Jorge Baradit suele denunciar los 30 años de transición como un periodo de despojos, censuras y mentiras. Pero lo cierto es que nadie gozó con más amplitud de las mieles de esa época prospera e incoherente, loca y temerosa, que este escritor y divulgador histórico.
Diseñador de profesión, sus libros tienen esa ventaja y ese limite: están perfectamente diseñados. Lo mejor que tienen eran la contraportada donde podía mezclar Allende y la electrónica, el punk y los mapuches, los extraterrestre y los Yaganes. Superando la literatura más bien gris que se escribía entonces, Baradit era parte de esa generación que prefería “La venganza de los Nerd” al “Manifiesto del partido comunista” o a “Las vidas Mínimas” de José Santos González Vera.
Su única militancia política en los años 90 era el punk y el pop. Su imaginario, como testimonian sus twitter de entonces, estaban llenos de violaciones, gore, venganza y minas ricas.
Nació para Hollywood, pero su acta de nacimiento dice que lo hizo en Valparaíso en 1969. Descubrió que este era después de todo su mayor tesoro. El provinciano siempre siente, debido a nuestro irrestricto centralismo, que se le oculta algo que debería saber. Algo que saben solo los de Santiago.
Explotó este sentimiento en su “Historia oculta de chile”, dándole a la nueva clase media creada por la Concertación eso que esta nunca les dio, una tradición, un pasado, un orgullo sobre el que sentar su identidad. Baradit les regaló esa identidad, pintando con el pincel más grueso que encontró un mundo en que los malos son muy malos y los buenos son siempre los mismos, la clase media traicionada por los patrones.
Transformó en secretos que te quieren ocultar cosas por todos sabidas. Pasó por alto cualquier sutileza, pero nadie puede negar que todo eso lo hizo con una desbordante imaginación y un olfato que es algo más que comercial. Sus libros de historia como fenómeno cultural y de venta son parte ya de la historia.
No inventó el género de la historia personal de chile, pero supo entender una sensibilidad que nadie mejor que él vio que podía convertirla en colectiva. A los escritores se le aguanta todo menos creerse sus propios libros. Lo cierto es que Baradit no ha logrado inventar ni un personaje que no sea el mismo, cosa que se puede decir también de Borges. Pero Borges, como todo escritor que se respete, era ciego, en cambio Baradit tiene demasiada buena vista.
Desde el primer día de la convención vio una conspiración perfecta de la derecha y los poderes fácticos para evitar que la constitución se escriba. No ha dejado desde entonces de denunciarla con un tono de apóstol herido que esta defendiendo no sólo el pueblo sino la democracia, la herencia de Allende, Recabarren, Arturo Prat y todos los muertos de la escuela Santa María de Iquique.
En la convención un tiempo fue parte del colectivo socialista, pero terminó siendo demasiado socialista para el colectivo. En general los que lo conocen de la convención confirman que lo suyo no es lo colectivo. Puede acordar algo en privado y hacer lo contrario cuando se cruza la cámara de un teléfono en su camino.
Lo suyo son las cámaras, ante las cuales siempre denuncia una derecha infame y todopoderosa que ha probado en la convención misma no tener ningún poder. Una derecha que se ha esforzado, todo hay que decirlo, para hacer indefendible su muy defendible derecho a pataleo. Pataleo que se ha convertido demasiadas veces en pataleta.
Esas pataletas solo las toma en serio Baradit, que como buen autor de ciencia ficción, parece vivir en otra convención que la que vive el resto de los convencionales. La idea de que algo no se hizo demasiado bien, que la popularidad natural de la convención ha virado a una franca desconfianza no asoma entre sus preocupaciones.
Como los malos periodistas, Baradit no deja que la realidad arruine la historia que decidió contarnos. Una historia que es una repetición en kitsch del ultimo discurso de Allende en la Moneda. Se le olvida que Allende defendía justamente una constitución liberal y burguesa a la hora de su muerte. Que su grandeza reside en parte en ello, en comprender, demasiado tarde, que la democracia liberal es mejor que cualquier dictadura, incluida la del proletariado.
Baradit sigue eternamente en una permanente Moneda en llama que no existe más que en su imaginación. Pasó de escribir historias, a escribir sobre historia, a escribir la historia, en el intertanto ha cometido el pecado mayor que puede escribir un escritor de ciencia ficción o de aventura, ser eternamente predecible y completamente monótono. Eso y tomarse en serio, que es la mejor manera de convertirte en una broma.
Desde 1978, cuando Los Bronces era la Disputada de Las Condes y su dueño era Exxon, se han firmado acuerdos de servidumbres mutuas entre dos vecinos que miraban el patio del lado todo el día. La pregunta es: ¿por qué ahora sí llegamos a un acuerdo para operar conjuntamente y antes no?
Un derecho y principio básico de nuestras democracias, como es la presunción de inocencia, se ve fuertemente golpeada cuando nos adelantamos a los procesos judiciales y condenamos en la plaza pública en base a antecedentes parciales e intencionados.
Los nombres que hoy se perfilan dentro del oficialismo parecen disputar el mismo 30% de respaldo con el que cuenta el Presidente Boric, sin mostrar intención de ampliar su base de apoyo.
Chile enfrenta una crisis multidimensional: violencia, desigualdad, y un sistema que no responde a las necesidades de su gente. En este escenario, se hace urgente un liderazgo que construya un puente hacia la unidad y la esperanza, más allá de la polarización política.
En Chile, la diversidad en los directorios ha evolucionado a un ritmo lento afectando la imagen de las empresas y su capacidad para innovar. Pero hasta ahora el acento en la discusión se ha centrado en el género –porcentaje de hombres versus porcentaje de mujeres– encontrándonos lejos de abordar la diversidad en su concepto amplio.