Eduardo Frei Montalva, Salvador Allende y Patricio Aylwin, los tres grandes protagonistas del mayor fracaso político de nuestra historia se reúnen inmortalizados para siempre en el frontis de La Moneda que ardió junto con la democracia el 11 de septiembre de 1973.
El valor simbólico de que al cumplirse casi 50 años del golpe de estado el país rinda homenaje a quienes estuvieron en trincheras opuestas durante la Unidad Popular es enorme. Refleja que con el tiempo hay una mirada más ecuánime sobre aquellos trágicos acontecimientos en los cuales tanto partidarios como opositores al presidente Allende aceptan que tienen responsabilidades compartidas.
Inmediatamente después de producido el golpe toda la izquierda adhería a la tesis de que el derrocamiento de Allende había sido fruto de una conspiración planificada en Washington con la intervención de la CIA y la complicidad activa de la derecha, la Democracia Cristiana y en particular Eduardo Frei y Patricio Aylwin a la sazón presidente del partido e interlocutor de la oposición en las tratativas con Allende.
Bajo esta mirada tanto Aylwin como Frei Montalva eran vistos como unos fascistas que se habían sumado a la conspiración de la oligarquía y las transnacionales para terminar por la fuerza con un gobierno revolucionario, democrático y respetuoso en todo momento de la legalidad vigente.
Esta forma maniquea de ver las cosas comenzó a cambiar con el proceso de renovación dentro del Partido Socialista de la que surgió una evaluación crítica del gobierno de Allende, de la conducta de los partidos, los errores, las deslealtades y la intransigencia doctrinarias. Un gobierno de minoría que avanzó a contracorriente y en forma veloz, reformando el agro, estatizando la banca, aumentando el circulante e intentó cambiar la educación, avalando las tomas ilegales de empresas. Todo mientras se desataba un desabastecimiento de alimentos brutal, paros del transporte, inflación descontrolada y violencia política en la ciudad y el campo nunca vista.
Lo anterior no significa desconocer la existencia de una conspiración contra Allende, que está ampliamente demostrada en sendos informes del Senado de Estados Unidos. Pero sí entender que sin los errores y desvaríos revolucionarios de un sector mayoritario de la Unidad Popular la democracia se podría haber salvado. Que a la izquierda le cabe una cuota enorme de responsabilidad en que el golpe de estado se haya tornado inevitable.
Solo así se entiende que Patricio Aylwin que terminó resignándose al golpe de estado contra Allende, después de haber negociado con él hasta el último minuto, pudo contar con el apoyo de la izquierda para ser ungido como el primer presidente democrático de la Concertación tras el fin de la dictadura; y también ser merecedor de un monumento que, junto al de Salvador Allende perpetúe su memoria.
Quiso el destino que le tocara inaugurarlo al presidente Gabriel Boric que jamás habría consentido en levantar un monumento a la memoria de Aylwin a quién continúa responsabilizando del quiebre de la democracia y que hasta hace muy poco tenía un discurso extremadamente crítico de la transición, de la Concertación y del quehacer político del propio homenajeado.
En los últimos años ha habido un intento por parte de un sector de la izquierda de desandar el camino de la renovación que permitió la transición pacífica a la democracia, de volver la mirada hacia el pasado, de reivindicar el experimento de la Unidad Popular como válido, inspirador, que fue saboteado desde dentro y desde fuera; que en un momento encontró eco incluso en sectores del socialismo democrático.
El estallido social formó parte de ese proceso revisionista de la historia, también la convención fallida y desde luego la elección de Boric con Apruebo Dignidad, que con el triunfo del rechazo sufrió una gran derrota.
Sin embargo, el peligro no ha pasado y las fuerzas políticas del Apruebo Dignidad que están en un repliegue táctico preparan, de la mano del gobierno, una contra ofensiva con motivo de la conmemoración de los 50 años del golpe de estado.
Desde luego que es una fecha trágica que debe ser recordada con solemnidad, honrando con respeto la memoria del expresidente Allende y de todas las víctimas de la dictadura; más no ser utilizada para reescribir la historia glorificando el proyecto político fracasado de la Unidad Popular en un esfuerzo desesperado por insuflar nuevos bríos al programa refundacional de la izquierda no renovada que sustenta al gobierno.
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