-Tu Historia General de Chile, que lleva tres tomos, fue elegida en Ex-Ante entre los tres mejores libros sobre Chile de los últimos 25 años. Estás preparando el tomo 4, ¿cuál período abarca y qué mirada propones?
-Agradezco la mención y me alegra que la Historia General no se haya olvidado. Van a reimprimirse los tres tomos aparecidos; llevan demasiado tiempo agotados. El tomo 4 lo vengo trabajando desde hace años, pero otras publicaciones –La Escuela Tomada y La Casa del Museo sobre la casa Yarur— me anduvieron parando. En verdad, fue el país en estos últimos quince años y su nuevo intento revolucionario todavía sin definir, el culpable.
Sucede que el tomo 4 trata el contexto general de la Revolución francesa, y las independencias en Hispanoamérica y Chile. Por eso no ha sido una pérdida de tiempo concentrarme en la contingencia radicalizada. Este nuevo volumen pretende explicar por qué no hubo revolución en nuestros inicios republicanos. Vuelven a haber intentos a mediados del siglo XIX pero que también fracasan. Hasta ahí llego dando pie al siguiente tomo.
-Además, vas a publicar un voluminoso libro por FCE y Tácitas, que reúne textos de los últimos treinta años sobre historia, memoria y las nuevas élites. ¿Qué aspectos toca este libro?
-El libro se titula La Historia en Disputa. Reflexiones y debates (1991-2024), un poco en la línea de los “combates por la historia” de Lucien Febvre en contra, esta vez, del desprecio a la historia, su ideologización y que se la quiera sustituir por la “memoria” que es siempre tendenciosa. Pone atención en la élite tradicional, señorial y política, como equilibrio frente a poderes estatocráticos modernos sin que ello la haya tornado retardataria. Se avanzan interpretaciones de nuestros siglos XIX y XX en panorámica, y sus conexiones con el mundo allá afuera.
También hay diversos textos acerca de la historiografía nacional, destacándose la escuela conservadora del siglo XX (Edwards, Encina, Eyzaguirre, Góngora) por sobre la liberal, y últimamente la de izquierda (Salazar, Pinto y otros), no así sus derivados en praxis de ambas escuelas. En el fondo se intenta complejizar nuestra historia y advertir las falsedades ocasionadas por simplificaciones interesadas del debate público, que más lo que confunden que aclaran.
–El último informe del PNUD diagnosticó una fractura entre la élite y la ciudadanía. ¿Estás de acuerdo con esa visión que algunos consideran ligada a un sector político?
-El PNUD no maneja otro posicionamiento que el confrontar la supuesta élite y el resto de la sociedad con la salvedad que así es como divide las aguas el populismo actual. Pedro Güell me pidió un informe sobre la élite en Chile para el estudio anterior que hicieron el 2004 y que ahora incluyo en La Historia en Disputa. Obviamente, no tomaron en cuenta ninguno de los puntos que planteaba. Existen múltiples élites desde los años 60, son más plutocráticas y sectoriales, también más democratizantes, incluso las tecnocráticas neoliberales que promoviera la dictadura.
-¿Crees que hay un ánimo anti élite en el país?
-Fustigar a las élites es propio de grupos en competencia por imponer sus propuestas hegemónicas previo desalojo del “enemigo”, así que cuidado. En definitiva, actualmente no hay sociologías que no sean progresistas. En cambio, si uno mira estos asuntos desde la historia, más aún, atendiendo los desastres que ha dejado el progresismo en el siglo XX y ahora el XXI, se puede llegar a la conclusión contraria: que todas las corrientes políticas han contribuido por igual al conflicto social y político de hoy. Sostener lo otro supone un burdo engaño.
-¿Esta desconfianza a la élite se ve reflejada en la polémica por el sueldo de Marcela Cubillos? ¿Cuál es tu impresión, como académico, de esta controversia?
