Si uno mira en el paisaje político chileno ve a la derecha en un descampado. Restos de ideas que nunca fueron ideas, incendios que se cansaron de consumirse, ídolos de pie y cabeza de barro y agujeros de conejos donde se esconden los que todavía no han sido abatidos por el fuego amigo. Eso y Evelyn Matthei.
Es la única sobreviviente, no solo de la patrulla juvenil, sino del gobierno de Piñera 1, de RN y la UDI juntas. Hija de un miembro de la Junta, parte de la campaña del Sí, ministra de un gobierno más que impopular, tiene el perfil perfecto de todo lo que se supone los chilenos ya no quieren, pero que no afecta en absoluto el cariño que a ella le tienen. Que le tenemos. Nuestra querida Evelyn.
Ante una derecha tullida, sorda y muda, Evelyn Matthei corre sola, como lo hizo cuando un grupo de periodistas la pilló dirigiendo el tránsito en Providencia, la comuna que administra con singular éxito. Creo que no hay gesto que describe mejor a Evelyn Matthei que esa carrera aparentemente absurda, que dejó a todos los periodistas atrás.
Primero, prueba esa vitalidad increíble de sus pulmones que dejó a periodistas de 20 o 30 años fuera de carrera. Evelyn Matthei que se ve cada año más joven, tanto que uno teme que amanezca el próximo de mechona en la universidad. Pero la carrera ante los periodistas probó no solo que su estado físico es excelente.
Entre decir que si o que no a los micrófonos, buscó una solución inesperada. Desesperada dirán algunos. Siguió adelante convirtiendo lo que era un error comunicacional grave, en un juego. Su carrera le brindó un momento de paraíso en el universo de los memes, el Instragram y el TikTok, consiguiendo romper el círculo de indiferencia y desprecio que rodea al resto de los políticos de su edad y su condición.
La carrera confirmó otra cosa que siempre hemos sabido de ella pero que no deja de sorprendernos cada vez. Evelyn Matthei, una mujer que respeta como pocos la inteligencia y la calma, incluso de los que no piensan como ella, es una mujer de impulsos fuertes e incontrolables, que no te manda a decir nada con nadie.
Esto la ha llevado a garabatear sin problemas a cualquier otra autoridad de la República, o a tontear a toda suerte de colegas, o gritar en la calle de manera desaforada en defensa del general Pinochet en su breve, pero intenso paso por Londres. Esa impulsividad es también la causante de su actitud en el Kioto Gate, episodio en que demostró algo que ahora todos sabemos, que tontearla, tratarla de débil, o recurrir al expediente machista de recordarle que es una mujer, son cosas que la indignan más allá de cualquier ponderación. Ponderación que no es precisamente una de sus cualidades.
Evelyn Matthei que creció no solo en mundo de hombres, sino de machitos ganadores, que odia el llanto, el ruego, o los suspiros de las mosquitas muertas que abundan en su sector (y en todos), no cree que la política es sin llorar, porque nadie ha expresado como ella el torrente de sus emociones en cámara, pero si cree que la política es sin rogar. Y nunca ha rogado. Ha perdonado a sus enemigos más encarnizados y ha sido perdonada también, porque saben que no hay mejor negocio que tener a Evelyn Matthei de tu lado.
Leal, coherente, no deja de saber nunca cuánto calza cada cual. Aguanta mucho pero no aguanta a quienes intentan insultar su inteligencia.
Por eso Evelyn Matthei es lo único que va quedando de toda una generación que estudió economía en los 80’ como se estudiaba sociología en los 70’ y teología en la edad media. Una generación que creyó que iba a cambiar el país y lo cambio para bien y para mal, pero que se quedó fuera de su propio juego. En un desayuno de caníbal solo se salva el que sabe pedir a tiempo cambio de menú.
Habiendo tenido todos los cargos, que una persona puede obtener, menos la presidencia, decidió ser profesora de matemáticas primero y alcaldesa de Providencia después. Porque, con su habitual sagacidad, Evelyn Matthei comprendió que estos momentos grandilocuentes necesitaban de gente que se dedica a las pequeñas cosas que todos olvidan, las cotidianas y simples, las de una dueña de casa: las luminarias y las hojas, los colegios y las paredes, la posibilidad en una comuna que parece mucho más uniforme y acomodada de lo que es realmente, lo que le permite vivir a los vecinos en relativa paz.
Dirigir el tránsito con un chaleco amarillo y el pelo a lo Príncipe Valiente, era una forma de simbolizar el nuevo trato al que derecha debería optar si quiere dejar de morir en el intento. Dirigir el tránsito, pero también a la hora de las preguntas cómodas o incomodas, correr con la gracia y el desparpajo de una atleta en eterna competencia consigo misma.
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