Mario Marcel es el ministro más destacado del gabinete. No por ser “mejor” o “peor” que los demás, ni por ser el “más” o “menos” conocido de los recién nombrados, sino que simplemente por ser el más distinto de todos, por ser el que menos se parece a los otros. Ya sea por sus edad o trayectoria, o por sus antecedentes laborales o su estilo político personal, es el número impar de la serie.
El hombre de la corbata, como se le denominó en el cambio de mando por ser el único ministro de la primera fila que optó por usar la tradicional prenda en la foto de cerro Castillo, es representativo de un mundo que para muchos en la coalición de gobierno debe morir. Marcel, de corte socialdemócrata, es parte integral del establishment que ayudó a diseñar la infraestructura fiscal actual, y que por tantos años la izquierda ha tratado de echar abajo.
Lo interesante, sin embargo, es que su nominación tiene sentido. Marcel no llegó al gabinete ni por azar ni por equivocación. Es una consideración central en el diseño estratégico de Boric, que busca darle estabilidad a su gobierno. Marcel es, en ese sentido, el acelerador y el freno al mismo tiempo. Es quien maneja los tiempos, garantiza que el gobierno avanzará, pero que avanzará a una velocidad razonable.
El plan. El plan de Boric es tener a Marcel en ese cargo para tener espacio para hacer otras cosas. Si todo el gobierno estuviera compuesto por la misma izquierda d el ministro de Economía o de la ministra de Trabajo, no habría garantías para inversionistas. Si Boric hubiese nombrado a un militante del Partido Comunista en las arcas fiscales, simplemente no habría espacio para convencer a los capitalistas nacionales e internacionales de quedarse en el país.
Ahora, si bien Marcel llega a cumplir una función muy específica, qué duda cabe que su principal es con el Estado y no el gobierno. El solo hecho de haber sido nombrado presidente del Banco Central dos veces por dos presidentes de tendencias opuestas (Bachelet y Piñera), es evidencia suficiente para sostener que el consenso que el interés de Marcel está en proteger la estabilidad de la economía y no a la cofradía política de turno.
Marcel en Hacienda es lo que permite que el gobierno pueda avanzar en otras materias, como aquellas vinculadas a derechos sociales. Otra vez, si en la cartera fiscal hubiese un comunista, el debate político estaría concentrado allí, impidiéndole al gobierno avanzar en lo que realmente le importa. En ese sentido, Marcel en Hacienda le da al gobierno un ancho de banda que difícilmente podría alcanzar de otra forma.
La doble función. Ahora bien, a pesar de todo lo anterior, hay costos asociados. El primero, está vinculado a la naturaleza de la relación. Pues, al venir de una tradición monetaria comparativamente ortodoxa, Marcel inevitablemente provocará choques con el resto de los ministros, que son notoriamente más ambiciosos. La tensión, por lo tanto, se dará entre proponentes de avanzar en la medida de los posible y proponentes de avanzar a todo costo.
La tensión, reminiscente de la relación entre Andrés Velasco y los otros ministros del gobierno de Michelle Bachelet, ya se siente y solo se ahondará. Pero la tensión no es neutra. La tensión beneficia a Marcel desproporcionadamente. Al ser la garantía del gobierno es, para todos los efectos prácticos, la pieza irremplazable. A diferencia de sus contrapartes, Marcel es una condición necesaria para la estabilidad económica y política.
Esta semana ya hubo una especie de confrontación, implícita, por cierto, entre ambos bloques. Pues, mientras Marcel recordaba en un seminario del Diario Financiero que todas sus advertencias sobre las consecuencias negativas de los retiros de fondos de pensiones se han ido cumpliendo, fue inevitable no pensar que tres de los cinco miembros del comité político votaron a favor de la medida: no una, sino cuatro veces.
El riesgo de tropezar. A pesar de haber recién asumido, el gobierno ya se ha mostrado errático. Ha levantado polémicas innecesarias en la macrozona sur (la visita de la ministra Siches), en el centro de Santiago (las disculpas públicas del ministro Grau), en la Iglesia Católica (las críticas a Ezzati y Errázuriz), con el establishment del periodismo (por el manual de buenas costumbres), con la corona de España (por el retraso del Rey) y, anecdóticamente, con los caballeros cruzados.
El riesgo de tropezar es alto. Y no solo por lo coyuntural y lo político, sino que también por lo estructural. Tal como ha ocurrido con gobiernos anteriores, es muy probable que la popularidad del presidente caiga fuertemente en el futuro. La tendencia es lapidaria: ningún presidente desde Ricardo Lagos ha promediado más aprobación que desaprobación en la totalidad de su administración, y este gobierno, probablemente, no será la excepción.
Por tanto, debe haber fusibles predeterminados integrados en el proyecto. Mientras antes Boric conciba que Marcel (u otro que representa lo que Marcel representa) es intransable, antes podrá comenzar a diseñar su hoja de ruta alrededor de la consideración. Tendrá que concebir, también, que aquello implica conferirle más poder a Marcel. Pensarlo en términos contra fácticos facilita el cómputo: avanzar sin Marcel es avanzar sin quillas.
El ministro más poderoso. Uno de los grandes temores de Boric es terminar su administración pensando que no hizo lo suficiente. Es frustrarse por haber tenido la oportunidad y haberla desperdiciado. El gran miedo de la coalición de gobierno Apruebo Dignidad, es ser absorbida por el pragmatismo de la política y terminar en el centro del espectro ideológico. Es terminar como la Concertación, lapidada públicamente por no haber sido mas.
Gobernar es diferente a hacer campaña, y como obliga el errático registro de los eventos ocurridos en la primera semana de gobierno, en La Moneda ya se están dando cuenta. Si la moderación y el pragmatismo debe opacar a la ideología y el fanatismo para que las personas de a pie se vean beneficiadas, que así sea. Boric tiene todo para hacer un buen gobierno, pero para hacerlo, debe estar al tanto que la estabilidad es tan necesaria como frágil.
Hoy, Marcel es el ministro más poderoso del gobierno. Es poderoso porque garantiza la estabilidad. Y la estabilidad es condición necesaria para hacer transformaciones profundas en tiempos de crisis. Marcel es la garantía de que cambios vendrán, pero que vendrán con responsabilidad. Marcel es el seguro que le permite a Boric desarrollar su programa. Por el contrario, no tener a Marcel ensombrece significativamente el panorama.
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