Para el periodista y escritor José Rodríguez Elizondo, los políticos tienen una “tremenda responsabilidad” cuando se demoran en asumir que los fenómenos de violencia incontrolada son temas de Estado, como es el caso de la Arucanía. En su exilio de la dictadura de Pinochet trabajó como periodista en importantes medios de Perú (1976 y 1986), y presenció el surgimiento de Sendero Luminoso y la escalada terrorista y represiva que duró más de una década y dejó casi 70.000 muertos.
¿Es posible tomar algo de la experiencia peruana para buscar salidas o soluciones a la situación de violencia que se está viviendo en la Araucanía?
No sólo es posible. Es obligatorio. La historia de Sendero Luminoso es un paradigma en cualquier país democrático en que se perciban síntomas de una escalada violencia-terrorismo. Me explico: Sendero Luminoso germinó, silencioso, durante la segunda fase de la revolución militar peruana, explosionó durante los gobiernos democráticos sucesivos de Fernando Belaúnde y Alan García. Entonces llegó a una especie de empate estratégico con el Estado y sólo fue derrotado por el autogolpista Alberto Fujimori. Es decir, con la democracia abolida y los derechos humanos desconsiderados.
Desde la primera acción de Sendero Luminoso, la quema de unas urnas de votos en 1980, hasta que Belaúnde Terry declaró el estado de emergencia y puso a las fuerzas armadas a luchar contra Sendero, pasaron dos años. ¿Fue una decisión tardía? ¿Fue la decisión correcta?
Nunca hay respuestas simples para problemas complejos. Si fue una decisión tardía no fue una decisión correcta y discutirlo puede ser escapista. Como testigo-periodista de las primeras fases, creo que el centralismo limeño llevó a subestimar los hechos de carácter violento que sucedían en Ayacucho. La primera acción senderista en la capital, en 1982, fue considerada un happening macabro: ¡¿perros colgados de las luminarias callejeras con letreros alusivos a Deng Xiaoping y otros “revisionistas” chinos!?… Cosa de maoístas locos.
¿La demora en lanzar la lucha más directa se debió a que se ignoraba qué era Sendero y qué alcance podían tener? ¿Faltó inteligencia?
Hubo una mezcla de ignorancia de la historia política comparada, en los políticos; de falta de inteligencia estratégica en el terreno, por parte de las fuerzas de seguridad, y de normalización de las polémicas entre las izquierdas extremas en el sistema. Esto hizo que nadie entendiera las complejidades del impacto de la Revolución Cultural china en esas izquierdas. Sendero parecía, entonces, un fenómeno entre pasajero y exótico. No podía tomarse en serio a su líder, Abimael Guzmán, cuando se autoproclamaba “cuarta espada de la revolución mundial”. Es decir, legatario directo de Marx, Lenin y el propio Mao.
¿No bastaba con la policía para reducir a Sendero Luminoso?
Cinco violentistas pueden ser una pandilla de abigeos, pero mil militantes ideologizados, armados y con estrategia clara son un ejército. Eso pasó con Sendero. Ante una autoridad perpleja, sus efectivos aumentaron en números y sus acciones terroristas en ubicuidad e intensidad. Incluso llegaron hasta Lima y fue entonces cuando se asumió que la policía estaba desbordada. La opción gubernamental fue la intervención militar progresiva. Primero como apoyo logístico a la policía y luego, con la policía detrás. Ayacucho, de teatro de operaciones único y lejano, se convirtió en escenario matriz de la insurrección.
¿Esa inacción inicial del gobierno de Belaúnde Terry posibilitó la aparición de otros grupos como el MRTA en 1982?
Así como el guerrillerismo castrista de los años 60 —dictadura militar de Juan Velasco Alvarado— fue una alternativa a otras organizaciones de izquierda revolucionaria, Sendero produjo una alternativa revolucionaria de otro signo ideológico: el MRTA que, a mi juicio, oscilaba entre el aprismo primigenio y el guevarismo.
¿Los militares, por su formación en una guerra convencional contra otro Ejército, están preparados para la lucha contrainsurgente? ¿Lo estaban entonces los militares peruanos?
Yo creo que entonces no lo estaban, por la especificidad de una guerra interna con base campesina, inspirada en los textos de Mao y con un líder creativo. La mejor prueba es que esos mismos militares habían derrotado, en cuestión de meses, la guerrilla castrista de los 60. Por eso, trataron de enfrentar la nueva complejidad con métodos equivalentes a los de una guerra convencional… y eso era impensable en un Estado democrático. De ahí que durante los gobiernos de Belaúnde y García se llegara a un empate estratégico. Sendero solo fue derrotado por la dictadura de Alberto Fujimori, que permitió a los militares operar con libertad casi total.
¿Están preparados ahora los militares chilenos?
En cuanto militares modernos no solo están preparados para su función histórica de defender al país propio, en una guerra convencional. También lo están para actuar en otros y muy variados tipos de guerra. Además, tienen el precedente de las guerras campesinas asiáticas y la muy especial de Sendero Luminoso. Pero, permítame decir que, en todas las hipótesis de contrainsurgencia, el problema es el costo en potencial disuasivo.
¿En qué consiste ese costo?
Combatir contra enemigos extranjeros suele tener una lectura épica. Produce un momentum de unidad nacional. Combatir contra connacionales que se pretenden representativos de una parte del país, confirma una división interna de carácter dramático. Además, si el proceso es de larga duración, puede darse un costo adicional: desmoralización y/o división en las propias fuerzas armadas y policiales. En todos los casos, se reduce el potencial nacional de disuasión. Un literal circulo vicioso.
Entonces, ¿tampoco hay solución militar?
En rigor, cuando se deja madurar la violencia más allá de lo prudente, no hay solución político-militar-policial que mantenga incólume el Estado democrático de derecho e intangibles los derechos humanos. Entonces, intervenir o no intervenir tiene costos negativos y los chilenos lo sabemos por experiencia. Por lo dicho, no cabe soslayar la tremenda responsabilidad de los políticos que “se atrasan” en asumir que los fenómenos de violencia incontrolada son temas de Estado. Y, peor, todavía, si estiman que son una buena oportunidad para desestabilizar al gobierno.
¿Se puede afirmar que todos saben cuándo entran las fuerzas armadas en la lucha contrainsurgente pero nadie sabe cuándo es el momento apropiado para retirarlas? ¿Es difícil hacer volver a los militares a los cuarteles?
Estamos en otro momento histórico-político. En síntesis taquigráfica, creo que después de la Guerra Fría y ante la experiencia venezolana, hoy lo difícil es sacarlos de sus cuarteles.
¿Qué lecciones del caso Sendero Luminoso se pueden rescatar para Chile?
Podrían esbozarse las siguientes:
¿Qué opina sobre rechazo de la presidenta del Senado, Adriana Muñoz, a la incoporación de los militares a combatir la violencia en la Araucanía?
Me parece un poco simplista. Una visión estática. La eventual militarización, como fue el caso peruano, es el efecto de la polarización o del bloqueo político previos, con responsabilidad de los actores políticos variopintos. Me habría gustado escucharla sobre lo que podría hacer ella, como líder del senado, para impedir que se llegue a esa última ratio del conflicto.
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