Octubre 17, 2021

Pablo Simonetti y su mirada de los 90′: “Me sentí muy libre escribiendo esta novela”

Marcelo Soto

El escritor Pablo Simonetti en su última novela, “Los hombres que no fui”, recrea un día en la vida de Guillermo Sivori: es el 18 de octubre de 2019 y visita un remate de arte en un departamento del Parque Forestal donde antiguamente vivió, la excusa para recordar los años 90, tiempos contradictorios que experimenta entre la homofobia y la liberación.

-El libro es un regreso al pasado que describes con cierta melancolía y dureza. ¿La transición fue una época ingrata para ti?

-El punto de la novela es ese: en el camino de encontrar tu identidad y lugar en el mundo vas dejando personas atrás. Al mismo tiempo estaban los precios que uno tenía que pagar para ser el que eras. Fue un momento de incipiente liberación, pero había muchos lastres que arrastrábamos. La novela tiene la nostalgia de haber perdido un mundo pero también una crítica a ese mundo y sus reglas, que producían mucho dolor e incluso la muerte.

-¿Era un mundo de apariencias?

-Uno no lo vivía falsamente. Todo lo contrario, en ese momento nos sentíamos viviendo la vida con una intensidad muy grande. En el ambiente gay, el buen gusto era una forma de defensa: de esa manera protegías tu lugar en el mundo. Pero sí hubo otras personas que no lograron entrar a esa corriente de salvación. Porque nos estábamos salvando de un pasado muy duro, muy homofóbico, muy misógino, muy odiador de la diferencia. Una de las cosas que la dictadura nos inculcó fue el miedo a la diferencia.

-Algunos datos del protagonista coinciden con los tuyos. ¿Es una novela autobiográfica?

-Tiene una base autobiográfica, que es mi tiempo, mi mundo, mi mirada desde los 60 años a  los 30 años del protagonista. Todo eso está en los fundamentos de la novela, pero después la novela gira por sí misma. Y eso es fundamental porque ninguna vida per se tiene valor literario. Sería una acumulación de anécdotas.

-¿Tú no eres Guillermo Sivori?

-Es un personaje que vive situaciones que yo no he vivido. Él puede tener parte de mi personalidad, parte de mi pasado, pero es un personaje en escenas que no son las mías. Uno se centrifuga en la novela: son partes de ti que surgen y toman fuerza y se consolidan, son proyecciones, anhelos, algo inconsciente. Guillermo Sivori tiene mis señas sin ninguna duda, pero es un personaje de ficción. Y yo en la vida real soy menos personaje literario que él.

-Los compañeros del protagonista son exitosos, ricos, pretenciosos, vacíos. ¿Sientes un resquemor hacia ese mundo privilegiado que conociste?

-No es resentimiento. Es una visión de la clase alta con toda su crudeza, pero también quiero decir que la homofobia y la misoginia eran algo común a todas las clases sociales en esa época.

-¿Y hoy día?

-Ha cambiado muchísimo, hemos avanzado grandes pasos hacia aceptar la diferencia.

-Describes los 90 como una época de drogas y de fiestas, pero también de soledad e incluso de muerte. ¿Algunos se extraviaron?

-Hubo muchos que nos salvamos. Pero hubo personas más frágiles que se quedaron en el camino. La culpa no es de la fiesta y la droga, la culpa es la presión social que existía en ese momento por parecerse a los demás. Había una vida ejemplar, el modelo heterosexual exitoso, hacia el que todo tendía. Ahora nos damos cuenta que las vidas ejemplares pueden ser muy diversas. Hubo personas que sencillamente no toleraron la presión social de su familia, de sus amigos.

-¿Y se suicidaron?

-Uno de ellos, al que yo traigo a la memoria en la novela. Personas que no se toleraban a sí mismas por ser gay. Vivían en una contradicción  constante, querían ser un hombre heterosexual que hace su trabajo, que logra el reconocimiento de sus amigos, de su mundo, pero de repente esa cáscara se rompía y de noche a última hora partían al Búnker (discoteca de Santiago) y entraban  en una especie de frenesí, pero después se morían de culpa, porque no querían ser esa persona. Por el rechazo que significaba. Yo creo que esa tensión la vivió mucha gente y algunos de una manera finalmente trágica.

-El tono del narrador, ¿cómo lo encontraste?

-Me topé efectivamente con una persona en un remate y pensé: “Podría haber terminado como él”. Entonces surgió la idea de estas historias del pasado que se van intercalando en el período de una tarde. Cuando encontré la estructura, me sentí muy libre escribiendo esta novela; eso te alienta, te levanta. No estaba atado a una línea temporal ni a una especie de tejido de circunstancias, sino que podía ir moviéndome con libertad por los distintos años y personajes.

-El tema más polémico de la novela tiene que ver con el estallido social. El desenlace es inquietante.

-Yo siento que el personaje vive dentro de él, contradictoriamente, el estallido. Porque una parte de él siente que todo este pasado de escondite, de muerte, de discriminación, aflora de cierto modo. Entonces él dice: “hay algo en mí que secretamente alimenta o se asocia con el estallido”. Pero al mismo tiempo lo vive con perplejidad. Cuando mira lo que pasa en la Plaza Italia es un momento de miedo.

-¿Quizá de manera inconsciente cree entender  las razones de la violencia?

-Para él el estallido tiene dos caras. Hay una parte secreta, oscura, que yo la insinúo hacia el final, pero hay otra cara que son sus señas y él dice: “este es mi mundo, estas son mis pertenencias, este mundo del que estoy hecho se está cayendo a pedazos”.

Pero en ningún modo lo veo como una justificación de la violencia. Creo que dar espacio a una meditación sobre el germen de la violencia no es en ningún caso, ni remotamente, una justificación de la violencia. Yo personalmente no justifico para nada la violencia. Pero sí comparto las demandas de dignidad pacíficas y multitudinarias que nacieron del estallido.

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