20 homicidios perpetrados en la Región Metropolitana es el trágico balance que ha dejado esta semana. Esta contabilidad trágica se incrementa a costa de nuestra sensación de seguridad, la que se va a agotando, como una frenética cuenta regresiva ante la indolencia de las autoridades encargadas del combate a la criminalidad del país.
De acuerdo con datos de la Fiscalía, un 20% de los homicidios en Chile se enmarcan en un contexto de criminalidad organizada, donde los actores protagónicos son bandas y pandillas principalmente ligadas a la industria del narco.
Es decir, la droga y el ethos cultural asociado a ella, que le otorga cierta validación y legitimidad social, parecen estar en el centro de la problemática de la seguridad del país.
Según la última encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), el 91% de los encuestados considera que en los últimos cinco años el tráfico de drogas en el país aumentó y un 49% reconoce que también ha aumentado en su barrio. En la misma línea, cuando se consulta sobre cuáles son los principales grupos detrás de los hechos de violencia en el país, la lista es liderada por los narcotraficantes, con un 37% de las menciones, seguidos de inmigrantes con un 19% y delincuentes comunes con 16%, seguidos de drogadictos y alcohólicos con un 9%. Es decir, el vector drogas, concita más del 45% de las preferencias, de acuerdo al mismo estudio del CEP.
Pero como en el cuento del elefante en la habitación, todos los involucrados saben que el problema está ahí, pero se comportan prácticamente como si éste no existiera. ¿Alguien recuerda la última campaña comunicacional de prevención para el consumo de drogas que se haya emitido en algún medio de comunicación?
Ante este desolador cuadro, llama la atención la falta de comprensión, visión y compromiso de las derechas en abordar este flagelo. Agotando y circunscribiendo la respuesta al fenómeno delictual a una mero enfoque punitivo y policial, cuestión absolutamente necesaria, pero completamente insuficiente. Mientras los narcos sigan gozando del status, prestigio y aceptación de las comunidades, la acción policial incluso puede incluso devenir en inefectiva o experimentar rendimientos decrecientes.
El combate al narco, es también una batalla cultural. Porque es volver a disputar el sentido común en las zonas más vulnerables del país, donde la narrativa del mérito, del esfuerzo individual y el sacrificio, tan propio del ideario de la derecha, cada vez hace menos sentido entre los jóvenes, ante la tentación del dinero fácil, el acceso al lujo y el prestigio que brinda ser soldado de un capo de la droga que controla el territorio. Porque los narcos de hoy a diferencia de los de antaño, se jactan y ostentan su riqueza como una señal de desafío a la normas y convenciones.
Luego, está la cuestión de la familia, la que la derecha dice promover y proteger pero que está siendo corroída por el problema de la adicción y consumo problemático de drogas. Lo mismo acontece con las comunidades locales, cuerpos intermedios que dan soporte de la sociedad civil, pero que en contextos de primacía de la narcocultura pasan a ser focos para la cooptación por parte de bandas narcos. Muchos clubes deportivo de barrio, comités de vivienda, centros culturales e inclusive de adulto mayor tienen precisamente hoy a un narco como gran mecenas.
Por último, está la cuestión de las libertades. El consumo de drogas hace menos libres a las personas, no sólo en su vertiente material de seguridad, al estar los barrios, calles y plazas tomadas por los narcotraficantes, sino que también en la esfera de la autonomía y la responsabilidad individual. Una sujeto adicto, es alguien alienado, que no posee capacidades para ser plenamente consciente y responsables de sus acciones, y que, por tanto, no puede ejercer su voluntad libre a cabalidad.
Entrecruza a todo este flagelo, como gran telón de fondo, la falta de sentido y la crisis de valores de nuestra sociedad, que muchas veces se traduce en desorientación, soledad y angustia. Caldo de cultivo para el accionar de la enfermedad oportunista de la adicciones y el apalancamiento de la industria del narco.
Ad portas de un ciclo eleccionario presidencial, hay pocas causas más nobles, justas y necesarias para el país, en que los principios de la derecha puedan se puesto en práctica con todas las herramientas que le da su ideario, que la del combate a la narcocultura.
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