-Si en Chile sinceráramos lo que de verdad se paga en todo orden de cosas –cuestión que ni el SII sabe— es bien posible que nadie que gane mucho se salve, y se terminen acabando estas polémicas. Con todo, resulta impresentable politizar la universidad. Eso es lo clave, y si eso es válido para reprender a la Universidad de Chile y su activismo político, también lo es para recriminar a la Universidad San Sebastián de signo opuesto. ¿Cuándo se ha visto que políticos desvergonzados contribuyan a elevar la calidad intelectual de las universidades?
-¿Piensas que no aportan?
-Si la Universidad de Chile traiciona su sentido histórico sirviendo de refugio y trinchera de la primera línea ideológica de izquierda, incurre en algo igual de reprochable la USS y Marcela Cubillos recibiendo un sueldo desmedido bajo cualquier criterio para lo insignificante que hace. Ahora, es un hecho, hay muchas platas en las universidades públicas y privadas, como nunca, y como nunca también no mejoran en nada la calidad de lo que se hace allí en serio. Lo siento por esa gente valiosa que trabaja responsablemente en su docencia e investigación en la USS. Lamentablemente, tendrán que soportar el desprestigio producido por intrusos, cero aportes.
-Se cumplen 5 años del estallido. ¿Ha cambiado tu visión de este episodio, tienes una explicación sobre el fenómeno?
-Desde el 18-O he ofrecido tres veces un curso titulado “Estallidos sociales, golpes de estado y reacción”. De nuevo este semestre. Tengo cada vez más claro por qué no hemos avanzado en una explicación. Es que es conveniente para los dos extremos mantener vigente el denominado “octubrismo” sin ahondar en cuánta “agencia ” hubo detrás y durante el estallido. Persiste la incógnita y se mantiene vivo el aliciente de amenazar con su posible repetición —hasta Mario Marcel ha extorsionado de este modo— a la vez que ello apoya la razón de ser de los republicanos.
-¿Qué te parecen las tesis planteadas hasta ahora?
-Las tesis sociológicas abusan de las causas en sus análisis, y eso que si fuera por ellas tendríamos más revoluciones, amén de permanentes, desde mucho antes de 1789 y después en África, Asia y América Latina. En lo que debiera ponerse más atención, por tanto, es en los efectos. Los cuales no tienen necesariamente que ver con causas basadas en miseria, abusos y falta de justicia que siempre han existido. Sí, en cambio, con la lucha por el poder. De ahí que las explicaciones de Canales, Kathya Araujo, Carlos Peña, y Juan Pablo Luna, no convencen y, sin embargo, alcances como los de Karmy y Oporto resultan más sugerentes. Curiosamente, los historiadores han brillado por su ausencia.
-El poder judicial, en especial la Corte Suprema, vive una crisis de confianza. ¿Cómo observas esta discusión sobre los nombramientos de jueces, las acusaciones constitucionales que vienen a varios ministros y el papel de abogados como Luis Hermosilla?
-Como una confirmación de que el poder judicial siempre ha sido el más endogámico y nepotista de los poderes establecidos desde el siglo XVIII, lo que anticipa alguna razzia como la de 1776 (la Corona purgó la Real Audiencia llena de cargos comprados), y luego todo se estabilizará y volverá a revertirse, vieja historia. Dos, que las medidas que pretendieron sanear a un poder del estado, indiscutiblemente servil a la dictadura, fracasaron o han resultado peor que la enfermedad. Y, tres, que mis “colegas” profesores en Pío Nono, también de otras facultades de leyes, han sido incapaces de formar en derecho y su corrección a nuestros estudiantes.
-¿Qué se necesita?
-Es sabido que a veces los académicos podemos matar vocaciones. Por tanto, sostener que con “cursos de ética” van a resolver el asunto es no entender para nada lo que hay aquí en juego. Necesitan más historia y filosofía, menos teorizaciones ideologizadas, normativismos y cursos profesionalizantes, estos últimos para que abogados de bufetes caros neutralicen a malos jueces y fiscales. En cuanto a Luis Hermosilla, tengo una buena opinión de él –coincidimos en el directorio de la Fundación Gonzalo Rojas, ahí nos conocimos— y espero que logre defenderse. Toda persona tiene derecho, como se dice en inglés, a su día ante la corte.
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