En el plebiscito de entrada un macizo grupo de ciudadanos votó a favor del Apruebo con la esperanza de que una nueva constitución traería más unidad y renovadas oportunidades al país. Una constitución acorde a nuestros tiempos, capaz de dejar las divisiones atrás y de mejorar aspectos sustanciales de nuestro diario vivir, como lo son la salud, la educación y las pensiones. Meses más tarde, esa esperanza se ha desmoronado para dar paso a la desilusión.
De acuerdo a diversas encuestas, más de la mitad de quienes votaron Apruebo hoy se han pasado al “No sabe” o al “Rechazo”. No se trata de un viraje sencillo, pues implica reconocer el fracaso de un anhelo movilizador: el de un futuro mejor.
Tampoco consiste en un cambio definitivo, muy por el contrario, es una opción sumamente frágil porque, en el fondo, se trata de personas que buscan con impetu una buena razón para votar por el Apruebo, pero no la encuentran. En resumidas cuentas, son preferencias volátiles que pueden cambiar su voto en el último mes de campaña.
Prueba de esa fragilidad es el hecho de que los encuestados generalmente transitan hacia el “No Sabe” antes de llegar al “Rechazo”. O sea, hay un proceso de duelo que no es fácil de aceptar y que es muy susceptible a la contingencia, por ende, al actuar de los constituyentes. ¿Qué pasará cuando ellos desaparezcan de escena? ¿Cómo cambiaran las preferencias cuando haya menos declaraciones concretas y más consignas etéreas?
Un rasgo transversal de los viudos del Apruebo es que reconocen la necesidad de contar con una nueva constitución. Su duda es respecto a ESTE texto en particular, no sobre la necesidad de modernizar nuestra institucionalidad. Emocionalmente se sienten defraudados, porque querían una constitución como la de Nueva Zelanda y se encuentran frente a un texto maximalista como el de Bolivia; porque querían más poder para la sociedad civil y se encuentran con un sistema político que multiplica los cargos para operadores; porque querían eliminar los privilegios económicos y no inventar nuevos grupos de privilegio en base a etnias.
Los motivos para decir que no a la nueva constitución son variados y para todos los gustos. Hoy el viento corre a favor del Rechazo, con la gentil ayuda del gobierno y de los convencionales, pero creer que se trata de una preferencia consolidada es un error mayúsculo. Como también lo sería asumir que esa preferencia circunstancial es un apoyo a favor de la constitución vigente.
Son los viudos del Apruebo quienes en definitiva decidirán la elección y la pregunta clave es cuál de las dos alternativas será capaz de conectar emocionalmente con ese bolsón de votantes. ¿Cuál será la narrativa que capture la energía?
Por un lado, el Apruebo hará hincapié en que su propuesta constitucional ha sido hecha en democracia, reforzará que es un texto que garantiza extensos derechos sociales y apelará a la presencia de voceros culturalmente reputados y al fantasma de Pinochet.
Por otro lado, el Rechazo tendrá el desafío de recurrir a un formato distinto al meramente informativo, uno que sea capaz de conmover. Complementar la denuncia que hoy realiza con la oferta de un camino diferente, uno mejor, para avanzar en calidad de vida para todos los chilenos y chilenas. Su desafío es mayúsculo, pues debe transmitir que se puede rechazar con optimismo.
El problema es que de tanto mal usar el término nos hemos empezado a acostumbrar a que no signifique nada y, en consecuencia, a que no pasará nada. Multiplicar y hacer crecer las expectativas ciudadanas, que anhela que finalmente ese punto de inflexión se produzca, para luego frustrarlas por la inacción o conducción errada de […]
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