A mí siempre me ha llamado la atención cómo el pelo y la barba de las personas influyen en la ideología que les atribuimos en este país. A Fernando Villegas, en razón a su larga cabellera, y en parte a su origen y destino ñuñoíno, se le atribuyeron por décadas ideas de izquierdas que nunca fueron las suyas. Claro, leía mucho y se vestía mal y de vez en cuando fustigaba a los “privilegiados”, pero nunca dejó de ser un escéptico de derecha que se fue haciendo más de derecha conforme fue más difícil ser, o parecer, escéptico en Chile.
Algo parecido pasa con Cristián Warnken Lihn. La izquierda que se siente, no se sabe por qué, dueña de la cultura, denuncia en él una traición que no es tal. La barba iraní que lleva y el hecho de que salga rodeado de libros siempre hace creer que tiene que ser de izquierda.
Pero desde que lo conozco, hace más o menos treinta años, Warnken ha pensado más o menos igual a lo que piensa hoy. O diría más bien que se ha izquierdizado con el tiempo, en el sentido de reconocerle a la contingencia y sus leyes una relevancia que en su época del desembarco de ángeles y los trenes imaginarios, seguía mirando con más que cierta distancia.
Mucha poesía y poca antipoesía, decía Nicanor, que lo apreciaba en toda su enorme capacidad de sobrevivencia (es mejor empresario que toda la SOFOFA junta), pero nunca llegó a sentarse en su estudio de televisión.
¿Es de izquierda Warnken? Su adolescencia, como la de tantos que vivieron en los años setenta, se vio turbada por la política. Esa historia la relata de modo magistral y muy cómica Mauricio Electorat en ese clásico de la literatura latinoamericana que se llama “La burla del tiempo”.
Ahí, con otro nombre, Warnken es un personaje protagónico de esa izquierda adolescente que coqueteaba con la ingenuidad, con el miedo y el peligro, un miedo y peligro que resultó más cierto de lo que esperaban.
Todo eso pasaba en la Alianza Francesa, es decir, no exactamente en Chile. Luego Warnken militó en la revista en formato de diario “Noreste”, digno intento de darle la espalda a una actualidad horrible de fines de los años ochenta. Una declaración de guerra tanto contra la dictadura que imponía su “estamos bien, mañana mejor”, como también a la resistencia a esta dictadura que no tenía tiempo para Blaise Cendras o Miguel Serrano y sus fabulaciones Hitlerianas en pleno toque de queda y “enfrentamientos”.
No hay en Cristián Warnken ni una renuncia ni una contradicción entonces. Es y ha sido y será siempre alguien extremadamente joven, con todo lo bueno y malo que eso implica.
Ingenuo, pero nada tonto, primaveral amante de la poesía y de la pureza, pero suficientemente leído para escuchar sin horrorizarse a escritores como Bolaño que le decían que “no” a todas las preguntas que le hacía.
Letrado en francés, Warnken sabe que esos “No” de Bolaño son el comienzo del diálogo. Como estudiante en eterna etapa de crecimiento (cada año es más alto que el anterior), Warnken está siempre dispuesto a aprender, pero sigue pensando lo mismo que siempre ha pensado desde los tiempos del Noreste (grupo de poetas que terminaron casi todos más o menos cerca del piñerismo cultural).
Es lo que la izquierda cultural no entiende, que un entrevistador talentoso sabe decir que “Sí” al que dice que “No” sin por ello adherir a lo que su contradictor dice. Porque un entrevistador inteligente procura siempre que el diálogo continúe.
Es lo que ingenuamente Warnken ha intentado con sus Amarillos por Chile, que el diálogo continúe. ¿Lo ha logrado?
El amarillo, que en occidente es el color de la cobardía, no era quizás un buen color para quienes justamente se presentan como valientes que le dicen que “No” a los que se suponen son parte de su tribu. A mí me parecía que los “amarillos” por separado, cada uno desde su conocimiento específico, hablando cada uno de lo que sabía, tenían más poder que como conglomerado confuso en que se junta gente que rechaza este proyecto de constitución y gente que rechazaría cualquiera que no escribieran ellos y solo ellos.
Una mezcla que puede ayudarte a pasar los domingos menos solo pero que a la hora de los quiubos solo les ha regalado a sus contrincantes del apruebo un objetivo que derribar en Twitter.
En el amarillo la pureza lo es todo, porque si no, se hace naranja o violeta o blanco. Los colores son así, cambian con la mezcla. La obligación de referirse a todos los artículos de una Constitución de por sí confusa y laberíntica, hace que este profesor de castellano y divulgador literario, no dé abasto cuando lo entrevistan sobre el sistema político y los derechos de agua. El texto se le va en collera demasiado visiblemente. Quizás de ahí viene su polémica idea de que el chileno medio no puede entender la Nueva Constitución.
Los escritores cuando dicen “yo” dicen “nosotros”. Los políticos al revés cuando dicen “nosotros” quieren decir “yo”. Por lo visto Warnken pertenece cada vez menos a la primera categoría para convertirse cada vez más en lo segundo, un político de tomo y lomo.
Le falta solo pasar por la prueba de alguna elección popular. Siempre es importante que los “elegidos” pasen por la prueba de ser “elegidos” o no. Los que pasan por eso reciben un baño de humildad que es evidente que el despeinado Cristián necesita. Reconocer esas ganas, esa ansia de ser parte del ruedo, es empezar un diálogo verdadero, de esos con que Cristián solía deleitarnos en “La belleza de pensar”.
Lindo título de un bello libro de Eduardo Anguita, pero que realmente elude el hecho de que pensar es también feo, horrible, impúdico, cruel y peligroso. Sobre todo, eso último. Bello título, en resumen, que olvida que el que quiere pensar de manera fructífera, el que quiere pensar real y profundamente tiene que renunciar primero a la belleza. A toda la belleza, pero sobre todo y ante todo, a la belleza de verse pensar.
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