Dice que nunca pensó en ser corresponsal de guerra, pero que en 1987 –“cuando era casi una niña”- fue destinada a Beirut y de ahí siguió cubriendo distintos conflictos como el de Palestina, Yemen e Irak. Hoy está en Kabul, cubriendo para El País la situación de ese país tras el triunfo talibán.
Master en Relaciones Internacionales por la Universidad Johns Hopkins de Washington, es autora de varios libros entre ellos El tiempo de las mujeres: crónicas asiáticas. En esta entrevista, describe la vida cotidiana en Afganistán y dice que aprendió a gestionar el miedo.
-¿Cómo está el ambiente hoy en Kabul?
-El ambiente en Kabul es inquietante; por un lado las calles están mucho más tranquilas que lo que estaban en mi última visita hace tres años cuando eran habituales los robos y secuestros para conseguir una recompensa y las amenazas de atentados terroristas.
Ahora bien, los talibanes están haciendo una gran campaña de relaciones públicas para ganarse el reconocimiento extranjero y por lo tanto a los periodistas extranjeros nos están tratando bastante bien. Tenemos relativa libertad de movimiento dentro de la ciudad y para salir de ella con un permiso.
-¿Cómo periodista cuáles medidas has adoptado como seguridad?
-Pues taparme más que en otras ocasiones. Yo solía vestir aquí la típica camisa de la zona, que se usa mucho en Pakistán, me tapaba un poco la cabeza de forma relajada y ahora, sobre todo cuando salgo de Kabul, me pongo una bata negra por encima y me ajusto mejor el pañuelo. Los talibanes todavía no tienen una autoridad unificada, hay cierta autonomía para cada comandante local o provincial… y no sabes nunca lo que vas a encontrarte fuera de Kabul. No hay una norma de vestir para las mujeres, solamente han dicho los talibanes que se respete el hijab.
-El sábado 11 se reunieron unas trescientas mujeres, vestidas de negro y cubiertas de la cabeza a los pies, para apoyar el régimen islámico. ¿Ha crecido el apoyo al gobierno?
-No tenemos ni idea de cuantas mujeres u hombres apoyan a los talibanes. Es verdad que este grupo es una facción especialmente radical y no creo que representen a la mayoría de las mujeres afganas, pero es imposible saberlo, porque no se pueden hacer encuestas. Cuando yo hablo con gente en la calle, sean hombre o mujeres, salvo que se trate de activistas de DDHH, de los derechos de la mujer o activistas pro democracia, la mayoría de lo que es la gente de a pie en Kabul, en Bāmiyān, en Wardak, en Parvān, que son algunas de las provincias que he estado visitando estos días, la respuesta que tengo es siempre la misma: “Me da igual que gobiernen los talibanes o la república. Lo que quiero es tener trabajo”.
La situación de emergencia económica es tal, la gente necesita tanto tener medios para poder subsistir, que muchas de las preocupaciones que vemos desde Occidente no son tan importantes. No quiere decir que no quieren igualdad, democracia, claro que lo quieren, como todo el mundo, pero pasan a segundo plano de eso tan inmediato como es poder poner comida encima de las mesas de sus familias.
-¿Bares, restaurantes y hoteles están abiertos? ¿Qué pasa con el consumo de alcohol?
– Los hoteles siguen abiertos, pero hay un solo hotel que tiene carácter internacional, que es el Serena. El resto de los hoteles y restaurantes ninguno vende alcohol. Antes había un restaurante chino, que vendía alcohol y era en realidad una forma encubierta de prostíbulo, pero han debido cerrar.
-¿Tiendas de ropa han debido adaptarse? ¿Se está produciendo un cambio cultural?
-Sí, muchas tiendas se han adaptado cambiando los escaparates más llamativos. Algunos centros de belleza ya empezaron a tapar los carteles de caras de mujeres que anunciaban tratamientos de belleza. Pero recorriendo la ciudad he encontrado carteles que siguen ahí, que no los han tapado. O sea que todavía estamos en un momento de intercambio en el que el sistema viejo se está muriendo o lo están matando, pero el sistema nuevo no ha terminado de nacer. Estamos en un momento de incertidumbre, de transición.
-¿Diría que los talibanes han moderado su discurso o es solo una pantalla? ¿O es una ardid?
