la  anarquía. Como ha dicho el destacado profesor Negretto, si la convención establece que una simple mayoría parlamentaria puede superar un veto presidencial se habría cometido “un dislate monumental. Sólo ocurrió en la malhadada constitución peruana de 1933, que nunca se aplicó efectivamente, en parte por eso”.

Urge que la comisión corrija esto del veto. Si no se hace, el régimen diseñado fracasará estrepitosamente.

-La idea, que apoyaron convencionales desde la ex Lista del Pueblo a la DC, incluye también la figura de vicepresidente, que preside el Consejo. ¿Lo ves como un aporte?

-La idea de la vicepresidencia paritaria es una innovación sumamente interesante. Me parece una gran idea para Chile hoy. Ha sido muy bien defendida por la prestigiosa politóloga, Valeria Palazza, quien expuso en la Convención. Puede colaborar mucho en la relación del ejecutivo con el parlamento y jugar un papel crucial en momentos de crisis en los que la o el presidente pierde pie. En el libro reciente, Presidencialismo, editado por Christopher Martínez, hay un capítulo dedicado al tema y a la experiencia comparada. De esos investigadores —Zurita-Tapia, Yanes-Rojas y Olivares— surgió la idea. Entre paréntesis: recomiendo sin vacilación este libro. Son 15 politólogos, la mayoría bajo 40 años, que analizan el régimen presidencial. Yo estoy convencido de que crear la vicepresidencia sería algo muy positivo para Chile. Y creo que el modelo, en esto, debiera ser Uruguay. Ahí la o el vicepresidente preside la segunda cámara con voz y voto. A mí me gustaría que así fuera en Chile. Se plantea que sólo tenga voz…

-Además incorpora la figura de un ministro de gobierno. ¿Va en la dirección correcta? ¿Es un modelo factible o puede ser engorroso?

-Lo creo un barroquismo innecesario. Va a complicarle más la vida a la o el presidente a la hora de armar su gabinete. Esa desigualdad con los demás ministros hace que sea el premio mayor. Al interior de la coalición quién sea el superministro creará problemas nuevos.

Además no veo que converse bien con la figura de una o un vicepresidente. De hecho, esto podría producir conflictos serios al interior del ejecutivo. Y todo esto, ¿para qué?

Se complica inútilmente y hace más engorrosa la toma de decisiones. En los gobiernos el mecanismo para la toma de decisiones debe ser simple y rápido. Ese gabinete que todas las semanas sesiona obligatoriamente con la totalidad de sus ministros sería un pérdida de tiempo incompatible con los tiempos modernos. Eso no va a funcionar. No se  puede entrar a fondo en los temas que debe abordar cada ministro en esa reunión tan masiva.

-Se ha dicho que este modelo abre la puerta a un semi presidencialismo disfrazado. ¿Lo ves así? 

-No es lo que dice el acuerdo que leí. Se trata de un superministro de confianza de la presidencia. Puede que haya  algunos que desean que esa figura evolucione hacia un superministro de confianza tanto de la presidencia como del parlamento. Eso puede ocurrir y puede no ocurrir. Si ocurre, esa evolución sería muy negativa.

-¿Hay experiencias internacionales parecidas? 

-Esa figura del primer ministro de doble confianza —presidencia/ parlamento—  se inspira en la mejor de las intenciones: coordinar al ejecutivo y el parlamento. Pero, por desgracia, ha fracasado una y otra vez. El primer caso fue la República de Weimar, que terminó con Hitler en ese cargo. Hoy eso existe en varios países africanos:  Namibia, Ghana, Senegal, Tanzania, Gambia, entre otros. Bueno, y desde luego, es lo que existe y ha existido desde hace muchas décadas en el Perú. Ya Belaúnde fue derrocado en los años sesenta, en gran medida, a causa de este sistema, según ha explicado en una entrevista a Emol, Pedro Cateriano, quien fue dos veces primer ministro del Perú. Cateriano conoce mejor que nadie cómo funciona en la realidad este sistema de un jefe de gobierno obligado a servir a dos señores. Funciona muy, muy mal. Los parlamentarios terminan enrabiados porque no pueden controlar al primer ministro al que ratificaron —pues también depende del presidente— y entonces van por más. Sacan al presidente. Perú ha tenido, desde el 2018, cinco presidentes.

