Agosto 14, 2021

Pablo Órtuzar: “La Lista del Pueblo nos ha enseñado que los antipartidos tienden rápido al autoritarismo y al caos”

Marcelo Soto
Pablo Ortuzar

Pablo Ortúzar, antropólogo social y Magíster de Análisis Sistémico aplicado a la Sociedad por la Universidad de Chile, cursa actualmente un doctorado en Oxford, pero eso no le impide tener un papel en la agenda política: está trabajando en el diseño de un relato para Sebastián Sichel, el candidato presidencial de la derecha. En esta entrevista, dice que Sichel debe enfocar su discurso en la clase media; que Pinochet era un político hábil y brutal y que Lagos es el presidente democrático que mejor ha usado el aspecto simbólico. Y critica a la izquierda, por su abuso del factor identitario, que compara con un peligroso reactor nuclear.

-¿Por qué a la derecha le cuesta tanto construir un relato? 

-Porque mucha gente influyente en la derecha piensa que ser pragmático es despreciar la reflexión. Creen que el mundo es transparente y obvio, además del mejor de los mundos posibles. A lo mas, los conceptos les parecen herramientas de marketing. Obviamente también tienen una idea sobre el mundo, una ideología basada en concepciones elaboradas por otros -tal cómo les recordaba Keynes en su famosa frase sobre los hombres que se creen prácticos- pero no les gusta verlo de esa manera.

-Algunos se tildan de apolíticos. 

-La gente más de derecha suele ser la que te dice “yo no soy de izquierda ni de derecha, soy alguien de sentido común, y lo que creo es…” y te dicen la cosa más de derecha del mundo. Y ahí uno se da cuenta de que, lejos del “sentido común”, lo que te está diciendo es que no está dispuesto a pensar que su postura no es obvia y objetiva. Es una clausura previa del diálogo disfrazada de una supuesta preferencia por la praxis que, en ocasiones, raya en el materialismo mas vulgar producido por la Unión Soviética. 

-¿Cuál es el relato más potente que ha tenido el sector? 

-Sin duda la fragua entre doctrina social de la Iglesia católica y capitalismo de mercado elaborada durante los ochentas entre Jaime Guzmán y el CEP, en el contexto de la Guerra Fría. Justamente aquel complejo y discutible entramado de ideas que hoy muchos señores consideran “mero sentido común”. Ahí se ve su triunfo. 

-Se ha dicho que Piñera siente una especie de aversión por el relato. ¿Es un mito o es cierto ese desdén al trabajo intelectual, más allá de los datos puros?

-Tengo la impresión de que es totalmente cierto. Al Presidente lo electrifica la competencia. Eso le encanta: competir y ganar en el mundo real. Como Bardón, pertenece a una generación que es previa a la masificación de la psicoterapia, con las pulsiones a flor de piel. Y yo creo que ve a los intelectuales, al final, como timoratos. Gente que teoriza y comenta piqueros pero no toca el agua ni con la punta del dedo. 

-¿Cuál es el origen de esa incomodidad?

-A Piñera le molesta mucho que, siendo el mejor de su generación en un programa muy exigente en Harvard y habiendo publicado como académico antes de hacerse multimillonario, y luego senador y presidente (¡dos veces!), no se le reconozca como un intelectual mejor que los otros, que nos quedamos “calentitos en los think tanks” conversando sobre cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler. Más todavía que inutilones de esa laya se pretendan intelectualmente superiores a él. A mí eso no me cae mal, es parte del personaje.

-¿Lo experimentaste en tus encuentros con el presidente? 

-En muchas reuniones en que estuve en su presencia hacía el mismo chiste: “me encantaría que me dijeran dónde se consigue el título de intelectual, porque yo también hice un doctorado, publiqué artículos e hice clases en la universidad pero no me lo dieron”. Una vez le respondí que tenía que haber estudiado algo que lo dejara cesante para tener tiempo para pensar. Nunca más hizo el chiste. 

-¿Cuál debería ser un relato convincente de la derecha o qué elementos debería incorporar? 

-Chile vive una crisis de integración social a distintos niveles, mezclada ahora con una crisis climática que comienza a poner el mundo bajo niveles de presión que no conocimos en los noventa y dos mil. Lo que la centroderecha debe ofrecer en este ciclo político es, primero, su propia renovación. Está claro que con la misma gente y el mismo cuento el votante ya no quiere ir ni a la esquina. Y, luego, un proceso de reformas sociales profundas, pero bien hechas, orientadas a que el día de mañana nadie sea, al mismo tiempo, demasiado pobre para el mercado y demasiado rico para el Estado. 

-O sea, ¿enfocarse a la clase media? ¿No termina siendo un concepto vacío de tan manido?

-De lo que se trata, en el fondo, es convertir la clase media en un espacio digno y mayoritario de llegada, en vez de una incómoda estación de tránsito. Las reformas, además, deben construirse de forma sensible y participativa respecto a las comunidades y las familias involucradas, y ecológicamente sustentables. El llamado es a reconstruir tejido social, a hacer más vivible la vida, y en eso tenemos cierta ventaja frente a la izquierda, que tiende a confundir sociedad civil con grupos de presión, así como sociedad con Estado, olvidándose que la política está al servicio  de personas y familias que tienen una existencia con muchas más facetas e intereses que la militancia, y que el ideal de la movilización permanente genera mucho más agotamiento que esperanza en la mayoría de las personas. 

