Enero 15, 2023

La cuenta del PPD y las listas separadas. Por Camilo Feres

Director de Estudios Sociales y Políticas de Azerta
Natalia Piergentili, presidenta del PPD, durante las elecciones internas de agosto de 2021. Crédito: Agencia UNO.

Los expertos electorales aún debaten sobre los efectos que podría tener dividir al oficialismo en dos listas, pero en la mayoría de los casos se especula con efectos negativos más o menos acotados según quién opine. Pero donde no parece haber dos opiniones es en los costos que acarreará la división al interior del gobierno.


Los partidos que hoy sustentan al gobierno pudieron haberse unido antes de resultar electo Gabriel Boric. En esas frías noches de mayo de 2021 en las que se cocinaban las primarias con miras a la elección presidencial de noviembre, los partidos del hoy denominado Socialismo Democrático, junto a sus hoy compañeros de Apruebo Dignidad, llegaron a las puertas del altar para una primaria conjunta.

Pero la iniciativa fue defenestrada, cuenta la leyenda, por un veto del Frente Amplio al PPD ejecutado por Convergencia, pero digitado, tras bambalinas, por el entonces poderoso Giorgio Jackson.

Han pasado casi dos años desde la bochornosa retirada del socialismo de esas negociaciones y de la subsecuente improvisada y poco decorosa primaria convencional de los “picados”, pero para más de uno de los involucrados, esa cuenta sigue anotada en la cacha del revólver.

Es probable que la decisión del PPD de bloquear una lista única del oficialismo con miras a la elección de consejeros constituyentes tenga esas anotaciones entre sus razones no oficiales, pero, dado el negativo efecto que la separación del oficialismo en dos listas tendrá para la ya difícil gestión política de Carolina Tohá, la tesis de la vuelta de mano no parece ser la más convincente.

Los expertos electorales aún debaten sobre los efectos que podría tener dividir al oficialismo en dos listas, pero en la mayoría de los casos se especula con efectos negativos más o menos acotados según quién opine. Pero donde no parece haber dos opiniones es en los costos que acarreará la división al interior del gobierno.

En efecto, hasta los propios impulsores de la idea la sitúan como una forma de posicionar las diferencias del Socialismo Democrático en materias que están en el corazón de la gestión gubernamental y aunque el discurso apunte a una diferenciación entre pactos, el subtexto no puede sino mostrar una diferencia con el gobierno. Un gobierno donde la gestión política recae en una ministra de sus filas.

Así las cosas, en la reivindicación del PPD parece existir más que revancha o cálculo electoral inmediato. El bloqueo a la lista única se sustenta en un diagnóstico político, uno que, aunque no se exprese en voz alta, apunta a que la debilidad del gobierno en general y del Presidente en particular son estructurales, lo que hace aconsejable abrir la baraja y apostar por la diferenciación.

El correlato de la apuesta por la diferenciación parece ser la convicción sobre que los vientos que permitieron en el pasado al Frente Amplio marginar al Socialismo Democrático de su primaria han cambiado de dirección y refrendarlo en una elección podría inclinar definitivamente la balanza en favor de los otrora parientes pobres del “aglomerado” oficialista, como lo denominó hace poco Carlos Ruiz.

La lectura que hace el PPD parece apuntar a salir del empate técnico en que ambas coaliciones habitan el gobierno, que, aunque ha sido compensado tras la derrota del 4 de septiembre y los tiene en la conducción de facto del Ejecutivo, no acompaña ese peso específico con una mayor presencia de sus aliados naturales y generacionales en el conjunto del gobierno, que les permita ejercer mayor control y poder dentro de él.

En este diseño, entonces, probablemente sí pesa el recuerdo de la ignominia de las primarias, pero no en clave rencorosa, sino como lección aprendida: la generación que creció a costa de antagonizar con ellos, no se replegará por las buenas. Cada espacio que les han cedido ha sido a condición de una derrota y con la necesidad como consejera. Y en esta ocasión las cosas no tienen por qué ser diferentes.

La apuesta, por lo tanto, no es electoral sino de poder. El objetivo no es tener un consejero más o uno menos, sino crecer con miras a un futuro ajuste del tablero, en el que aspiran avanzar un par de posiciones más de la misma forma que lo vienen haciendo desde la elección presidencial: de marginados a invitados, de invitados coanfitriones y ahora, quién sabe, pasar de coanfitriones a poner la música e incluso a extender invitaciones.

La pregunta que queda, sin embargo, es si el diseño en comento es ejecutado por el PPD pero impulsado por una mayoría en el Socialismo Democrático tras bambalinas, o si solo es una arenga que inicia y termina en el otrora llamado partido instrumental. La respuesta quedará a la vista en pocos días.

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