-¿Será muy difícil de aplicar?

-Los estudiosos de tema han analizado repetidamente este tipo de semipresidencialismo llamado “presidencial parlamentario”, tanto en base a estudios de casos como en base a análisis estadísticos. Las investigaciones de Shugart & Carey, Elgie, Sedelius & Linde, todas concluyen lo mismo. Es el peor de los regímenes políticos democráticos. La política es conflicto. Esta idea buenista, ingenua, de que presidente y parlamento se van a poner de acuerdo en la persona del primer ministro escala los conflictos. El primer ministro sirve a dos señores: a la presidencia y las variables mayorías parlamentarias. Queda en una posición imposible. A veces, el llamado de un parlamentario que exige que se le dé luz verde a la construcción de un puente, puede significar que el primer ministro pierda por dos o tres votos el respaldo mayoritario y caiga.

Como explico en mi libro La pregunta por el régimen político, si de semipresidencialismo se trata, hay que optar resueltamente por un semipresidencialismo de premier, como el de Portugal. La o el presidente preside, pero no gobierna. El pueblo no elige a su gobernante. Lo eligen los parlamentarios.

Los convencionales han tenido sentido de realidad al descartar esa opción para Chile. De hecho, en la Comisión 1 —pese a las declaraciones iniciales del FA y los vaticinios de la prensa— no se presentó ninguna propuesta parlamentaria y ninguna explícitamente semipresidencial. En Chile, que el pueblo elija en votación directa a quien va a gobernar, es  una condición necesaria sin la cual no hay  democracia. Sobre el significado de la presidencia en Chile y el bicameralismo escribimos en El Mercurio con Pedro Güell. Despojar al pueblo de ese derecho en la Convención parece inconcebible. El régimen presidencial tiene defectos, pero es el nuestro. He escrito sobre la argumentación antipresidencialista —viene siempre de las ideas de Linz— en mi libro y en Terceradosis.cl. Esa argumentación ha sido refutada empíricamente. Todos los regímenes políticos  tienen defectos. El parlamentarismo y el semipresidencialismo solucionan ciertos problemas, pero acarrean problemas nuevos y son problemas muy serios. Sobre todo, en sociedades sin tradición monárquica. En los países parlamentaristas casi siempre hay reyes. Hay algunos problemas del presidencialismo que tienen solución; con los otros hay que aprender a convivir.

-El proyecto resucitaría la idea de las asambleas regionales, que fue presentada antes por la comisión Forma de Estado (y fue rechazada en el pleno). 

-Lo importante es que no tengan facultades legislativas. Dieciocho y más parlamentos legislando… Sería un caos.

-Tú fuiste a la Convención a entregar tus puntos de vista. ¿Sentiste que fueron escuchados? 

– Sí. Fue una oportunidad que agradezco. La conversación fue abierta y productiva, creo. Tengo óptima opinión de los convencionales de la comisión que me ha tocado conocer. Creo, sí, que están trabajando bajo excesiva presión por los tiempos.

-En general, ¿cómo has visto el trabajo de la Convención? 

-Mira, creo que a la hora de concebir una constitución no se puede prescindir de la memoria. Y muchas de las actitudes y planteamientos que estamos viendo surgen de la memoria. Lo que pasa es que hay memorias muy disímiles. Hay memorias heridas. Eso es parte del proceso que estamos viviendo. Y hay tradiciones distintas. Los pueblos indígenas están invocando sus tradiciones. Y hay que buscar modo de acomodarlas en un marco constitucional pluralista.

Pero no veo que la tensión más importante sea entre invención y tradición. Para mí el problema es que la CC es un archipiélago de grupos distintos. Lo que lo tienen en común, muchos de ellos, es una suerte de fe religiosa en que la palabra constitucional crea el mundo. Yavé, en el Génesis, habla y se crea lo que menciona. Dijo Yavé: “Haya la luz” y hubo luz. Es algo así. Pero ocurre que la realidad es independiente de nuestros deseos.

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