Antes de octubre de 2019 mucho de lo que se publicaba sonaba en la misma agotadora clave: mientras que para los novelistas en Chile (es decir en Providencia, Las Condes y Ñuñoa) “no pasaba nada”, quienes escribían ensayos se flagelaban con los números que decían que el país tenía que compararse en sus desigualdades con algún estado fallido subsahariano, o que sus niveles de machismo nos ponían a niveles sauditas o hasta que el país era un “paraíso pedófilo”.
Octubre de 2019 no cambió esa homoegenidad, aunque la varió un poco: mientras están los que dicen haber visto venir el derrumbe y que nadie les hizo caso, otros ensalzan esos días de farra nihilista y comienzan a asomarse libros conspiranoicos (que al menos le dan extravagancia a las estanterías, como los del Triángulo de las Bermudas y las conspiraciones contra los OVNI). Pero por tono, la verdad es que la variedad no es mayor que antes que quemaran el Metro.
Salvo, obviamente, por Lucy Oporto y otros que han venido a decir que el emperador está desnudo. Y Oporto –y he ahí su sorprendente mirada– lo ha venido diciendo desde el primer minuto, en tiempo real. Fue mientras las ciudades amanecían con olor a plástico quemado por las barricadas que habían ardido toda la noche, que ella escribió el ensayo “Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias: tener, poseer, destruir”, que en poco más de cinco mil palabras se asomó a lo que ocurría en las calles con una claridad y valentía a la que nadie (ni periodistas o políticos con calle) alcanzaron (salvo el arquitecto Iván Poduje).
Lumpencosumismo ha envejecido muy bien. Ahora, con He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza. Ensayos de Crónica filosófica (Editorial Katankura , 2022, 300 páginas) Oporto regresa a explicar cómo fue que la anomia se apoderó del país mientras los tontos lo ignoraban y los más tontos lo celebraban. El libro es una serie de ensayos de crónica filosófica que, dice ella, nacen ante un Chile vacío, un país envuelto en incertidumbre y oscuridad, y jaloneado por embustes y signos de descomposición como los ofrecidos por Rodrigo Rojas Vade y Diego Ancalao. El país de las cenizas y el terror que produjo “la primavera de Chile”.
Dice Oporto: “Desde octubre de 2019, Chile viene precipitándose de modo manifiesto hacia la barbarie y la crisis total: moral, espiritual, política, social, jurídica, institucional, económica, sanitaria, migratoria, medioambiental e hídrica”. Y el libro tiene ese tono de las conversaciones –o lo monólogos– que se tenían en voz baja en ese entonces. Pero sobre todo ayuda a entender la cronología de cómo fue que se normalizó la violencia que hoy golpea en los liceos, las calles y las macrozonas. Y quién se benefició de ella.
CRONOLOGÍA DE LA VIOLENCIA
La segunda parte de He aquí el lugar produce el mismo efecto que leer Lumpenconsumismo: la sorpresa de encontrarse con alguien que en tiempo real vio la que se estaba armando en la calle, entre el silencio, la comprensión y los aplausos de unos y otros.
Si alguno quiere hacer la cronología de cómo se “naturalizó” la violencia, o acercarse a la normalización del fuego y la capuchas, ahí está el ensayo El Cristo roto y el lumpenfascismo, que en 2016 reflexionaba sobre el saqueo que un grupo de encapuchados hizo de la iglesia de la Gratitud Nacional en junio de ese año y que terminó con la destrucción de una imagen de Cristo crucificado en la calle. Todo, en el marco de una movilización de la Confech por la reforma a la educación superior.
La impunidad garantizada de hechos de ese tipo, dice Oporto, es la base de la “enconada enfermedad moral” de Chile. Un ciclo que Pier Paolo Passolini diagnóstico en Italia “cuando la sociedad de consumo alcanzó su consolidación arrasando con la cultura, y él mismo estaba a punto de ser asesinado, se ha cumplido en Chile: TENER, POSEER, DESTRUIR (…) Los encapuchados NO SON una fuerza libertaria, ni representantes de una vanguardia esclarecida que actuaría en nombre del pueblo. Son la imagen de la podredumbre moral de la sociedad de consumo: depredadores siempre insatisfechos, dispuestos a tener, poseer y destruir, como único horizonte de su presente carente de contenido humano y espiritual. Son la escoria de la sociedad de consumo, y cómplices de su disolución constitutiva y autojustificada”.
RENDIDOS ANTE LA DESTRUCCIÓN
No solo eso. En El placer de la destrucción, una respuesta al filósofo italiano Franco Berardi, que criticó Lumpenconsumismo a fines e 2019, Oporto vuelve sobre los hechos que antecedieron y los que provocaron el estallido.
Sobre los primeros, le explica a Berardi –que dice que “si los estudiantes no hubieran destruido algunos objetos materiales, hoy no estaríamos hablando de la situación en que se encuentra el pueblo chileno como consecuencia de cuarenta años de sistemática violencia financiera y fascista”– que “hace años que vengo observando una especie de capitulación de no pocos adultos ante la juventud llamada ‘sin miedo’. Esta descripción ya existía en 2011. Antes de esa fecha, no estoy segura. Como siempre, se trata de otro eslogan sin contenido. He visto esta actitud incluso entre personas en torno a los cuarenta años, la edad en que el intelecto y la creatividad alcanzan una primera maduración”.
Y sobre los segundos, es decir sobre los hechos que provocaron el estallido, Oporto se asoma a lo ocurrido en el Metro de Santiago, uno de los episodios más oscurecidos por los defensores del 18 de octubre y sobre el que ya se han insinuado brotes terraplanistas últimamente.
Luego de describir el proceso que lo antecedió como la irrupción de contenidos inconscientes desata con ocasión de la acumulación de tensiones sociales, agrega: “tengo la sospecha de que alguien más observó durante mucho tiempo ese comportamiento social, y decidió capitalizarlo en su favor, calculando en qué momento preciso de la descomposición y la anomia en movimiento abrir el pozo de los monstruos.
La destrucción del Metro fue, a todas luces, realizada por profesionales organizados, y no por adolescentes inexpertos. ¿Quiénes, cómo y con qué fin, exactamente? Lo ignoro”.
El párrafo ese recuerda una de las ideas con las que Oporto inició sus reflexiones sobre el estallido en 2019: la forma en que se estaba haciendo la cobertura de los incidentes y de la represión, es decir, cómo fue que la prensa contó esa primera “tierra de nadie” que se instaló en el país. Prensa, rating y violencia: un ramillete que alguna vez tendrá que ser analizado por lo que significa la rendición ante lo que Oporto describe como una vociferante apelación “a la dignidad, sobre la base de la destrucción de otros”.
Sobre esa apelación a la dignidad, reflexiona con lucidez en otro texto: “paradójicamente, la dignidad fue exigida de modo abyecto, mediante la destrucción, la barbarie, el vandalismo y la inmundicia, sin mayores demostraciones de escándalo público ante estos hechos. Es más, se ha ido posicionando con toda naturalidad, incluso entre personas ilustradas y delimito académico, la idea de que esta violencia sórdida e impune había hecho posible la realización del plebiscito de entrada al Proceso Constituyente del 25 de octubre de 2020, y las elecciones para la Convención Constitucional (…) como si estos eventos, por sí mismos, debiesen ser considerados ya el cumplimiento de la vociferada transformación de Chile. ¿Es que acaso parte de esa legitimación consiste en postrarse ante la barbarie y sus agentes como acción de gracias?”.
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