Pertenezco a esa inmensa mayoría que no está conforme ni con el proceso ni con el resultado de la Convención Constitucional. Algunos se están inclinando por aprobar el texto con la esperanza de que éste será reformado a través de sucesivas leyes que irán amoldando la propuesta a las realidades del país, otros, entre los que me cuento, preferimos rechazar también con una esperanza -reconozco que puede ser una ilusión- de seguir dando curso al proceso constitucional por alguna vía que permita generar los acuerdos integradores que este proceso no se permitió ni siquiera intentar.
En algún momento se destacó que lo importante, más que el resultado, era el proceso. Se dijo que por primera vez en la historia de Chile habría una generación democrática y participativa de un pacto social incluyente; sin embargo, los excesos de los asambleístas, el ánimo sectario y la interpretación “octubrista” acerca de la legitimidad de la Convención, fueron poco a poco instalando dudas sobre las bondades del proceso y alejando a las mayorías de ese ánimo refundacional.
La cuidada, y obsesivamente repleta de signos republicanos, ceremonia de entrega del texto al presidente de la república, mucho más que cualquier declaración en contrario, puso de manifiesto el reconocimiento de la propia convención del extravío y excesos identitarios de su proceso. De modo que, finalmente, las bondades democráticas del proceso quedaron cuestionadas por sus propias demasías.
Entonces, se dice ahora, que lo importante no fue el proceso sino el resultado, y se levanta el texto de 388 artículos y 57 disposiciones transitorias asegurando además con modestia que ninguna constitución es perfecta, que todo puede ser mejorable, pero que es un piso sobre el cual se podría construir un renovado pacto social para Chile. Bienvenido el cambio de disposición, expresado especialmente por el vicepresidente Gaspar Domínguez en su discurso.
Cualquiera sea el resultado del plebiscito de septiembre, el debate constitucional no habrá sino recién empezado. Ni el apruebo ni el rechazo podrá hacer tabla rasa de la otra mitad de Chile. Los muchos avances democráticos propuestos por la Convención Constitucional, entre los principales el reconocimiento de los pueblos originarios, la paridad de género, el impulso regionalista, los derechos sociales y la cuestión medioambiental, no podrán ser ignorados por un nuevo proceso en caso de imponerse el rechazo. Son conquistas que llegaron para quedarse.
Por otra parte, los yerros o desaciertos de la propuesta convencional, entre los cuales el todo poderoso Consejo de la Justicia, las autonomías superpuestas, la plurinacionalidad, el debilitamiento de la presidencia de la república frente al congreso de los diputados, la supresión del Senado, la constitucionalización del aborto, los candados para evitar las reformas a la propia constitución, entre otras, tendrán que ser corregidos.
El punto para decidir si aprobar o rechazar, entonces, en mi caso, no es si se está por la democracia o por Pinochet -como ridículamente algunos insisten en ponerlo en esos términos- o si se prefiere el estado social de derecho o el estado subsidiario, sino más bien, cual es el mejor camino para que el debate constitucional que recién comienza pueda desarrollarse en mejores circunstancias y pueda corregir con mayor certeza lo que es imprescindible corregir.
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