A pesar de que recién esta semana se publicó el borrador de la nueva Constitución, por meses se ha venido haciendo campaña. Por una parte, han estado quienes han empujado por el Apruebo de salida, argumentando que cualquier cosa es mejor de lo que hay ahora. Y, por otra parte, han estado quienes han empujado más bien hacia el Rechazo de salida, pidiendo que se evite a entrar en un terreno desconocido que muy probablemente lleve al país a un ciclo interminable de inestabilidad política.
Obviamente, entre medio, han estado todos los que han fluctuado hacia un lado u otro, sin certidumbre siquiera de qué es lo que dice el texto, o con un juicio formado sobre la calidad técnica del mismo.
Para cuantificar la proporción de apoyo para cada una de las categorías es útil mirar el resultado de la primera vuelta de la elección presidencial de 2021, y los resultados de los dos candidatos favoritos, y más representativos de cada una de las opciones del plebiscito de salida: José Antonio Kast y Gabriel Boric.
En ese sentido, la aritmética es consistente con lo que muestran las encuestas del momento, con una ligera ventaja a favor del Rechazo. Por lo tanto, no sería raro suponer que si el plebiscito fuera hoy, esa sería la opción ganadora. Ahora, si se usa la primera vuelta como referencia, correspondería también observar lo que ocurrió en la segunda, pues fue en el intertanto en que se dio vuelta la elección y terminó ganando la opción análoga al Apruebo.
Pareciera ser evidente que el resultado de la elección depende de la capacidad de movilizar a quienes no aprueban ni rechazan de salida, que en sí constituyen proporciones similares. Es decir, por lo que indican los resultados de las elecciones anteriores y las encuestas más recientes, serían las capas medias, moderadas las decisivas. En corto, los chilenos de a pie. Y aunque esto suele ser el caso, que los independientes de centro sean quienes definan los resultados de las elecciones, será aún más acentuado en esta ocasión, considerando que dado que el voto es obligatorio, no solo irán a votar los más movilizados de los independientes, sino que tendrán que ir todos.
Lo interesante, en tanto, es observar cómo se buscará movilizar a esas capas medias. Pues, la estrategia de cada sector será decisiva para alcanzar la mitad más uno de los casi quince millones de personas que están inscritas para votar en el plebiscito. A todas luces, pareciera que el debate que se aproxima será entre quienes pidan votar Apruebo por los derechos sociales y la legitimidad de origen que vendrá con la nueva Constitución, y quienes pidan votar Rechazo por la incoherencia e inestabilidad que inevitablemente vendría de la mano del nuevo texto. Por cierto, habrá todo tipo de otros argumentos, pero al fin y al cabo podría ser clasificados en alguna parte de esa matriz dicotómica.
Lo que corre a favor de los primeros, los que pedirán votar Apruebo, es que sin duda la nueva Constitución vendrá con un paquete de derechos difícil de rechazar. Esto es evidente solo mirando la extensión del documento, que con sus 499 artículos y cerca de 49 mil palabras llega a ser una de las más largas de su tipo.
Y cuando se observa en detalle, es evidente que el texto está enfocado en los derechos de las personas. Derechos de todo tipo, que van de derechos educacionales, a derechos sociales a derechos de vivienda. Una plétora de derechos que cualquier persona que marchó en 2019 difícilmente podría rechazar en 2022, y que, honestamente, en muchos aspectos, deja al país a la par con muchas democracias avanzadas.
Por otra parte, la punta de la lanza de quienes pidan votar Rechazo estará relacionado a la incoherencia de esos mismos derechos, su capacidad de poder garantizarse, y últimamente, la inestabilidad que podrían provocar. En otras palabras, el mejor argumento no es sobre la necesidad de garantizar derechos, que esta implícitamente acordado, es más bien sobre cómo hacerlo en un marco en que se pueda cumplir sin desbalancear al resto del sistema. La extensión del argumento es poderosa, en tanto toca elementos que van desde el balance económico de la sociedad al balance político del país. Y para una capa media que vive día a día, sin tiempo para pensar en la resolución de desigualdades a largo plazo, es algo fundamental.
Por todo esto, es importante pensar en ese balance, y no solo en cuanto afectará el resultado de la elección, que en sí puede estar dada por otros factores, y que es inevitablemente incierta, sino que por lo que podría implicar sobre la estabilidad del país al mediano plazo. Pues, no son pocos los caminos que se vislumbran hacia la inestabilidad política a partir del texto que se propone, partiendo por la particular conformación de reglas electorales, algo que ilumina muy bien el debate entre el Apruebo y el Rechazo; mientras los promotores del Apruebo celebrará la fragmentación del sistema de partidos por su capacidad de representar, el bando del Rechazo lo condenará por ser un factor que entorpezca acuerdos transversales.
Y es allí donde surge quizás uno de los puntos más conflictivos de todo el texto, los quórums que se proponen para aprobar o rechazar legislación en el potencial nuevo Congreso. Esto es problemático no solo porque en varios puntos facilitan más la reforma a la Constitución que a la Ley ordinaria, sino porque básicamente dejan demasiadas a la merced de la mayoría política transitoria. En corto, con los quórums de mayorías que se proponen se podrían hasta revocar los derechos que se les están proponiendo a las personas. Finalmente, en medio de un sistema de partidos fragmentado, y con un peso reducido de la segunda Cámara, cambios frecuentes y erráticos al texto serían más frecuentes que lo deseable.
Antes de que se pongan en marcha las campañas oficiales del Apruebo y el Rechazo, falta el resultado de las comisiones de armonización, normas transitorias y preámbulo. Para el Apruebo esto es un problema, ya que, teóricamente, el problema del balance y la estabilidad no se podrán resolver allí, ya que según el reglamento señala que no les compete. Pero, por si alguna razón se logra hacer, sería un proceso análogo a lo que pasó entre la primera y segunda vuelta de la elección presidencial de 2021, en que la moderación de Boric le abrió la cancha a nuevos votantes que no estaban convencidos. Si Boric no se hubiese moderado cuando lo hizo, hubiese perdido la elección. Una lección para el proceso constitucional.
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