-Sí, sí que han moderado su discurso, pero claro lo que no sabemos es si también van a moderar sus hechos, porque se empieza a ver crecientemente una fractura grande entre lo que dicen y hacen. Han hablado de que iban a formar un gobierno incluyente, y ese gobierno incluye tendencias diversas de los talibanes, pero no han incluido a nadie de fuera del grupo talibán.
Han hablado que van a dejar a las mujeres trabajar y estudiar, pero enseguida se ha sabido que, bueno, de momento no, hay que esperar a que haya algunas normas islámicas. Que en la universidad se ha visto que las separan con una cortina, pero en las oficinas públicas no se sabe en qué va a consistir. El único sector donde están trabajando médicas y enfermeras es el de la salud.
-Desde Occidente se piensa que hay un amplio rechazo al talibán…
-Ponemos a los afganos en una posición muy difícil, que es elegir entre un gobierno anterior que aunque fuera medianamente democrático, era muy corrupto (y eso hace que mucha gente aquí asocie la democracia con la corrupción) y un gobierno dictatorial, que imponía un sistema cruel de gestión de la sociedad. Hay mucha gente que no quiere ni una cosa ni la otra. Más que apoyar al gobierno talibán , lo que hay es una resignación.
-¿Cómo es la evaluación que la gente en la calle hace de la ocupación de EEUU y su caótica salida?
-No conozco a nadie en Afganistán que le guste que su país esté ocupado por fuerzas extranjeras. Una parte de la población que aceptaba esa presencia militar, lo hacía como un mal menor, porque sentían que esa presencia les protegía de las fuerzas islamistas. Y que de alguna manera les permitía avanzar en sus aspiraciones de modernizar el país.
A la hora de la retirada tan caótica ha sido una terrible desilusión, esto lo noto sobre todo en Kabul, entre las personas urbanas y educadas, que han quedado MUY decepcionadas, no sólo con EEUU sino con Occidente en general. Se sienten abandonados.
-Por último, ¿cómo te convertiste en corresponsal de guerra?
-No he buscado ser corresponsal de guerra, lo que pasa es que mi primer destino fue ser corresponsal en Beirut, siendo casi una niña con el chupete en la boca, y claro era una ciudad en guerra, en 1987. Eso me ha llevado a tener que cubrir bastantes conflictos, el palestino, las tres guerras de Irak, la guerra en Yemen, y luego el conflicto de Afganistán en 2001. Es algo que me ha venido dado, no es que un día lo pensé y dije: “Quiero ir a una guerra”. No me gusta cubrir guerras, me gusta mucho más cubrir la paz, pero es un poco más complicado, porque en esta profesión ya sabemos que las buenas noticias no son noticias.
-¿De qué manera convives con el miedo?
-A veces cuando vuelves al hotel, después de haber pasado un susto en un puesto de control, o cuando vuelves a casa después de una cobertura difícil, dices: “cielos dónde me he metido”. Pero eso es algo en que no piensas mientras trabajas, porque si no el miedo te paraliza. Yo soy muy miedosa. Pero lo que me ha enseñado este oficio es a gestionar el miedo y a no dejar que me paralice para poder seguir trabajando.
La medida apunta contra migrantes de Venezuela, Cuba, Haití y Nicaragua que habían sido acogidos en Estados Unidos bajo un programa implementado durante el gobierno de Joe Biden. Desde el próximo 24 de abril, estos inmigrantes pueden ser arrestados y deportados.
El Papa iniciará ahora una etapa de recuperación de dos meses en la residencia Santa Marta, donde vive en el Vaticano. Los médicos desaconsejaron que tenga reuniones grupales o que haga grandes esfuerzos.
Luis Eduardo Thayer atribuyó a temas logísticos, como la falta de impresoras en Colchane, la tardanza en la implementación del acuerdo de reconducción de migrantes irregulares que el Gobierno suscribió en diciembre con Bolivia. En el Ejecutivo dan por hecho que el proceso comenzaría esta semana, pese a la demora de más de 2 meses.
Según informa The New York Times, el borrador divide a los países en tres grupos para controlar el ingreso de sus ciudadanos: Rojo, naranjo y amarillo. A 11 países -entre ellos, Cuba y Venezuela- la propuesta es que haya una suspensión total de visas.
El condenado, un hombre de 69 años que cometió un doble asesinato en 2001, prefirió ese método, que no se había usado desde 2010 en el país, en vez de la silla eléctrica o la inyección letal. Solo cinco de los 50 estados de ese país permiten el fusilamiento como forma de ejecución.