Una sociedad violenta. Por Cristián Valdivieso

Director de Criteria
Vecinos del Barrio Matta protestan por la inseguridad una semana antes del crimen del carabinero Daniel Palma en esa misma zona. Imagen: Agencia UNO.

Chile es una sociedad cargada de conflictos y niveles de violencia, que intimidan a diario a la población, especialmente a la más vulnerable, donde el temor se adhiere como lapa al cuerpo y no lo abandona ni a sol ni a sombra. Una violencia que trastoca nuestra convivencia e impide mirar más allá de un presente temeroso.


Lo que muchos no vieron (o no quisieron ver) era que la delincuencia se tornaba un síntoma más de una enfermedad más peligrosa y corrosiva. Desde hace años, silenciosa y persistentemente, lejos de las élites y la opinología, Chile se convertía en una sociedad violenta, donde el temor de la población dejaba de estar circunscrito a ser víctimas de robo, portonazos o encerronas, para extenderse a otras situaciones de violencia. Narco, sicariato y crimen organizado se instalaron hace un buen rato en el lenguaje y paisaje cotidiano, particularmente en el de los grupos medios bajos y bajos.

Hoy es evidente. Chile es una sociedad cargada de conflictos y niveles de violencia, que intimidan a diario a la población, especialmente a la más vulnerable, donde el temor se adhiere como lapa al cuerpo y no lo abandona ni a sol ni a sombra. Una violencia que trastoca nuestra convivencia e impide mirar más allá de un presente temeroso, transformándonos en víctimas de esa violencia sistémica.

Experiencias cotidianas que quedan dramáticamente confirmadas estos días con el asesinato de una carabinera y un carabinero en menos de dos semanas y expresadas en una reciente encuesta Criteria que muestra que para más de la mitad de la población (58%), en una escala de 0 a 10, donde 0 significa “nula violencia” y 10 “extrema violencia”, el nivel de violencia está entre 9 y 10. Y, para el 90% de la población, el grado de violencia en Chile oscila entre bastante y extremo.

Percepciones que confirman, con datos, el relato con que inicio esta columna: la delincuencia común es sólo una manifestación más de una vida diaria salpicada de diversas constataciones de violencia. Tras la delincuencia, las personas sitúan al narcotráfico como segunda área más atemorizante de la vida, asociado a sus consecuentes tiroteos y ajustes de cuentas. En tercer lugar, la ciudadanía expresa temor por el crimen organizado, incluidos tráfico de personas y sicariato.

Una cotidianeidad compleja de asir por los grupos acomodados cuyas inquietudes se relacionan más con el temor de ser víctimas de asaltos o robos que con sufrir directamente la dinámica narco y la violencia propia del crimen organizado y sus varias derivas.

Visto así, y cuando los números de las encuestas y las estadísticas sobre la violencia parecen ya no impactar, o se usan para polarizar la discusión, para esta columna, antes que insistir con más datos, preferí traer a colación un mosaico de citas extraídas de conversaciones estructuradas con personas de realidades socio-económicas y geográficas vulnerables a las que normalmente no accedemos.

Por ejemplo, la de una señora en Temuco: “Acá en Temuco están secuestrando a las niñas, no pueden estudiar, salir solas, andan ahí… imagínese que, en mi tiempo, en mi niñez, nunca anduvo una así´, era todo tranquilo. Tenemos que estar encerradas”.

O la de un hombre de Tarapacá: “Lamentablemente les abriste las puertas a todos estos delincuentes, vandalismo, bandas como el tren de Aragua, de cualquier parte: Llegaron a Chile y ya pueden hacer lo que quieran”.

También la de una joven de Concepción: “Yo me siento insegura en este minuto en el país, me siento insegura con mucho miedo. Concepción era una ciudad relativamente tranquila, la comuna que yo vivo, Chiguayante, era extremadamente tranquila, pero ya tenemos problemas de droga, balazos, portonazos, todo eso, entonces me está dando hasta miedo manejar, aunque sea en el día, porque han ocurrido cosas en el día. Me siento así, insegura, estoy con mucho miedo de lo que se está viviendo día a día y no se ve ninguna solución”. 

La de un joven santiaguino: “Estamos en tierra de nadie, la delincuencia cada vez crece más y los balazos están a la orden del día, pasan y pasan cosas como estas todos los días por acá, y no veo posible ponerle atajo. Tristeza y miedo es lo que hay”.

Para qué seguir. Estas desgarradoras vivencias nos refriegan en la cara, una vez más, que estamos de vuelta en Latinoamérica, la región más violenta del mundo.

La pregunta es, ¿lo asumimos como un problema estructural al que tiene que abocarse el Estado más allá de los gobiernos de turno, o seguimos usando este creciente temor para polarizarnos políticamente?Juzgue Usted.

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