¿Por qué ignoramos la economía digital? Por Tomás Sánchez

Socio de Valoriza e investigador asociado de Horizontal.

No es solo un tema de números y exportaciones; es una cuestión de futuro, de cómo queremos vivir y trabajar en las próximas décadas. O definimos hoy dónde queremos llegar y planteamos una estrategia, o seguiremos atrapados en debates cortoplacistas.


Los números argentinos deberían avergonzarnos un poco: en 20 años, multiplicaron por cinco sus exportaciones en servicios de software, pasando de US$150 millones a US$2.400 millones, triplicando su participación dentro del total exportado. Números absolutos discretos para nuestras aspiraciones, pero el cambio en órdenes de magnitud en nuevas exportaciones es algo que no hemos logrado en las últimas décadas.

Este crecimiento no es casualidad; surge de políticas implementadas desde 2003. Incentivos tributarios directos para empresas que apostaron por contratar talento tecnológico y STEM generaron empleos de calidad, elevando el peso de la industria del software de 0,4% al 3% en sus exportaciones totales y quintuplicando el número de trabajadores en el sector.

En Chile, la discusión económica parece atascada en un loop esencial, pero básico: crecimiento, baja de impuestos y permisología. Sin embargo, pocos abordan los cimientos de esto: el dinamismo de la economía y aumentar la aumentar la productividad para elevar los salarios. Una de esas oportunidades es la economía digital. Mientras aquí dormimos en los laureles, nuestros vecinos argentinos – pese al caos político, económico y social que todos conocemos– han tenido avances impresionantes.

Ahora miremos nuestra realidad digital. Según datos del Banco Mundial, con una definición más amplia de la industria (ICT: información, comunicaciones y tecnología) las exportaciones chilenas se mantienen congeladas en apenas un 6% del total, frente a Argentina que nos supera ampliamente casi un 25% de sus exportaciones viniendo de esta industria (2021). En términos per-cápita, nuestros vecinos exportan cuatro veces más servicios digitales que nosotros. Ni hablar del contraste con el benchmark mundial que es Irlanda, donde los servicios tecnológicos representan un 55% de sus exportaciones.

Ojo, acá no estamos hablando de inteligencia artificial, robots humanoides, ni nada muy sofisticado. Estamos hablando de servicios apalancados en tecnología; desarrollo de software o productos digitales. Amazon anunció que invertirá US$4.000 millones en Chile, pero, así como vamos, eso se traducirá en mano de obra para construcción, y después en venta de análisis de datos con IA corriendo en servidores domiciliados en Chile, donde el único que cosechará será el gigante con nombre de selva brasileña.

La economía digital chilena emplea a cerca de 215 mil personas (un 3% de la ocupación total el 2022), pero más del 60% opera en la informalidad. Este dato revela que no estamos creando una estructura empresarial robusta, sino una economía de oportunidad, vulnerable y frágil.

Eso sí, no es por falta de condiciones. Chile posee infraestructura tecnológica avanzada, una posición horaria ideal para mercados internacionales, talento potencialmente competitivo y avances regulatorios en datos personales, ciberseguridad y fintech. Entonces, ¿qué falta?

Falta decisión política. Falta visión estratégica. Falta pasar del diagnóstico permanente a la acción efectiva. Chile ocupa el lugar 51 en innovación según la WIPO, solo superado por Brasil en la región, pero en exportación de servicios digitales estamos en un humillante puesto 103. La OCDE lo ha advertido claramente: aquí escasea mano de obra especializada, nuestras empresas no logran atraer el talento necesario, y el nivel competitivo es bajo.

¿Tenemos la oportunidad de posicionar a Chile como un hub regional de exportación tecnológica? Creo que sí, pero necesitamos implementar políticas concretas, prácticas, con incentivos a empresas que exporten servicios digitales y contraten talento calificado. Apoyando decididamente la formación y capacitación en carreras tecnológicas. Necesitamos un horizonte claro, con mecanismos transparentes de monitoreo y auditoría anual. Es hora de tomarnos en serio esta oportunidad.

No es solo un tema de números y exportaciones; es una cuestión de futuro, de cómo queremos vivir y trabajar en las próximas décadas. O definimos hoy dónde queremos llegar y planteamos una estrategia, o seguiremos atrapados en debates cortoplacistas mientras el mundo avanza sin esperarnos.

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