Siempre hay que agradecer el ingenio del diputado Diego Ibáñez. De la nada el más joven de todos los jóvenes denunció lo que llamó el “antigabrielismo”, es decir la obsesión de la oposición por rechazar todo lo que venga de “Gabriel”, es decir el Presidente Gabriel Boric.
En los hechos la oposición actual se comporta con el gobierno exactamente como se comportaba la oposición anterior. Ésta creía “odiar” a Piñera, aunque a la postre su antipiñerismo no era personal sino político, y meramente circunstancial. Es lo que pudimos apreciar, por lo demás en su funeral: odiar a Piñera era tan difícil como quererlo, en gran parte por su desesperación por ser querido. Desesperación que comparte con el Presidente Boric, que como su predecesor es difícil de odiar radical y físicamente de manera continuada y seria. De tal modo que hubo de importar desde España, el único sobrenombre despectivo que ha sobrevivido: Merluzo, que en España quiere decir ignorante.
Lo cierto es que para que haya antigabrielismo habría que haber Gabrielismo primero. Lo hubo o casi. En su precandidatura y candidatura posterior Gabriel creó un personaje altamente convincente. El provinciano que se sube al árbol, una suerte de Forrest Gump, pero inteligente, que aparece en los círculos de poder como un invitado inesperado pero revelador, como ese niño perdido en cuerpo de adulto que actuó también Tom Hanks en los 80.
Mas allá de la guerra fría que marcó a sus padres, el Gabrielismo se planteó como un buenismo que no ha abandonado del todo el realismo. Realismo sin renuncia, o voluntarismo con cierto sentido común. Una buena voluntad que no deja de soñar, y frunce el ceño de vez en cuando ante los poderes fácticos, pero que ya no promete la revolución sino la sombra quizás de una reforma.
Gabriel no en vano se llama Gabriel como el arcángel Gabriel, el enviado de Dios a darle noticia a los hombres: La anunciación a la virgen María y el Corán a Mahoma. El ángel que no actúa, sino que habla, que profetiza mientras espera que el arcángel Rafael sane, y Miguel pelee contra Luzbel, el arcángel caído. Gabriel que tiene eso, el sexo de los ángeles: novias claro, amores también, pero nada de morbo, de vértigo, de pasión. Un niño bueno y sensible que respeta a sus mayores, pero sabe jugar con los de su edad. El descendiente de inmigrante que ha recibido de Chile todas las oportunidades que podía recibir y quiere devolverle al país algo de justicia y algo de diversión también.
El gabrielismo podría haberse nutrido de esa leyenda, la del ángel que anuncia un país mejor. Claro que ninguna de esas imágenes podía sobrevivir al ejercicio del gobierno. Y de hecho no sobrevivieron. Podía haberlas reemplazado por otra, pero no lo hizo. Gabriel Boric fue el primero en abandonar el Gabrielismo. Sus partidos no hicieron más que seguirlo en eso. Uno de sus principales aliados, el Partido Comunista, desobedece cuando quiere ante cualquier orden del Presidente y prefiere inmolarse en la defensa del que fue su competidor más encarnizado.
Mística es lo que menos hay en La Moneda. El gobierno y menos el gobernante, no tiene himno, imagen corporativa, poeta oficial, muralista invitado, biblia o libro rojo de Mao. Si un turista quisiera llevarse algún recuerdo del gobierno no encontraría ni la sombra de un banderín. El mismo perro Matapaco terminó despreciado por el Presidente. Hasta a su fanatismo por Taylor Swift, no le ha sacado partido el presidente.
Habla bien del Presidente que se haya negado a cualquier tipo de culto de la personalidad. Es más difícil sin embargo de admitir para sus partidarios que esta ausencia de símbolos visibles coincida con una falta patente de símbolos invisibles. De la fiebre ideológica de la convención queda menos que nada. Porque sería injusto decir que este es un gobierno Woke, o uno refundacional, sería absurdo compararlo con Venezuela, Bolivia o Colombia. ¿Brasil? Ni siquiera.
Ideológicamente el gobierno se parece justamente al plinto de la plaza Baquedano. Un lugar donde hubo una estatua y se sabe que debería quizás haber otra. ¿De quién? Todas las posibilidades pueden ofender por lo que queda ese vacío que sobrevuela la plaza. Un centro vacío que aun nada ni nadie quiere llenar.
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