La grieta que se ha abierto entre las coaliciones oficialistas ha alcanzado peak de tensión en estas semanas. Desde la crítica de la presidenta del PS a la conducción de la alcaldesa de Santiago (PC) o la protesta de Diego Ibáñez en contra de las leyes de protección a Carabineros -hasta el ultimátum disfrazado de solicitud de coordinación que le hicieran las dirigentas de Apruebo Dignidad a la ministra del Interior-, cada paso del oficialismo en estos días ha estado condimentado con el malestar de sus cuadros como telón de fondo y el punto de mayor fricción está siendo, sin duda, la ministra Tohá.
Al analizar la fuerte presión a la que ha estado sometida la ministra de Interior, sin embargo, se ha puesto especial énfasis en las asonadas y golpes de fuego amigo y enemigo, pero la victimización de la jefa del gabinete de poco sirve para revertir el derrotero en el que se ha encaminado el gobierno en torno a ella.
Junto con describir ese fenómeno, es importante también detenerse en las actitudes con las que la propia ministra contribuye a su situación actual y cómo éstas han ido minando su capacidad para realizar la tarea que llegó a hacer: mejorar la conducción del gobierno.
Hay que ser justos, Tohá llegó a conducir un bus que ya tenía varios choques y averías y del que ninguno de sus ocupantes quería hacerse demasiado cargo. Pero luego de llevar ese buque a la orilla, ser reconocida por ello (interna y externamente) y acumular una dosis no menor de poder en la pasada, los pasos siguientes no han tenido ni la claridad ni la eficacia suficiente.
Probablemente Tohá es, en parte, víctima de su propio éxito: habiendo sacado al gobierno del curso de colapso en el que se encontraba, ahora surgen voces que le piden compartir el volante o al menos participar en la elección de la ruta.
Pero precisamente porque llegó al cargo precedida de las credenciales de política experimentada, el cambio en las condiciones de borde no es excusa suficiente para no dar con la estrategia ni el tono para esta segunda parte.
Usando una analogía futbolera, Tohá llegó como principal refuerzo tras la debacle electoral constituyente y ninguna de las falencias del plantel le eran desconocidas a su arribo. Y cabe recordar -continuando con la comparación pelotera- que la misión de la jefa del gabinete es hacer jugar al equipo lo mejor posible y que para ello se necesita muchas veces ir menos al área sola y habilitar un poco más a los compañeros.
Ahí radica precisamente la principal falencia de la ministra hoy: en la soledad. Es cierto que los cargos de responsabilidad no son un concurso de simpatía, pero más allá de los talentos individuales, gobernar es también una tarea colectiva. Un gobierno en minoría y con sendas derrotas a cuestas no se puede dar el lujo de tener “las líneas cortadas” porque la tesis de ganar perdiendo es factible para los partidos e incluso a veces para los candidatos, pero no para los gobiernos y menos los de coalición.
Tohá debería tomarse una pausa en su enérgica carrera por echarse al equipo al hombro para buscar aliados. Debe mirar atrás y darse cuenta que, al arrancar hacia adelante, no la siguieron ni desde su partido ni desde el comité político que integra y dirige. Y sola en el área es poco lo que podrá hacer cuando no esté con la pelota en los pies, aun cuando cuente “con la confianza del técnico”.
El viejo y vapuleado manual de la política pragmática tiene varios pasajes para el dilema que enfrenta la jefa del Gabinete. En él se recomienda, para momentos como éste, fijar los límites del conflicto con sus adversarios internos; negociar, pactar y concordar. Entonces, y solo entonces, intentar contragolpear.
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