Vamos a cumplir 3 años donde de una u otra forma hemos discutido acaloradamente sobre el futuro de Chile. En particular, su diseño político e institucional. Sin embargo, ni una palabra sobre el sustento que nos financia la fiesta. Recientes estudios explican concretamente cómo la propuesta de nueva Constitución implica un aumento de gasto público de entre 9 y 14 puntos del PIB, es decir, un aumento en un rango de 44-69% del presupuesto del Estado. En caso de que la propuesta actual no sea aceptada, sabemos que existe una presión importante por un Estado benefactor más presente; por lo tanto, de todas formas Chile necesitará más recursos. Curiosamente, el espectro ideológico permite una buena discusión al hablar de política. Mientras que al hablar de economía, izquierdas y derechas tiran la pelota al córner por diferentes razones.
Para la izquierda, al parecer no es su tema. Como si todos fueran herederos de la planificación central (que no lo son), les cuesta hablar de frente sobre las virtudes y desafíos del capitalismo. Como buenos amantes del Estado, tienden a enfocar la conversación sobre lo que el aparato público puede hacer y las desigualdades que puede corregir. Por la vereda del frente, la derecha revela su malentendido amorío con el mercado evitando que nadie lo toque. Como si fuese un dogma incuestionable, meterle mano a la economía equivale a sacrilegio, a pesar de la vasta evidencia sobre cómo un buen mercado debe ser cuidadosamente podado y abonado para que sea competitivo e inclusivo.
Mencionando, pero sin ahondar en los traumas de cada participante, la cuestión es que, por malos recuerdos del pasado o rumores con fuerza de verdad, hoy Chile tiene un desafío existencial por delante que no se resolverá solo: ¿Para qué estamos en este mundo? Dejando la búsqueda de la felicidad de lado, cuando la economía mundial pase preguntando que tenemos para ofrecer, la respuesta por omisión será similar a la de 30 años atrás. La feria planetaria evolucionó vertiginosamente, revoluciones tecnológicas y conflictos geopolíticos le han dado forma a un nuevo panorama que ofrece grandes oportunidades y desafíos.
De celulosa y cobre no vive el hombre, pero sí Chile. Cual ludópatas, tácitamente estamos “all-in” con un solo numero de la ruleta. Entre miles de opciones y roles que podríamos jugar en la economía global, no elegimos, sino que nos tocó. Una tierra con mucho mineral rojo bajo los pies y donde los pinos crecen más rápido que en Escandinavia. De mérito tenemos poco, y cual enólogo, nuestro trabajo simplemente ha sido no meter las patas cuando tenemos una buena cosecha. Sin embargo, en la medida que el cielo se nubla, más vale que empecemos a pensar un poco más.
Mientras nos miramos el ombligo, el resto del mundo sigue girando. Se reconfigura un escenario geopolítico que probablemente nos obligará a decidir de qué lado estamos. En paralelo, la automatización y aplicación de inteligencia artificial en cada tarea manual que sea digna de ser reemplazada está complicando el mercado laboral. Además, más que globalización, se rumorea que lo que viene ahora es la regionalización. Y en un sub-continente bueno para la chacota, tal vez si jugamos bien nuestras cartas podríamos salir bien parados.
Las oportunidades están arriba de la mesa en la medida que queramos organizarnos en torno a ellas: desde agricultura sustentable, hasta turismo aventura, pasando por educación superior en español, o ser el polo fintech de la región. Para qué hablar de energías renovables y el think tank latinoamericano. Podemos ser lo que queramos, pero sólo si queremos. El problema es que sin tomar decisiones es difícil encaminarnos. Es fácil decirlo, pero necesitamos urgentemente establecer instancias de cooperación y coordinación público-privada para alinear esfuerzos, inversiones y regulación en torno a las ambiciones que nos planteemos como país.
De lado y lado de la papeleta el 4 de septiembre quieren un mejor país, pero no pueden olvidarse de que ese mejor futuro hay que financiarlo. Sin aumentar nuestra productividad, el diseño institucional pasará hambre. Necesitamos ser capaces de caminar y masticar chicle al mismo tiempo. Tenemos por delante una década constitucional que esperanzadoramente nos ayudará a sentar las bases para una virtuosa gobernabilidad y hará madurar a nuestra democracia. Sin embargo, si esa ambición política no la acompañamos de una estrategia de desarrollo, disfrutaremos de grandes palacios muertos de frío.
No seamos giles: si vamos por una casa grande, paguemos la calefacción.
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