Al cumplirse el primer mes en el poder de la nueva administración, queda más claro que nunca que ser gobierno requiere un conjunto de habilidades muy distinto al que se requiere para ser oposición. Después del mediático cambio de mando, todo ha ido de mal en peor para Boric.
La poca experiencia de estar en el ejecutivo cobra costos todos los días, al punto de haberle causado al presidente registrar el peor promedio de aprobación presidencial en la historia de encuestas desde el retorno de la democracia. Es cierto, el cuatrienio recién comienza, y habrá que esperar para hacer el juicio definitivo. Pero, por mientras, es imposible ignorar que el gobierno comenzó con el pie izquierdo.
Una buena parte de la desaprobación se puede explicar por la actitud de la coalición del presidente. No son pocos allí que parecen no haberse percatado que ya están en el gobierno. Algunas de las figuras más importantes de Apruebo Dignidad siguen relatando la realidad como si fueran comentaristas políticos, mientras otros tantos se quejan como si no tuvieran el rango suficiente para hacer los cambios ellos mismos.
La brecha entre el poder que ostentan y cómo se comportan es notorio, y a veces vergonzoso. Son demasiados los funcionarios que han demostrado no comprender la responsabilidad que se exige para ocupar un cargo público.
Lo que ha ocurrido con la ministra Siches es el mejor ejemplo de lo anterior. Retrata a la perfección las consecuencias de pasar de ser oposición a ser gobierno de la noche a la mañana. Siches, como muchos de sus compañeros, llegó a su cargo actual no por su currículo profesional sino que por su lealtad al presidente. Y en particular por su lealtad en los últimos meses.
La única experiencia política de Siches antes de asumir en Interior fue ejercer como presidenta del colegio médico y jefa de campaña de Boric; es decir, como principal inquisidora del gobierno anterior. En el papel su designación se sostenía, pues su carisma y popularidad la posicionaba como un activo importante.
Lo que no se consideró al nombrarla fue que carecía de las habilidades mínimas para asumir un cargo tan importante como Interior. En todas o casi todas sus intervenciones públicas ha demostrado, una y otra vez, que no está a la altura de su cargo. A pesar de su buena disposición, simplemente no ha demostrado tener las capacidades para ejercer como jefa de la estructura política del gobierno y cabeza de la seguridad pública del país.
Su candidez y su poca preparación en el circuito de la política de Estado no solo va en contra de lo que se les ha exigido a todos los titulares anteriores, sino que abre una gran vulnerabilidad para este gobierno, y abre dudas razonables sobre lo que pueda pasar hacia adelante.
Quizás lo más grave no es que Siches no este a la altura de su cargo, pues si ese fuera el caso, sería cosa de removerla y seguir adelante. El problema es que lo de Siches es síntoma de un problema mayor. Y ese problema mayor es la superioridad moral con que la coalición de Siches ha demostrado actuar por años.
Desde sus inicios el Frente Amplio y sus satélites ha hecho poco más que criticar a todos los demás. Ha criticado a la derecha y a la centroizquierda por igual. Ha criticado lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho. Criticó tanto que la única conclusión posible pareciera ser que para hacer cualquier cosa tendrían que hacerlo ellos, solo ellos, y solo después de echar todo abajo y construirlo de nuevo.
Ahora que están en el gobierno se están dando cuenta que la cosa no es tan así. Se están dando cuenta que ser oposición y reclamar es una cosa, y estar en el poder y gobernar es una cosa muy distinta.
Por algo la coalición completa ha cambiado su posición sobre temas tan prominentes como los retiros de fondos de pensiones (antes votaban a favor y ahora votan en contra), y el rol del gobierno en la lucha contra la pandemia (antes acusaban al gobierno de esconder cadáveres y ahora amparan todo lo hecho). Si las volteretas no tuvieran efectos reales sobre las vidas de las personas, sería hasta cómico. Para algunos en la oposición (desde la ex Concertación a la derecha) sería hasta terapéutico.
El gobierno debe entender que no está en una competencia electoral y que el bienestar de los chilenos está en sus manos. Debe estar a la altura de las circunstancias históricas, dejar atrás su complejo de superioridad, y comenzar a entregar. El escenario político, social y cultural está inestable, y, por lo mismo, la energía debe estar puesto allí.
Lamentablemente, el historial de la coalición no le ayuda mucho. Hoy deben combatir la inflación que ellos mismos ayudaron a generar. El IPC anual de 9,4% anual es producto, en buena parte, según el ministro de Hacienda Marcel, de los tres retiros de fondos de pensiones que el actual gobierno votó a favor cuando estuvo en la oposición.
Con todo lo decepcionante que ha sido el primer mes en el poder, no es el fin. Es posible, e incluso probable, que el gobierno se reponga. Pero para hacerlo, debe saber una cosa. Debe saber que si no es receptivo no podrá resolver. Debe dejar atrás las actitudes conspiranoicas y la filosofía de la sospecha. No puede y no debe seguir echándole la culpa al gobierno anterior.
Si los chilenos votaron por Boric fue para que resolviera problemas, no para que usará su palco para culpar a otros de abandono. El secreto del éxito es avanzar a toda cosa, contra viento y marea, pero con lógica y con amplitud. Llegó la hora de dar vuelta la página. Llegó la hora de dejar de ser oposición, y comenzar a ser gobierno.
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