-¿En qué consiste el actual trabajo que estás haciendo por armar un relato para Sebastián Sichel? 

-Justamente por cuidar el proceso y el ambiénte de diálogo es que no estamos exponiéndolo mediáticamente. 

-¿Cómo es tu vínculo con Sichel y de qué manera llegaste a asesorarlo?

-Es algo que no comenzó en la última reunión secreta de Los Magios (poderosa sociedad secreta que aparece en Los Simpson). En el IES (Instituto de Estudios de la Sociedad) decidimos trabajar con todos los candidatos que nos pidieran ayuda en primera vuelta, pero sin entregar apoyos formales. Yo colaboré con Briones, Sichel y Desbordes. Resuelta la primaria, seguimos trabajando con el ganador de ella. Con Sebastián Sichel he hablado una vez por zoom. Pero nunca en una reunión secreta de Los Magios. 

– ¿Piensas que Sichel, con su pasado de pobreza, con una madre enferma, puede caracterizar este nuevo relato? ¿Por qué?

-Porque lo ha pasado mal. Sabe, aunque ya no sea su realidad ahora, lo que es que ni Estado ni mercado te respondan a la altura de tus necesidades. Esa es una experiencia vital valiosa, que es fácil de banalizar, pero que efectivamente no es común que los candidatos tengan. Ahora, hay más que eso, obviamente, más facetas de la vida que entregan otras habilidades. Una presidencial no es un concurso de victimización, pero es importante saber que tu candidato más o menos tiene una idea de lo que significa vivir en tus zapatos. 

-¿Y el hecho de que Sichel haya sido DC y luego de Ciudadanos, es un lastre?

-Los amigos dirán que es alguien en la búsqueda de sentido y los enemigos que es alguien en la búsqueda de poder. La realidad nunca es como la cuentan ni los amigos ni los enemigos. Pero yo no veo mayor drama en esos cambios. Churchill se cambió de partido dos veces cuando joven. 

– ¿Crees que Sichel debe priorizar su persona y evitar que los partidos asuman el control de la campaña?

-No, los partidos son fundamentales. Hay que cuidarlos. No se puede gobernar sin ellos. Si algo nos ha enseñado la Lista del Pueblo en su corta y farsante existencia es que las orgánicas-no-partidos tienden rapidito al autoritarismo y al caos. Pero salvar los partidos hoy significa ayudar a renovarlos. Si Sichel tratara de gobernar con los partidos de la coalición en la situación en que se encuentran ahora, lo matan. Si trata de gobernar sin los partidos, se muere. La renovación política de ellos tiene que ser ahora, y tiene que ser profunda. 

-El think tank de derecha, Libertad y Desarrollo, ha sido visto, por sus críticos, como un obstáculo para darle cabida a un nuevo relato, más social y empático con los perdedores. ¿Es así?

-La última imagen de lo que Libertad y Desarrollo representa para mí es la de una alta autoridad técnica del actual gobierno alegando a viva voz-en una reunión del comité político de Chile Vamos- que creía en el Homo Economicus, y que por eso estaba en política. Son lejos el Think Tank más político de todos. Los que se los imaginan como meros funcionarios del capital movidos por el sueldo que les llega a fin de mes se equivocan. No son raspadores de ollas. Ahí hay amor por el capital y su fiereza. Todavía queda. Ayn Rand es un fantasma que recorre sus oficinas, aunque ocasionalmente visite al Frente Amplio. Hace poco leí un libro del filósofo español José Luis Villacañas titulado “Neoliberalismo como teología política”. Y ahí están. Ellos son. 

-¿Por qué la izquierda tiene más facilidad para crear un relato? 

-La mayoría de la izquierda actual entiende y acepta que los seres humanos vivimos en un mundo configurado principalmente en el plano del sentido. Y, además, le han sacado el jugo a la apocalíptica cristiana en clave secular, así como al nuevo victimismo, que es otra idea cristiana vuelta loca. El problema es que como los progresistas tienden a considerar bueno todo lo nuevo, llega el punto en que se pierden y ya no saben dónde están. Así, la Concertación murió abrazando a quienes venían a apuñalarlos. La eficacia simbólica de la Concertación venía de gobernar en nombre de las víctimas de la dictadura. Ahora el Frente Amplio viene a gobernar en nombre de “todes les identidades no hegemóniques”. Vean por favor cómo está escrito el programa de la campaña de la primaria de Gabriel Boric y los conceptos que usan ahí. 

-¿Cuáles son los riesgos de esa postura?

– El problema, que ya varios han notado en la propia izquierda, es que la política identitaria es lo que un reactor nuclear es a un generador diésel en relación a un conjunto históricamente acotado de víctimas: genera una energía sacrificial infinitamente mayor. Las víctimas de la dictadura son un conjunto discreto, que se pudo expandir hasta cierto límite, luego del cual se volvió dudoso. Con el tiempo, su energía simbólica, que proyectaba su propia jerarquía, se agotó. En un momento Bitar ya no podía apelar eficazmente a Isla Dawson. 

-Comparaste el factor identitario con un reactor atómico. ¿Puede, de cierta forma, explotar?

-La política identitaria no tiene límites, es un victimismo inagotable, fuera de control, incapaz de proyectar jerarquías o prioridades estables. Es, entonces, un reactor nuclear mal diseñado. Y por eso uno teme que un gobierno de la izquierda, en las actuales circunstancias, podría terminar en una especie de Chernobyl identitario. No por falta de sentido, sino por un exceso y un desbalance de él.

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