La llegada de Jaime Bassa a los titulares tuvo que ver con su negativa a usar corbata en el congreso nacional. Asistía como invitado a la comisión de defensa cuando el diputado Pérez se quejo de la informalidad del experto, vestido de una simple camisa blanca. El diputado Urrutia segundó la indignación del diputado Pérez. Cuando le tocó contestar, Bassa lo hizo con su característica tranquilidad, su siempre bien puntuada voz, su envidiable equilibrio didáctico.
Dijo en substancia que había venido a trabajar y que por eso se había quitado la chaqueta que igual llevaba consigo por si hacía frio. Dejó en claro que la corbata no estaba en sus planes. Luego enumeró sus títulos universitarios: Abogado de la universidad católica, doctorado en la universidad católica de Valparaíso, postitulado en la universidad de Barcelona. Profesor de derecho constitucional de la universidad de Valparaíso y autor de varios libros sobre el tema de la constitución y sus cambios posibles.
Parece que Bassa aprendió algo de la escena. Desde entonces la vestimenta se ha convertido en una preocupación evidente de Jaime Bassa. Un convencional que cuenta además con un tamaño y contextura privilegiados entre sus colegas de una asamblea donde los varones no brillan por su belleza.
Como el mismo confiesa en esta misma sesión parlamentaria, antes había pasado por varias comisiones del congreso sin pena ni gloria. Sólo en la de defensa se ofendieron con su informalidad, una informalidad que tenía que ver con una cierta seguridad en si mismo, con una cierta juventud, con una cierta prestancia que era la señal del Chile por venir. Unos nuevos profesionales qué sentados en sus títulos, muy superiores a los conseguidos por generaciones anteriores, venían a arremangarse la camisa y a trabajar en el congreso nacional como si fuera solo una prolongación de sus salas de clases.
A Jaime Bassa la barba nunca se le desborda. Sus ojos brillantes, su sonrisa de niño travieso lo ayudan en su empeño de hacerse notar. Así como los pelos en pecho que nunca deja de mostrar entre los botones de su camisa. Nunca, por ningún motivo nada parecido a una corbata. Sobre la camisa una chaqueta siempre de corte moderno, sentador y unos pantalones también vistosos pero discretos a la vez.
Tenidas de primavera, de verano, de otoño ahora, Jaime Bassa no ha dejado de mostrarnos la posibilidad de un ropero casi tan extenso como sus maneras de argumentar casi siempre las mismas ideas, pero siempre de una manera nueva.
Jaime Bassa no duda en comunicar cada vez que puede en sus propios live de instagram, en sus canales de youtube y todos los espacios de prensa y televisivo que encuentran en su tranquilidad inalterable un puerto seguro al que arrimarse. Le asiste la seguridad inquebrantable que la convención necesita un rostro creíble, y que los problemas comunicacionales de ella tienen en él una respuesta evidente.
Sin que nadie lo conociera demasiado antes, se hizo vicepresidente de la Convención, formando con Elisa Loncon una dupla dorada que dirigió los festejos con que la convención no terminó de celebrar su propia existencia.
Que la fiesta se alargara más de lo debido, que la escritura quedará con los tiempos apretados, que el reglamentos fuese un laberinto, son todas cosas que parecieran haberle sucedido a otro que al vicepresidente Bassa. Tampoco ha hecho mella en su seguridad que la comisión que integra, y de la que se ha hecho de alguna manera vocero, la de sistema político sea una de la más problemáticas de la convención.
Para Bassa todo esto que a todo el resto de Chile le resulta muy complicado, es extremadamente simple. En apariencia al menos, a Jaime Bassa, un hombre que militaba a la derecha de Sebastián Sichel en la Ponticato y que ahora esta en la ala de izquierda del Frente Amplio, las dudas parecen una cosa del pasado. Fernando Atría parece a su lado un personaje de Dostoievski. Hasta Elisa Loncon ha perdido la aura inmaculada que aún acompaña al Bello Jaime.
En Bassa habitan dos almas que en cualquier otra persona serían contradictorias pero que en él conviven con cierta felicidad: Aunque parece un animador de televisión cualquiera, un cantante romántico de los ochentas, no deja de ser un serio profesor de universidad que sabe, quizás demasiado, de lo que está hablando. Somos así los chilenos a la vez su público adorado, pero también sus alumnos porros que no quieren entender las nuevas formas del Estado que a él y sólo a él le parecen totalmente claras y evidentes.
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