El gran proceso globalizador que se inició a comienzos de los años 90 con las respectivas caídas del muro de Berlín y el muro de Bambú está llegando a su fin. Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, gracias a los acuerdos del GATT (hoy WTO), Estados Unidos fue el guaripola de una paulatina liberalización del comercio global. Esta se aceleró con la incorporación a la economía global del vasto imperio comunista, luego de su colapso. A ello se sumó un grupo de países que, sin ser comunistas, eran proto mercantilistas o derechamente proteccionistas, pero que ante la ola liberalizadora del comercio tuvieron que abrirse en parte (México, Brasil, India, etc.).
Así, la economía global entre 1990 y 2016 se expandió de la mano de una creciente importancia del comercio global en el PIB total del mundo. Un hito fue la entrada de China a los acuerdos del WTO el año 2000. Cuando 2 mil millones de personas se incorporan al mercado laboral del mundo es predecible que ello redundará en una caída relativa del precio del trabajo (en especial el no calificado) frente al precio del capital.
La gran mayoría crece, unos más que otros, y una minoría se ve perjudicada. Grandes beneficiarios fueron los países e industrias proveedores de China y otros mercados emergentes de alto crecimiento y abriéndose: productores de materias primas, de servicios y bienes industriales de alta gama, de tecnología de punta (Chile, Perú, Alemania, Suiza, McKinsey, Goldman, LVMH, Google, etc.).
Los perjudicados, países e industrias que entraron a competir de lleno con Asia emergente. En este nuevo mundo globalizado, un trabajador del sector industrial metal mecánico de Estados Unidos, Italia, Francia o España, que podía gozar de un nivel de vida de clase media en los años 50 sin tener título universitario, vio mermada esa posibilidad y probablemente precarizada su existencia.
El inicio del fin ocurre durante la gran crisis financiera de 2008-2012. Las cicatrices que ella dejó han contribuido al surgimiento de un conjunto de políticos que desconfían de la globalización. Los perdedores de ésta pasan a ser engrosados por las “víctimas” de la fuerte recesión de esos años.
La globalización también conlleva a un fuerte proceso migratorio desde los países perdedores hacia regiones ganadoras. Esto último viene a tensar más a grupos sociales que ven en los recién llegados una amenaza real en un momento de stress en el mercado laboral. La elección de Donald Trump el año 2016 y el Brexit inglés son ejemplo de lo anterior. Lo mismo se puede decir del ascenso de diversas fuerzas políticas populistas en el continente europeo tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político.
La nueva elección de Estados Unidos viene a confirmar este hecho. El partido republicano es un pálido reflejo de aquel que lideró Reagan y de la llamada mesa de tres patas: libre mercado, conservadurismo social, e intervencionismo global que buscaba derrotar al comunismo. Hoy el ticket republicano es proteccionista y parcialmente aislacionista. Emerge un nuevo conservadurismo reflejado en el discurso del candidato a vicepresidente JD Vance. “Ya no serviremos a Wall Street”, señaló. “Estamos comprometidos con el hombre común”.
En su discurso enfatizó la importancia de la familia, la comunidad y de la industria para la prosperidad y la libertad. Propuso desescalar la globalización, restringir la inmigración, promover la industria local, controlar a Wall Street, revitalizar a los sindicatos. Sin duda que su experiencia vital, como hijo de familias modestas que surgieron migrando desde los Apalaches al cordón industrial del mid-west, que plasmó en el bestseller “Hillbilly Elegy”, es marcadora. Y cómo muchas de esas familias se quebraron, entre otras cosas, por la cesantía generada por lo que él cree fue una apertura unilateral. Esas personas terminaron sumidas en la adicción al tramadol, epidemia adictiva que ha impresionado al elector norteamericano.
El think tank American Compass, liderado por otro abogado de Yale como Vance (y amigos), está dibujando los contornos de este nuevo conservadurismo. Como inversionistas no debemos estar ajenos a esta discusión. De llegar a ganar Trump la presidencia, muchas de estas ideas serán empujadas. Paralelamente, la Corte Suprema, hoy poblada de jueces de la llamada escuela originalista, algunos nominados por Trump, está cambiando la jurisprudencia en contra de las agencias federales, lo que se estima apunta a un menor control sobre ciertas industrias o una redistribución del poder hacia los estados.
No es de extrañar entonces que previo a la bajada de la candidatura del presidente Biden, los mercados habían comenzado a asignarle una mayor probabilidad a una victoria republicana y actuado en consideración a ello. La curva de rendimiento se ha empinado, o sea hoy la diferencia entre tasas de interés de largo plazo de bonos de gobierno y la de corto plazo se ha incrementado. Por un lado, porque se estima que el Fed iniciará en septiembre el ciclo de bajas de tasas de interés y, por otro, porque se espera que, si Trump es electo, éste renueve las bajas de impuestos personales que promulgó durante su primer mandato y vencen el 2025. Ello redundaría en un mayor déficit fiscal.
Durante estas mismas semanas se ha iniciado una rotación de activos desde las llamadas Magnificent Seven (grandes conglomerados tecnológicos que acaparan el grueso del retorno bursátil) hacia las empresas calificadas como Value y también las de mediana y pequeña capitalización. Esto se explica en parte por las excesivas valorizaciones de las grandes tecnológicas pero también porque se estima que las empresas industriales, petroleras y de defensa serán beneficiadas por una presidencia de Trump y porque a su vez una corriente del nuevo conservadurismo norteamericano ha criticado el excesivo poder monopólico de algunas tecnológicas.
Cualquiera sea el resultado, todo apunta a que los próximos años veremos un Estados Unidos más centrado en sí mismo, más proteccionista y más dado a tener política industrial. Paralelamente, un país como Estados Unidos, con menor permisología federal y menores impuestos, debería crecer más y seguir atrayendo los capitales del mundo hacia su economía. Ello mantendría el dólar fuerte. Chile tendrá que navegar en aguas turbulentas.
Para leer más columnas de José Manuel Silva en Ex-Ante haga click aquí.
Nadie debería sorprenderse de que, en algunos meses, o semanas, el precio del cobre retroceda significativamente y el tipo de cambio suba. Así, el Banco Central está haciendo depender el logro de sus objetivos de una variable sobre la cual puede influir, pero que no controla (la otra es el precio de los combustibles).
Ejecutivos de grandes conglomerados chilenos analizaron las oportunidades y desafíos para la economía chilena: La reforma de pensiones, la seguridad y la mejora del capital humano fueron clave en sus intervenciones, destacando la importancia de simplificar la regulación y fomentar la inversión. La economista Andrea Repetto advirtió que “la deuda fiscal de Chile es baja […]
En el contexto de la Asamblea Anual del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Chile, se han firmado acuerdos por US$180 millones para proyectos de infraestructura, resiliencia climática y diversificación de exportaciones. Sin embargo, estos convenios se dan en un momento de intenso debate sobre la sostenibilidad fiscal del país y el límite de la […]
Frei reapareció para el plebiscito de 2022 después de años muy difíciles, marcados por la millonaria estafa que le hizo su hermano menor Francisco, la que confesó en 2019. El ex Presidente se jugó por el rechazo y tomó buena parte de las banderas que este martes reflotó en un seminario de Sura Investments, como […]
La proliferación de candidaturas fragmenta la primera vuelta y puede erosionar la legitimidad del proceso electoral. La elección presidencial debe ser una competencia de proyectos viables, no un desfile de candidaturas sin respaldo real. La pregunta es simple: ¿queremos seguir permitiendo que cualquiera se inscriba sin un mínimo de respaldo territorial o es momento de […]