Abril 28, 2025

La caída de Vodanovic tiene un debate de fondo. Por Ignacio Imas

Ex-Ante

La renuncia de Paulina Vodanovic no es simplemente el cierre de una mala jugada; es la confirmación de que el Partido Socialista atraviesa una crisis estructural que compromete su futuro y debilita al oficialismo en su conjunto. 


La reciente decisión de Paulina Vodanovic de desistir de una aventura presidencial que nunca despegó deja al descubierto el profundo extravío estratégico de la dirigencia socialista, que llevó a ese partido a un bochorno mayor. La responsabilidad recae directamente en dirigentes como Camilo Escalona.

Sin embargo, es importante señalar que las acciones erráticas tienen una historia un poco más extensa y es elocuente. En 2017, el Partido Socialista, incapaz de generar un liderazgo propio o de negociar una primaria competitiva, optó por un apoyo casi automático a Alejandro Guillier, un candidato independiente sin redes partidarias sólidas, que terminó arrastrando a toda la centroizquierda a una derrota clara frente a Sebastián Piñera.

Ya en 2021, la fragmentación interna se volvió aún más evidente: aunque apoyaron a Paula Narváez, las ganas estaban con ir más allá y apoyar a Gabriel Boric.

En 2025, la tentativa de instalar a Paulina Vodanovic como opción presidencial repite los mismos errores de fondo: levantar una candidatura sin condiciones reales de viabilidad electoral, sin respaldo significativo en encuestas ni en el mundo social, y sin un relato que permitiera movilizar a las mayorías progresistas, o incluso a su propio partido que no parecía muy convencido.

Más grave aún, esta apuesta persistió incluso cuando todos los indicadores advertían la falta de tracción. Se insistió por semanas en promover el nombre de la senadora, priorizando el balance de poder interno y la necesidad de mantener la cohesión de una mesa directiva que —paradójicamente— hoy emerge debilitada. Los dirigentes socialistas omitieron que este tipo de comportamientos aumenta la desafección ciudadana por las dinámicas endógenas que muestran los partidos.

Sin embargo, más allá de los errores coyunturales, la situación revela un problema estructural de mayor profundidad: la incapacidad del Partido Socialista para construir un liderazgo que supere la figura de Michelle Bachelet.

La expresidenta no solo fue la gran carta electoral del PS, sino también el principal símbolo de su capacidad de conexión emocional con el electorado. La ausencia de una estrategia de formación de nuevos liderazgos, sumada a la comodidad de vivir bajo la sombra protectora de su figura, ha impedido el surgimiento de alternativas reales. Esta dependencia no es normal para un partido con la historia, la tradición y la envergadura del PS.

El impacto de esta crisis interna no es menor. El Partido Socialista no es solo una colectividad más en el ecosistema político; es uno de los pilares fundamentales del gobierno actual y de la coalición oficialista en su conjunto.

La incapacidad del PS para ofrecer liderazgos renovados y competitivos complica seriamente el panorama para el Ejecutivo, justo en momentos en que el oficialismo necesita mostrar cohesión, fortaleza y estabilidad. Cada episodio de improvisación o de desgaste innecesario erosiona la ya frágil imagen de unidad del bloque de gobierno ante una ciudadanía cada vez más escéptica y una oposición que ha sabido aprovechar cada fisura.

La bajada de Vodanovic, lejos de ser un hecho aislado, ha generado una crisis de conducción política en el partido cabeza de la centroizquierda.

En el caso del PS, el problema se agrava por el peso histórico que tiene la colectividad y porque viene saliendo de otras dos crisis generadas por Manuel Monsalve y la compra fallida de la casa de Salvador Allende. Con lo anterior, ha dejado un espacio para que otros colegas de coalición aprovechen su debilidad. Es negativo también, porque se trata de quienes han puesto el dique a políticas más radicales e identitarias de esta administración, porque se relativiza su capacidad de influir en la agenda del gobierno.

La renuncia de Paulina Vodanovic no es simplemente el cierre de una mala jugada; es la confirmación de que el Partido Socialista atraviesa una crisis estructural que compromete su futuro y debilita al oficialismo en su conjunto. El PS, como colectividad y líder de un bloque, arriesga diluir su influencia no solo en el gobierno actual, sino también en la proyección de una nueva mayoría progresista.

Esta crisis no surge de un error aislado ni de un momento de mala fortuna. Es el resultado de una cadena de decisiones equivocadas, de prácticas internas de cálculo cortoplacista, que impacta en su conexión con su propio electorado. Lo ocurrido no sólo quedará en la bajada en esto, puede tener otras consecuencias, como debilitar su posición negociadora en la elección parlamentaria.

La pregunta de fondo que enfrenta hoy el PS y en especial su dirigencia es si quiere persistir en dinámicas internas cerradas. El desafío, no es solo “sincerar el debate”, y sacudirse de este episodio, que terminó mal y es difícil de explicar como de entender.

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