¿Qué puede aprender Chile de China? Por Tomás Sánchez

Investigador Asociado, Horizontal

El gobierno chileno podría tomar nota sobre la relevancia del crecimiento económico para asegurar el bienestar de su población. Chile no está en su mejor minuto y las cifras hablan por sí solas. Un país más próspero necesita de una estrategia, una hoja de ruta que defina acciones que hagan nuestras empresas más competitivas y empleos más productivos.


Que la economía importa, y mucho. Tanto importa, que el Partido Comunista Chino estuvo dispuesto a transar sus ideales y sistema económico marxista, con tal de asegurar el crecimiento de su economía. Corría el año 1978, y después de casi tres décadas de un régimen económico comunista que llevó a China no solo a la pobreza, sino que también a periodos de hambruna, el país tuvo un punto de inflexión hacia el capitalismo.

Su nuevo líder, Deng Xiaoping, con un talento político excepcional fue capaz de liderar una transición hacia una economía de mercado y una apertura al mundo que nadie hubiese imaginado años antes cuando aún vivía Mao Tse Tung. El Partido Comunista decidió que no estaba dispuesto a seguir el camino de la Unión Soviética, quienes por mantener su modelo económico terminaron por perder el poder. Mejor mantenerse en el poder, y transar el modelo económico.

Además de toda la represión que conlleva un régimen totalitario, el Partido Comunista comprendió que para mantenerse en el poder necesitaba de un trato tácito con la población: el país crecería mejorando las condiciones materiales de todos, y ello disminuiría la presión social por un gobierno diferente. Pues bien, la historia es conocida. El gigante asiático gracias al crecimiento económico por sobre políticas sociales o redistributivas, sacó a más de 800 millones de personas de la pobreza durante los últimos 40 años.

Pues bien, el gobierno chileno podría tomar nota sobre la relevancia del crecimiento económico para asegurar el bienestar de su población. Chile no está en su mejor minuto y las cifras hablan por sí solas. El Banco Mundial espera que la economía se contraiga un 0,4% el 2023, mientras otros países latinoamericanos crecerán un 5% y el promedio de la región apuntará a un 2%.

En paralelo, el desempleo sostiene su aumento de los últimos años llegando a un 9%. El nivel de ocupación está en niveles del año 2010 y la tasa de informalidad llegó a un 28%, lo que se traduce en 2 millones 600 mil personas trabajando en condiciones precarias. Desde un punto de vista estructural, el bajo nivel de ahorro (18,6% vs el 28% del 2007) e inversión, una productividad estancada hace décadas y un grave escenario de deserción escolar, tampoco hacen pensar que se vienen tiempos mejores.

Lamentablemente, no vemos un plan por parte del gobierno para reactivar la economía, aumentar la productividad y hacer crecer los salarios. Cuesta creer que esto sea así. Estamos conversando sobre la necesidad de agilizar la tramitación de permisos, pero aun no se traduce en cambios concretos. Curiosamente la noticia es la falta de noticias.

La inexistente conversación sobre incentivos fiscales para aumentar la inversiones, simplificaciones de burocracia para pymes, incentivos para que las empresas distribuyan utilidades, planes concretos para atraer inversión extranjera, instrumentos financieros para promover las industrias del hidrógeno y el litio, fondos de inversión híbridos que inviertan en empresas medianas, licitaciones de nuevas obras de infraestructura, planes para mejorar la contratación de segmentos vulnerables, subsidios para contratación en sectores o segmentos específicos, actualización de la regulación para promover fondos de fondos, o para permitir que los fondos de pensiones inviertan en Pymes. Insisto, la noticia es que nada de esto es noticia.

Un punto de crecimiento no da lo mismo. Son más de 3 mil quinientos millones de dólares, es decir, más de 31 mil casas que no se construyeron, o 630 millones de botellas de vino que no se vendieron. Y consecuentemente, todo el empleo y actividad económica que se genera en torno a ellos. Es una diferencia brutal decrecer 1%, versus crecer al 5%.
Sin duda es positivo que suba el salario mínimo y que se trabaje 40 horas a la semana, pero el real desafío, es lograr un aumento en la calidad del empleo de todos, sin aumentar la informalidad, reduciendo el desempleo y aumentando el salario medio (que hoy está en $ 757 mil, con una mediana de $ 502 mil). Mejorar estos indicadores son los que traerán prosperidad al país, y a su vez activarán un círculo virtuoso, donde la recaudación de impuestos permitirá construir una mejor red de seguridad social. Intentar hacerlo al revés, es como gastarse la plata antes de ganársela y sin saber si se podrá.

Para volver a crecer, crear valor y aumentar nuestro bienestar, necesitamos un plan. Chile todos los días compite en la economía global con países que toman decisiones e implementan políticas públicas que buscan activamente mejorar la competitividad de sus empresas. Los países nórdicos no solo son famosos por su Estado de bienestar eficiente, sino que también por liderar los rankings de libertad económica y facilidad para hacer negocios.

Un país más próspero necesita de una estrategia, una hoja de ruta que defina acciones que hagan nuestras empresas más competitivas y empleos más productivos. Estamos en medio de un cambio de orden económico global de la mano de nuevas tecnologías, cambio climático, un mercado laboral sin fronteras y nuevos equilibrios geopolíticos que traen amenazas, pero también oportunidades.

Depende de nosotros hacer algo al respecto, o contemplar como poco a poco la inercia termina por apagar nuestros motores.

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