De manera más o menos coordinada, el ex vicepresidente de la Convención, Jaime Bassa y la ex presidenta, Elisa Loncon, explicaron su fracaso culpando “al cuarto poder”, la prensa y los intereses económicos que la sustentan.
Según ellos, los chilenos habrían sido engañados por unos medios de comunicación que apenas sobreviven. Esos mismos medios que cada dos elecciones se la juegan por candidatos e ideas que pierden, como la propia elección de Bassa y Loncon a una Convención Constituyente que “el cuarto poder” tampoco quería, pero que no pudo hacer nada para detener.
Da vértigo que dos profesores universitarios se crean en serio un análisis paupérrimo de la historia que protagonizaron. La teoría del “cuarto poder” falla no solo porque los medios tradicionales rara vez consiguen que sus candidatos lleguen al poder, sino porque incluso las mentiras tienen patas cortas y es casi imposible, contra los hechos, sostener lo insostenible mucho tiempo. Mentir es tan fácil como es difícil seguir mintiendo. Es cosa de preguntarle a Rojas Vade.
Esto era así en los años noventa y comienzo de los 2000, cuando el cuarto poder tenía poder. Entre medio ha ido surgiendo otro poder: el quinto, mucho más incontrolado, mucho más violento, mucho más incoherente y mucho más eficaz. Un poder que explica que estos Loncon y Bassa, dos profesores discretos de sus respectivas universidades, hayan llegado a escribir algo parecido a una Constitución. Pero es el que explica también la emergencia de los republicanos que llenan de insultos, banderas y teorías conspirativas las redes sociales.
Sin ese quinto poder, el poder de Twitter, Instagram, Facebook o Tik Tok, Roberto Campos Weiss, el profesor que fue pillado destruyendo un torniquete en vivo y en directo el 18 de octubre aquel, sería hoy una cara anónima que pelea contra su mala suerte y malos sueldos y quiere que el mundo acepte su sexualidad y que no mate más pollos y vacas, y ojalá coma frutas que solo caen de los árboles.
Sin las redes sociales Roberto Campos habría sido de seguro un fanático. Porque el fanatismo es más que una ideología, es una disposición de ánimo, un tono mental que se puede detectar por una mezcla de falta total de humor y una ingenuidad cristalina al mismo tiempo que habita sin duda detrás de los anteojos de marco de carey del profesor.
Sin las redes, decía, Campos habría sido un fanático en su casa y entre sus amigos. Ver en su teléfono o computador a otros exhibiendo en forma teatral su indignación lo llevó a sentir que tenía un deber, que era de alguna forma un elegido. Las redes mostraban una marejada de escolares saltándose los controles y otro torniquete lanzado a las vías que quedaba inutilizable.
Campos Weiss era parte de una multitud, de un movimiento, de una película filmada con mil cámaras al mismo tiempo cuando destruyó ante esa mirada el torniquete que impedía su paso. Lo arrestaron y pagó por los que no fueron pillados una condena sin duda exagerada que le permitió el premio de convertirse en una víctima y un símbolo.
Actores y casi intelectuales, lo convirtieron en parte del petitorio y los eslóganes. Libre mientras esperaba sentencia participó con la diputada Emilia Schneider en “la cultura chupistica”, un video para la primera campaña del Apruebo que es una milagrosa junta de todos los lugares comunes woke que le costarían la derrota al Apruebo el 4 septiembre.
Si la tontera fuese un crimen, no cabe duda de que Roberto Campos merece cadena perpetua. Pero por suerte, para muchos de nosotros que mereceríamos pena aflictiva, la tontera no tiene pena en el código penal. Roberto Campos pecó quizás del peor crimen de todos: querer ser bueno en cámara. No come carne ni nada que haya sido asesinado, lo que no es sano, pero está bien. Pero odia e insulta a los que no comen lo mismo que él, ensuciando la iglesia de los franciscanos, la congregación que inventó el ecologismo occidental. Se indigna contra la injusticia rompiendo un torniquete, que es parte de un sistema de transporte que permite como ninguno el encuentro de las clases y mundos en la ciudad.
No parece entender las consecuencias de sus actos. No lo necesita. Las cámaras de los celulares lo graban y su nombre se vuelve #hashtag, pero ahora que la red ha sido invadida por los republicanos es objeto de burlas y escarnio. Fantasma de sí mismo, el quinto poder, como lo hizo con Bassa y Loncon, lo usó sin piedad, sin dejar casi nada de él. En el caso de Loncon, una gira por el mundo. En el caso de Bassa, ser expulsado del grupo de rock que creía era su grupo. A Campos, que ha demostrado una fulgurante falta de paciencia, le quedan meses y años de libertad vigilada, firma mensual, papeleos y certificados de buena conducta.
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