¿Cómo creerles ahora? De la arqueología tuitera a la segunda derrota del octubrismo. Por Cristóbal Bellolio

Académico de la UAI

¿Cómo creerles ahora que están del lado de las policías y de su seguridad en el combate contra delincuencia? ¿Cómo creer que el riñón feminista de la movilización -que cantaba “puta, maraca, pero nunca paca”- ahora se acongoje desde La Moneda por la vulnerabilidad de las carabineras?  Esta crisis simboliza la segunda derrota del ethos del estallido social. La primera fue en el plebiscito de salida del proceso constituyente. La actual fuerza a la generación que aprovechó el estallido social para socavar a la clase dirigente tradicional y acelerar su acceso al poder, a deshacerse de toda la teología política que abonó ese camino.


Los denodados ejercicios de arqueología tuitera de los últimos días nos han recordado que el elenco gobernante -desde el presidente a varios de sus ministros frenteamplistas- no sólo fue ambiguo en “condenar” la dimensión violenta que fue consustancial al estallido social, sino que utilizó sus redes sociales para fustigar sistemáticamente la labor de Carabineros y las fuerzas encargadas de mantener el orden público.

¿Cómo creerles ahora que están del lado de las policías y de su seguridad en el combate contra delincuencia? ¿Cómo creerles que perseguirán “como perros” a los que rompan la paz y desafíen la ley? A propósito de perros, ¿cómo se explica que los mismos que celebraron el símbolo de la protesta -un quiltro negro que mata “pacos”- ahora lo nieguen más veces que San Pedro?

¿Cómo se entiende que el riñón feminista de la movilización -que cantaba “puta, maraca, pero nunca paca”- ahora se acongoje desde La Moneda por la vulnerabilidad de las Carabineras? ¿Cómo aceptar que los mismos que festejaban la evasión como “otra forma de luchar”, ahora se desvivan explorando mecanismos para reducirla y no seguir desfinanciado el transporte público?

Por la boca -o el teclado- muere el pez, y las expresiones y actitudes que hace menos de 4 años caracterizaron a parte importante del actual gobierno (para ser justos, a quienes se matriculan en Apruebo Dignidad) hoy regresan a aterrorizarlos como el fantasma de las navidades pasadas.

Hay algo bien odioso en ir a desenterrar tuits y declaraciones pretéritas. Pertenece a esa práctica farisea de patrullar con celo los pecados del adversario. Además, resucitar una noticia antigua como si fuera actual es una práctica que se incluye en la categoría de fake news. Los contextos cambian, y la gente tiene derecho a cambiar. Especialmente cuando esos tuits y cánticos callejeros se emitieron en la tierna juventud.

¿Quién no se equivocó en su juventud? ¿Quién no se avergüenza un poquito de la convicción ciega, tajante, maniquea, absoluta, con la que abrazó ciertas causas? Y los actuales gobernantes eran eso hasta hace poco: jóvenes dirigentes inflamados de pasión justiciera – a veces compitiendo por quien era el más termo– que no tenían en su horizonte inmediato la expectativa de gobernar. Eso sucedería más tarde, pero no inmediatamente después de Piñera.

Pero les tocó gobernar justo después de Piñera. Y como la crisis del momento es precisamente de orden público -en un sentido amplio: de la migración en el Norte al portonazo santiaguino, del atentado incendiario en el Sur al funeral narco porteño, de los overoles blancos a las balas locas que silban en las poblaciones-, es razonable que cundan las dudas en la ciudadanía: ¿será genuino este repentino compromiso?

Es cierto, la arqueología tuitera puede ser patética, pero es la forma que muchos han encontrado para hacerlos comparecer por su responsabilidad en rebajar los estándares de orden público y de respeto a la autoridad, que ahora están tan interesados en relevar. A fin de cuentas, no es que se trate de declaraciones de los años noventa. El estallido social fue prácticamente ayer. No se puede alegar prescripción.

El presidente Gabriel Boric sacó la voz por él y por todos sus compañeros: “vale la pena reflexionar respecto a nuestras actuaciones del pasado” dijo, y reconoció que la amenaza actual en materia de seguridad es de tal magnitud que redobla su apoyo a Carabineros. No solo es el tono correcto; es el único tono posible para un Jefe de Estado cuya principal función es asegurar el orden público. Mejor ponerse colorado y pedir perdón por el exceso de entusiasmo adolescente, que descuidar las funciones para las cuales fue electo.

Boric entiende, por lo demás, que este es un juego largo. Hoy puede andar a patadas con un 25% de aprobación, pero hay Boric -y frenteamplismo-para rato. Eso depende, en parte, de hacerse cargo del problema con seriedad y altura. Tendrá que sacrificar políticamente a los octubristas sobrevivientes de su gobierno y ampliar el protagonismo del Socialismo Democrático (otra vez) que tiene credenciales más respetables en la materia: a la vieja Concertación no se le aguaban los ojos con la cantinela de los “presos de la revuelta”.

Porque esta crisis simboliza la segunda derrota del ethos del estallido social. La primera fue en el plebiscito de salida del proceso constituyente, cuando una abrumadora mayoría de chilenos rechazó el texto que contenía el espíritu de octubre, refundacional y reivindicatorio. Esta es la segunda, en tanto fuerza a la generación que aprovechó el estallido social para socavar a la clase dirigente tradicional y acelerar su acceso al poder, a deshacerse de toda la teología política que abonó ese camino: el pueblo que entra en escena como divinidad que no puede hacerse daño a sí misma, el becerro de oro que fue adorado como “Santo Patrono de las protestas sociales” y representado innumerablemente en la piel de la ciudad, el panteón de héroes mitológicos que integraban la otrora gloriosa “primera línea” y luchaban contra las Fuerzas Especiales como David contra Goliat, e incluso la idea del proceso constituyente como “amor nuevo” que nace de un “odio creador” (Nietzsche dixit) que viene a redimir el pecado original.

Todo eso ya fue. No se descarta que pueda volver. Pero Boric y su entorno ya no tienen margen para volver atrás. La única forma de ganarse la credibilidad en aquello que dicen haber reflexionado y cambiado de opinión, es ser consistentes en la nueva actitud, la única que realmente cuenta cuando se gobierna. La única que manda a descansar a los arqueólogos.

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